21-11-2006
Este articulo que me parecio de sumo interes para el foro por las caracteristicas del personaje , aparecio hace unos dias en el diario La Voz del Interior de la ciudad de Cordoba en la Rep. Argentina y espero que les guste
Vasilii Nikitich Mitrojin, archivero
Juan Marguch
Especial
Vasilii Nikitich Mitrojin era archivero. Pero no un archivero cualquiera. Trabajaba en el KGB, la todopoderosa organización de espionaje interior y exterior que durante más de un cuarto de siglo trazó tortuosamente el destino de la ex Unión Soviética, y lo continúa haciendo en la Rusia contemporánea, ahora como FSB. No por azar, Vladimir Putin revistó durante muchos años como agente secreto, ni tampoco fue obra de la casualidad que uno de sus jefes, Yuri Andropov, llegara a ser el hombre más poderoso del imperio soviético.
Por lo general, se tiende a sobrevalorar a los servicios secretos; la narrativa y la filmografía han inducido a pensar que los organismos de guerra subterránea de las grandes potencias están integrados por superhombres superinteligentes y superaudaces. Falso. Las chapucerías de la CIA son antológicas (la última de ellas, por el momento, fue su desempeño autista en todo el proceso que culminó el 11 de setiembre de 2001 con la destrucción de las Torres Gemelas en Nueva York.)
El KGB también aportó lo suyo en materia de chapucerías. La nieta de Leonid Brezhnev, ex secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, ha contado en la biografía de su abuelo que fue precisamente Andropov quien le impuso la aventura de invadir Afganistán, que concluyó con la primera gran humillación del Ejército Rojo en la segunda posguerra (en el período de entreguerras había sido humillado en Polonia, por los errores cometidos por el comisario político, un tal Josef Stalin.)
Andropov, basándose sobre los informes de sus agentes secretos en Afganistán, le aseguró a Brezhnev que bastarían dos regimientos de blindados y algunas escuadrillas de helicópteros artillados para apoderarse de ese país... La aventura terminó en una sangría, que en 1996 sería prolongada por otra no menos humillante, ahora en Chechenia. En ambos casos, las chapucerías del KGB fueron antológicas.
Mitrojin era archivero, un buen archivero. Amaba su profesión. Ingresó en 1948 en el MGB, que entre 1945 y 1954 fue el precedente del KGB. Tras la caída del sistema comunista, el KGB fue reemplazado por el FSB, pero el espionaje exterior fue encomendado a una nueva rama, el SVR. A lo largo de toda su extensa carrera en el organismo de seguridad interior y espionaje exterior,
Mitrojin fue un paradigma del burócrata, que cumplía prolijamente con sus obligaciones y ascendió simplemente por méritos escalafonario hasta alcanzar el grado de coronel. Tenía a su cargo nada menos que la custodia y procesamiento de más de 300 mil documentos secretos que contenían información enviada por los espías que operaban en Estados Unidos, Europa, Asia, África y Oceanía.
Vasilii Nikitich Mitrojin amaba su profesión. Tanto que decidió tener su propio archivo. Durante 12 años, todos los días, copiaba a mano los documentos que le parecían más interesantes y guardaba las copias en su casa. Era tan discreto que nunca despertó sospechas. Sabía perfectamente que estaba incurriendo en una trasgresión que podía costarle muy caro: tortura para que confesara sus reales o imaginarias conexiones con la CIA, el Secret Intelligence Británico (SIS) o el Deuxiéme Bureau francés.
Ni hablar del servicio secreto alemán, montado por el mítico "general gris": Reinhardt Gehlen, que trabajó en el Abwehr (servicio secreto de la Wehrmacht) durante el nazismo y al término de la Segunda Guerra Mundial ofreció pasarse a Occidente con algo muy valioso: nada menos que los archivos completos del Abwehr. Estadounidenses y británicos recibieron con los brazos abiertos a él y a varios de sus colaboradores, sustraídos a los juicios de Nüremberg. Tortura y pelotón de fusilamiento por traición, si Mitrojin era descubierto. Pero conservó cuidadosamente la confianza que le dispensaban sus superiores, algunos de los cuales desaparecían misteriosamente en las purgas que solían administrarse al organismo tras algún clamoroso fracaso.
