Saburo Sakai

Kurt Meyer

09-03-2007

Tampoco te entiendo Fug ???

TITUS20050

09-03-2007

Exelente relato Top me encanto  :-[

josmar

09-03-2007

  ¡¡ Pero Fug..........!!

Gracias Topp. Yo tampoco conocía esa anecdota, y si la del transporte.

V. Wobst

09-03-2007

tremenda historia! gracias Topp

pérmítanme añadir otra historia extraída de http://www.airpower.maxwell.af.mil/apjinternational/apj-s/2006/1tri06/stevens.html

me tomé la libertad de resumirla un poco

Mi Padre y Saburo Sakai

Mi búsqueda empezó poco después de la Segunda Guerra Mundial. Era tan sólo un niño (probablemente entre los 10 y 11 años) cuando mi abuelo me contó la historia de cómo mi padre, el Teniente Coronel Francis R. Stevens, había muerto sobre los cielos de Nueva Guinea al comienzo de la guerra. En la primavera de 1942, Papá estuvo asignado a la División de Operaciones en el Departamento de Guerra, a la cual el Coronel Red Reeder, quien reemplazó a mi padre unos meses después, la llamaba como el puesto de mando del General Marshall. El General George C. Marshall, Jefe de Estado Mayor del Ejército de EE.UU., estaba preocupado por la falta de información acerca de las actividades del General Douglas MacArthur en el teatro del Pacífico. Los mensajes de MacArthur continuaban solicitando más de todo: más tropas, más equipo, más provisiones; pero proveían muy poca información valiosa con respecto a cómo MacArthur iba a utilizar esos suministros adicionales. El enfoque del buen General aparentaba ser que si él no le informaba al alto mando sus planes de acción, entonces ellos no podrían decirle que dejara de hacerlo. Así que el General Marshall decidió mandar a mi padre y a otro oficial sumamente calificado del Cuerpo Aéreo, el Teniente Coronel Samuel E. Anderson, en una misión para recolectar los hechos para averiguar qué estaba tramando MacArthur.

Para ese mismo tiempo, el Presidente Roosevelt, el Comandante en Jefe de todas las Fuerzas Estadounidenses, tenía el mismísimo problema con su comandante en el teatro del Pacífico. Y tenía otro problema con el que tendría que tratar: un protegido llamado Lyndon Baines Johnson, un joven que era miembro del Congreso del gran estado de Texas y era Capitán de fragata de la Reserva de la Armada, se había ofrecido como voluntario el 8 de diciembre de 1941, para ser reactivado al servicio activo. Johnson saltaba de impaciencia, deseoso de que se le asignara a un teatro de combate. Roosevelt no estaba muy feliz ante el prospecto de que sus congresistas y senadores se dirigieran al frente de batalla. Y siendo políticos, cuando uno lograra llegar al frente, el resto se sentirían obligados a hacer lo mismo en un intento de presentar una imagen de heroísmo y de un compromiso total de pelear las batallas lejanas de la nación. Por lo tanto, Roosevelt resolvió ambos problemas al enviar a Johnson a un deber temporal a Australia en la misma misión que Marshall había enviado a mi padre. Mientras el joven congresista estaba ausente de su puesto, el Presidente promulgó un edicto que prohibía a los miembros de la Cámara de Representantes y del Senado al servicio activo—ellos podían servir en el Congreso o podían optar por servir en la Fuerzas Armadas, pero no podían servir en ambos a la vez.

De izquierda a derecha: Lt CDR Lyndon B. Johnson, USNR, y Lt CDR Francis R. Stevens, USAAF, en Australia, 1942

A mitad del camino del Pacífico, los tres hombres se reunieron. Cuando se dieron cuenta que estaban ahí para llevar a cabo el mismo propósito, decidieron combinar sus esfuerzos y seguir adelante como un equipo. Ellos visitaron el cuartel general de MacArthur juntos, y juntos decidieron acercarse lo más posible al frente de guerra. Así que hicieron un desvío al sur de Nueva Guinea para participar en una misión de bombardeo sobre una base japonesa en la región norte de Nueva Guinea. Fue en esta misión que mi padre murió, cuando su avión fue derribado por un avión de caza Cero japonés.

