10-06-2006
Hacia finales de agosto de 1941, en El Havre, un agente del servicio secreto Inglés ve acercársele un individuo que disimulada y furtivamente le dice que dentro de pocas semanas zarpará del puerto noruego de Bergen un mercante con la bandera alemana con destino Hamburgo. Como es natural, de momento, el agente inglés considera que la noticia no reviste el mínimo interés, dado que la marina británica está al corriente del tráfico que se desarrolla entre Alemania y Escandinavia.
Saluda cordialmente al extraño individuo y le dice que no comprende de qué está hablando y por qué viene precisamente a confiarle a él tales indiscreciones; pero cuando, al día siguiente, el mismo tipo se le acerca de nuevo con más seguridad, presentándose como adherido a la resistencia noruega, y le confía que en dicho mercante van a embarcarse una docena de científicos alemanes con permiso para Alemania, el agente inglés es todo oídos, y los abre mucho más cuando el noruego le susurra la noticia bomba: aquellos científicos no tienen ninguna intención de llegar a Hamburgo, sino que quieren refugiarse en un puerto aliado, preferentemente inglés. El comandante del buque y sus oficiales no son precisamente fanáticos admiradores del Führer, y ya hace mucho que están resueltos a no dejarse ver por países en donde ondea la svástica.
la noticia ya es cuando menos interesante y digna de ulterior estudio, pues además, el Servicio Secreto de Su Majestad ha oído rumores de extraños trabajos y no mejor definidas investigaciones que hace tiempo iniciaron los alemanes en Noruega.
El agente no se deja nada en el tintero cuando comunica con Londres, y Londres suelta a todos sus hombres en los países ocupados y en la propia Alemania para intentar saber más. los informes que llegan, al menos de los agentes que han captado algo, confirman la noticia del partisano noruego. Sólo queda por saber el día de la marcha.
De esto ya se está ocupando el servicio meteorológico de la Luftwaffe, y basándose en sus informes el mando de la Kriegsmarine marca el primer domingo de septiembre, día en que se prevé gran tormenta en el mar del Norte.
El día X se le comunica en el más riguroso secreto al comandante del mercante que pacientemente espera en Bergen. Y en las tabernas del puerto, no ya con tanto secreto, entre cerveza y cerveza, el comandante confía a los ocasionales compañeros que al día siguiente llevará a Alemania a un grupo de aburridísimos científicos que tienen la cabeza llena de números y nada más. Y a los que le preguntan por qué ha sido escogido él y su lento barco en vez de un veloz aéreo, en seguida responde, animado por el alcohol y como si se las supiera todas, que nadie podría sospechar y que ni siquiera los ingleses desperdiciarían un solo cañonazo contra su queridísima pero maltrecha barcaza.
Londres por su parte hace lo imposible por contentar al comandante. las órdenes a la marina son de no entrar en contacto visible con el mercante, no molestarle en absoluto, y que sólo un submarino le seguirá de lejos, bajo la superficie, hasta las costas inglesas: allá emergerá y guiará al mercante hasta el estuario del Támesis, dejándole entonces para que llegue por sí solo hasta Londres. La actividad de las naves de superficie deberá seguir siendo la misma que en los días de tranquilidad, con rigurosa prohibición de navegar juntas.
Todo se desarrolla según los planes. El primer domingo se septiembre el mercante zarpa de Bergen y se dirige hacia el Sur. A la altura de la isla de Karmoy, como está previsto, la nave dobla hacia el Oeste y pone rumbo a lo lejos, mientras las unidades inglesas se comportan como si nada ocurriera.
El submarino divisa el carguero y siempre en inmersión comienza a seguirlo. Se está desencadenando también la tempestad prevista, que hará muy difícil, si no imposible, la búsqueda de los alemanes cuando se den cuenta de que su precioso barco lleva una ruta diferente a su destino. pero entre tantas previsiones que se realizan con puntualidad cronométrica, los ingleses no prevén que la tempestad va a impedirles también a ellos marchar tras las huellas del mercante; posibilidad que ni siquiera se considera, tan seguros están en Londres del éxito de la operación.
Así, cuando más enfurecidos están los elementos, a medio camino entre Noruega y las islas británicas, el mercante seudo-desertor cambia una vez más de ruta y apunta al Norte. El submarino que le sigue, según órdenes recibidas, poco puede ver con el periscopio, y prosigue tranquilo en dirección Oeste para emerger a unas diez millas de la costa.
Entonces descubre que es la única nave de la zona. Comunica por radio la sorprendente constatación, añadiendo que probablemente el carguero se ha hundido destrozado por los golpes del mar. pero ninguna llamada de auxilio, ningún SOS ha sido capturado. El comandante del mercante resulta ser un valiente marino y no es posible que se haya equivocado de ruta.
Y así cuando cunde la alarma y sobre todas las unidades de la zona cae la categórica orden de hundir al mercante, éste se encuentra ya muy lejos, desvanecido tras las brumas del Norte.
Un nuevo crucero fantasma alemán se añade a los que vienen aterrorizando a las flotas aliadas.
El mando de la Kriegsmarine anota que el Schiff 36, "Orion" en la guerra, empieza su nueva misión de corsario.
Maximo Picollo
Los Corsarios del Tercer Reich (los tigres del mar)
Editorial De Vecchi 1973
ISBN 84-315-1808-1