La lectura de tanta documentación ultrasecreta fue convenciendo a Mitrojin de una verdad evidente por sí misma: la Unión Soviética se encaminaba inexorablemente al colapso. Su sistema económico era un caos, y no podría financiar el inmenso desafío tecnológico planteado por Ronald Reagan con su "guerra de las galaxias". Más temprano que tarde, aquello se derrumbaría. Había que salvar los muebles (en este caso, su archivo personal) del incendio que sobrevendría tras la caída del comunismo. Lo que sobrevino puntualmente en 1991, dos años después de la destrucción del Muro de Berlín por los alemanes (hecho histórico que tanto la CIA como el KGB no supieron prever...).
Tras la caída del Muro, Mitrojin se puso en contacto con agentes estadounidenses que operaban en Moscú y les ofreció la entrega de su enorme archivo (¡unos 25 mil documentos!) a cambio de asilo, nuevas identidades y asistencia económica en los Estados Unidos para él, su esposa y su hijo. Como de costumbre, los agentes de la CIA creyeron que estaban frente a una de las típicas maniobras de provocación de los rusos y lo rechazaron in limine. Mitrojin se volvió entonces hacia los británicos, que pragmáticos como siempre han sido, se tomaron su tiempo para evaluar el ofrecimiento y terminaron por aceptarlo.
En 1992, a poco de desintegrarse el imperio soviético, Mitrojin, su esposa y su hijo fueron trasladados a Gran Bretaña, aprovechando el caos que sobrevino tras la caída de Mijail Gorbachov y el ascenso del imprevisible y etílico Boris Yeltsin. Los documentos del KGB colmaban seis baúles y salieron de Moscú por valija diplomática de la embajada británica. Los hábiles agentes del MI6 (la rama de espionaje externo del SIS) se anotaron otro triunfo cuando reingresaron en Rusia y lograron apoderarse de 107 cuadernos que Mitrojin había ocultado fuera de su hogar. En total, el llamado "archivo Mitrojin" tiene más de 50 mil páginas.
Cuando los equipos de investigadores del SIS comenzaron a analizar la documentación, no podían creer lo que estaban leyendo: nóminas e identidades reales y falsas de miles de agentes secretos rusos que estaban operando en Occidente y, sobre todo, las identidades de centenares de políticos de alto nivel de los principales países miembros de la Unión Europea que realizaban un doble juego al servicio de los rusos.
En Europa estalló un inmenso escándalo. El KGB había conspirado contra el propio secretario general del PC italiano, Enrico Berlinguer, impulsor del eurocomunismo, es decir, de un socialismo con rostro humano; había preparado al servicio secreto búlgaro para que atentara contra el papa Juan Pablo II; había reclutado a políticos de primera línea; había realizado un espionaje industrial a escala planetaria para tratar de reducir el retraso soviético en biotecnología, química industrial e informática, y un interminable etcétera de acciones subterráneas.
Sus espías cayeron en Occidente por centenares, varios miles huyeron como pudieron y abandonaron su riesgoso oficio, otros centenares de diplomáticos rusos fueron convocados de urgencia a Moscú para evitar su captura por el contraespionaje occidental.
Por cierto, a pesar de esas caídas en cadena, desapariciones intempestivas y regresos masivos como consecuencia de las publicaciones de partes del "archivo Mitrojin", los rusos siguen negando la autenticidad de los documentos entregados por el archivero, que murió apaciblemente en suelo británico el 29 de enero de 2004. Tenía 81 años de edad, una nueva identidad y su esposa y su hijo quedaban bien protegidos y con su bienestar asegurado.