Mi abuelo concluyó agregando que él creía que existían películas de esa acción enterradas en un archivo mohoso de la Fuerza Aérea. No presté mucha atención a esa sugerencia sino hasta 10 años después cuando, siendo un cadete de West Point, estaba en un viaje de verano para observar las operaciones en la Base Aérea Wright-Patterson en Ohio.

Durante una de las sesiones informativas que recibimos ahí, se nos dijo que en esa Base se alojaba uno de los archivos más grandes de la Fuerza Aérea. Hice una visita para ver si posiblemente tenían una copia de la película de cuando el avión de mi padre fue derribado. Armado tan sólo con la fecha y el lugar general del incidente, hice una pregunta en la recepción y me respondieron, después de una breve búsqueda, que no habían encontrado esa película. En una visita subsiguiente a los archivos en la Universidad del Aire en la Base Aérea Maxwell, Alabama, tuve resultados similares.

La siguiente etapa de mi búsqueda fue siete años después, cuando leía una revista, titulada Man’s World (El mundo del hombre), en una peluquería en Kaiserslautern, Alemania. En ella había un artículo titulado "The World’s Greatest Air Combat Photos" (Las mejores fotos del mundo del combate aéreo) en el que había una serie de fotos mostrando un avión bombardero bimotor como el de mi padre, que lo derribaban sobre el agua y como se estrellaba en ella. Escribí a la revista preguntándoles si podían identificar la fecha y el lugar de las fotos en cuestión. Ellos me respondieron enseguida para informarme que no tenían las respuestas a mis preguntas, pero me ofrecieron el nombre y la dirección del hombre que había escrito el artículo, un tal Martin Caidin (autor del Hombre de los 6 Millones de Dólares, Perdido en el Espacio, entre muchos otros libros, artículos de revistas, y estudios).

(...)

Arribamos para encontrar al señor Caidin y a otro escritor llamado Edward Hymiff, vestidos con camisetas y pantalones holgados, en una suite bastante espaciosa, cuyas paredes estaban cubiertas de hojas de papel, fotografías, pedazos de papel con anotaciones y otros datos. Resulta que los dos se habían escondido en ese cuarto por un buen tiempo, sin salir hasta que no terminara la historia de la carrera militar breve del primer Congresista que sirvió en la Segunda Guerra Mundial, y el único que estuvo en combate, el hombre que ahora era el Presidente de la Nación.

Tan pronto como me presenté y presenté a mi esposa, le dije al señor Caidin de nuestra correspondencia anterior y de mi plan de contactarlo para pedirle que aceptara la misión de encontrar las fotos (y de mi intención de remunerar sus esfuerzos), sobre lo cual él se apresuró a asegurarme que nunca pretendió aceptar ningún dinero por ese compromiso. Luego, él me llevó a una de las paredes que estaba cubierta de papeles y me mostró lo siguiente:

•Una serie de fotos del avión de mi padre cuando lo estaban derribando (las mismas fotos que habían sido el objeto de mi búsqueda).

•Una foto del hombre que voló el "Cero Japonés" que disparó las balas fatales, el famoso as, Saburo Sakai.

•Una foto de grupo de Sakai con los otros pilotos de su escuadrón de caza, tomada segundos antes de que las sirenas sonaran anunciando la inminente llegada de la escuadrilla de los B-26, que incluía al "Wabash Cannonball," el avión de mi padre.

•Una carta escrita por Sakai, contando en detalle los eventos que tuvieron lugar en tan corto tiempo entre la toma de esta última foto y cuando se estrelló el avión de mi padre en las aguas del Lae, al norte de Nueva Guinea–incluyendo una descripción segundo por segundo de cómo él había atacado al "Wabash Cannonball" y cómo lo había derribado.

Como se pueden imaginar, para mí fue un momento bastante emotivo.

