11-03-2006
Al mismo tiempo que su última ofensiva terrestre se venía abajo ante la presión insoportable del poder aéreo táctico aliado, la Luftwaffe planeaba un asalto total contra 27 bases aéreas aliadas en Bélgica, Holanda y Francia. El objetivo de la Operación Bodenplatte (“Placa de fondo”) era acabar con la
supremacía aérea de la fuerza de los cazas aliados y permitir a la debilitada Luftwaffe concentrar sus recursos en la amenaza que suponían los bombardeos estratégicos. Programada para la madrugada
del día de Año Nuevo, el 1 de enero de 1945, era una apuesta desesperada que le iba a salir muy caro a la Luftwaffe.
Un deficiente planeamiento, instrucciones inadecuadas, la escasez de pilotos con experiencia y una mala coordinación con la artillería antiaérea le costaron a la Luftwaffe un tercio de los 900 aviones que empleó en este ataque sorpresa a gran escala. Lo que es más importante es que más de 200 pilotos, entre los que se incluían casi 80 líderes y comandantes experimentados, no sobrevivieron al primer día del año 1945. La tercera parte de los aviones derribados lo fueron por la artillería antiaérea “amiga”, ya que hubo baterías a las que no se les informó de los planes de vuelo. En otros casos, el mal tiempo retrasó el despegue, con lo que los pilotos volaron sobre baterías que no los esperaban entonces, sino antes.
Lo único que tenían a su favor los pilotos de la operación Bodenplatte era la sorpresa. Lo último que esperaban los aliados de una fuerza aérea que sabían que estaba contra las cuerdas era un ataque masivo, y menos aún en la madrugada del día de Año Nuevo. Algunos aeródromos aliados sufrieron daños cuantiosos, mientras que otros fueron atacados con poca eficacia por un pequeño número de cazabombarderos. Las fuerzas aéreas aliadas tardaron en reaccionar, pero pronto empezaron a realizar múltiples salidas para dificultar los ataques a baja cota y, en ocasiones, acabar por completo con ellos.
Al terminar el día, los aliados habían perdido casi 500 aviones, la mayoría en el suelo, siendo el sector
británico el que sufrió los mayores daños. Se trató de un golpe muy duro, pero todos los aviones destruidos fueron reemplazados en un par de semanas, mientras que las pérdidas alemanas, sobre
todo en pilotos, eran irremplazables. A partir de este momento cayó sobre el ejército alemán todo el peso de las fuerzas aéreas tácticas aliadas, hasta el extremo de que resultaba imposible mover tropas o suministros en tierra sin atraer la atención, en forma de cohetes, bombas y balas, de los cazabombarderos que ocupaban libremente los cielos.