18-10-2011
Lo que voy a narrar me lo contó un piloto de la Luftwafe en 1975 durante un viaje en tren desde Bahía Blanca a Buenos Aires (una noche completa y sin dormir, escuchando).
Algunos detalles se me han borrado de la memoria, entre ellos el nombre de esta persona. Quizás lo narrado de pistas a alguien para poder saberlo.
Este hombre, nacido en Hungría, desde muy joven quiso ser piloto y como su país era aliado de Alemania desde antes de la guerra, no tubo dificultades en incorporarse a la Fuerza Aérea Alemana.
Dejo para otro relato sus peripecias como alumno y paso al tema del título.
Hacia finales de la guerra, los aviones venían cada vez con menor equipamiento electrónico (sólo los líderes estaban mejor provistos) y en el caso de nuestro piloto, Me 109 carecía de radiogoniómetro (sirve para sintonizar alguna radioayuda o estación de radio comercial y orientarse).
Relato en primera persona, seguramente las palabras fueron otras pero la historia en su esencia es esta:
"Un día, haciendo patrullaje al norte de Francia a la espera de bombarderos estadounidenses (atacaban de día), orbitamos en el sector asignado hasta que el cielo se cubrió de nubes. Ante la falta de visibilidad, el líder ordenó dispersión y cada uno por su cuenta.
Mi avión no tenía gonio, por lo que mi intención era volver a obtener alguna referencia visual para poder regresar a mi base.
Tras unos minutos, se produjo un claro hacia abajo y pude ver algo de tierra, pero oh ¡sorpresa, vi pasar una formación de bombarderos!
Pensé rápido y me dije: vayan a donde vayan, estos saben el camino. Por lo que decidí bajar, ponerme a distancia segura detrás de la formación y en cuanto me ubicara sobre el terreno, volver a la base. ¡Era suicida atacar solo una formación completa.!
Así lo hice, me coloqué a una distancia segura por detrás y volé un trecho hasta alcanzar la costa del canal; allí pude reconocer dónde estaba y decidí volver.
¡Enorme fue mi sorpresa al ver que detrás mío venía otra formación de bombarderos!
Era evidente que me habían visto, pero supongo que mi actitud no agresiva los tenía con dudas sobre mi intención y no me atacaron.
No sabía que hacer, así que por el momento continué en mi posición y ver que pasaría más adelante.
Cruzamos el canal. llegamos a la costa inglesa, los que iban por delante comenzaron a descender hacia un campo de aviación y yo siempre detrás, hasta que llegó mi turno de aterrizaje.
Alcancé a ver todos los cañones antiaéreos apuntándome, supongo que no disparaban en la creencia que estaba desertando.
Bajé el tren de aterrizaje, toqué la pista y en el momento que tendría que haber reducido la potencia, en un rapto de inconsciencia juvenil, ¡apliqué toda la potencia y volví a despegar!.
La artillería reaccionó tarde y pude escapar.
Al llegar a mi base les conté a todos lo sucedido: ¡Aterricé en Inglaterra!
Nadie me creía y fui objeto de muchas bromas, pero a la noche, escuchando la BBC (todos lo hacíamos porque era el medio más fidedigno para seguir lo que sucedía en la guerra), escuchamos: Un avión alemán, matrícula XXX... aterrizó a tal hora, en tal lugar y volvió a despegar...
Ahora sí me creían y me felicitaban por la audacia.
Fue tal la conmoción que me otorgaron la cruz de hierro y lo gracioso fue que no disparé un solo tiro"