Logré añadir una anécdota de interés para Caidin y Hymoff, la historia que he visto publicada varias veces desde entonces, de cómo mi padre terminó piloteando el avión de esa fatídica misión, en la que se suponía que Lyndon Johnson fuera el piloto. Lo que sucedió fue que Johnson originalmente se había subido al "Wabash Cannonball," pero se había olvidado llevar su cámara consigo. Mientras Johnson buscaba su cámara, Papá, ajeno a que Johnson planificaba sentarse en el lugar que estaba vació, se subió y tomó el lugar que su amigo acababa de desalojar. Cuando Johnson regresó a reclamar su puesto, Papá, de una manera despreocupada le dijo que iba a tener que encontrar otro avión en el cual viajar ese día. Tal como lo quiso el destino, el avión de Johnson tuvo problemas con el motor y nunca llegó al objetivo previsto, mientras que el "Wabash Cannonball" no iba a regresar de su misión. Y el resto, como dicen, es historia.

El siguiente capítulo de la historia es mi encuentro con Saburo Sakai unos 25 años después. Sabiendo quién había matado a mi padre, decidí conocerlo algún día. No hice un esfuerzo extraordinario para llevar esto acabo, pero sí mantuve mis ojos abiertos en caso de una oportunidad. La primera oportunidad vino 15 años después cuando asistía a la Escuela Superior de Guerra Aérea en Montgomery, Alabama, como un estudiante de intercambio del Ejército. Uno de mis compañeros de clase era Coronel (luego un General de División) de la Fuerza Aérea Japonesa. Él me dijo que conocía a Saburo Sakai y que si alguna vez iba al Japón, que él trataría de concertar una reunión con él. Sin embargo, antes de que pudiera aprovecharme de esta oferta, tuve la oportunidad de conocer a Sakai-san durante una serie de eventos que menciono a continuación.

En julio de 1987, tres años después de que me había retirado de mi carrera de 27 años en el Ejército, estaba viviendo con mi familia en Tacoma, Washington, donde nos habíamos mudado en busca de una nueva carrera en sistemas de computación. Un día, mi esposa encontró un artículo en el periódico local que mencionaba como Saburo Sakai había estado en los alrededores de Yakima, Washington, el fin de semana anterior como un invitado de honor en un espectáculo aéreo bastante grande. El artículo continuaba mencionando que ese show se llevaba a cabo anualmente y que a Sakai a menudo se le invitaba para que asistiera. El siguiente año, Nancy estaba al tanto del posible regreso de Sakai, y su vigilancia dio resultados. Un domingo por la mañana, ella abrió el periódico para darse cuenta de que una vez más Sakai iba a estar en el Espectáculo Aéreo de Yakima ese mismo día.

Inmediatamente le hablé a un vecino que formaba parte de la aviación en esa parte del país y él me facilitó el número de teléfono del encargado del Campo Aéreo de Yakima. Sin embargo, nadie contestó ninguna de las llamadas que hice a la oficina de ese caballero (aparentemente nadie permanecía en la oficina durante el espectáculo). Antes de que se bajaran los ánimos por esta serie de lamentables eventos, Nancy me puso una chaqueta y me dijo "vamos allá y veamos si nos podemos reunir con él sin ningún arreglo previo." Aunque me parecía que emprendíamos una persecución inútil de cuatro horas de duración, me subí al auto con ella y emprendimos el viaje hacia el otro lado de las Cascade Mountains, al centro del Valle Washington que aloja a la cuidad de Yakima y sus célebres huertos de manzana.

Cuando llegamos dos horas después, me dirigí hacia el primer policía y le pregunté dónde podríamos encontrar a Saburo Sakai. Él me dijo dónde se encontraba el pabellón VIP, y a la vez me informó que había habido una amenaza en contra de la vida de Sakai y que por lo tanto pensaba que iba a ser imposible que me dejaran verlo. Aunque un poco desalentado por esa noticia, nos dirigimos hacia el pabellón donde me encontré con un policía que parecía el personaje de revistas cómicas "Hulk", quien resultó ser el guardaespaldas de Sakai (y había sido bien escogido para esa tarea ya que medía 6 pies y medio de altura y pesaba por lo menos 250 libras, de lo que parecía ser puro músculo). Cuando le mencioné que quería ver a Saburo Sakai, él naturalmente me preguntó por qué. Incapaz de pensar en un motivo menos nefasto, le dije que Sakai había matado a mi padre hace unos 45 años atrás; y desde entonces me sentía obligado a conocerlo. El oficial me observó con sospecha (era de entenderse). Después de analizar mi pedido por varios minutos, aparentemente decidió que mi historia era demasiado inverosímil para ser nada más que la verdad. Entonces me dijo que no me podía prometer nada, pero que iba a tratar de concertar una reunión. Con ello, y después de registrarnos muy minuciosamente, nos dejó parados detrás del pabellón bajo la vigilancia de dos policías.

Pasaron varios minutos antes de que reapareciera. Él se dirigió directamente hacia nosotros y se inclinó para susurrarme en el oído, "Me debes una". A mis espaldas se encontraba un caballero japonés de semblante benévolo. Por fin había conocido al hombre que mató a mi padre.

Aunque él había viajado mucho a Estados Unidos y había enviado a su hija a estudiar en una escuela estadounidense, eventualmente concediéndole la mano de ella en matrimonio a un oficial del Ejército de Estados Unidos, él prácticamente no hablaba inglés. Afortunadamente, estaba acompañado por un intérprete, Jim Crossley, quien pasó los siguientes 20 minutos interpretando para nosotros, ya que Sakai-san primeramente pidió perdón por haber matado a mi padre y yo, a la vez, le aseguraba que no le deseaba nada malo ya que el acto se había hecho como parte de su deber como soldado.

El siguiente año, Sakai-san aceptó nuestra invitación de pasar la noche en nuestra casa el último día del Espectáculo Aéreo anual de Yakima. Él llegó por la tarde con una gran bolsa de golf y con una cartera pequeña que contenía toda su ropa de viaje. Resultó ser un huésped muy cortés, y un caballero muy ingenioso y agradable.

Empezó por preguntarme si yo poseía alguna prenda de vestir que había pertenecido a mi padre. Cuando le traje el suéter viejo de mi padre de West Point, el cual llevo conmigo desde la primera vez que me fui de casa para asistir a la Academia Militar, Sakai-san lo puso sobre la mesa y rezó una breve oración Shinto. Luego me explicó a través de la intérprete, una joven que ninguno de los dos había conocido antes, que esa oración, de un guerrero a otro a quien había matado, garantizaba la elevación de mi padre varios niveles en el cielo por encima de donde sea que sus méritos lo habían relegado. Aunque no soy una persona religiosa, me conmovió el gesto por parte de ese hombre tan fascinante, y a la vez me aseguró que de algún modo mi padre, de hecho, se beneficiaría substancialmente de esa ceremonia sencilla pero poderosa.

Es interesante destacar que, para este momento, la joven intérprete de descendencia japonesa—americana comenzó a llorar incontrolablemente y le fue difícil continuar con sus deberes de intérprete durante ese relato y otros subsiguientes—los cuales eran cada vez más interesantes y emocionantes. Esa serie de eventos fue completamente espontánea; aunque no pudo haber sido más dramática y emotiva si hubiese sido cuidadosamente orquestada por alguno de los maestros del teatro.

Luego Sakai-san sacó un casco de cuero de piloto, y una bufanda de seda blanca que él había usado el día que derribó el avión de mi padre. Aunque esto provocó un gran impacto muy emocionante no sólo en mí sino también en mi esposa y mis tres hijos, quienes estaban con nosotros en esa noche tan fascinante, lo que nos relató después fue aún más fascinante. Ese casco y esa bufanda las había usado varios meses después, el día que recibió dos balazos en la cabeza mientras estaba en combate sobre Guadalcanal, después de lo cual voló durante cuatro horas para regresar a su base en Rabaul. Era muy obvio por donde habían entrado las balas en su cabeza, una de ellas había rebotado desde la montura de metal de sus gafas, la segunda rompió el cuero del casco cerca de la sien. La idea de que sobrevivió esas heridas y que pudo continuar volando por cuatro horas más fue algo inconcebible.

Cuando nos mostró la bufanda, lo primero que notamos fue que estaba bastante deshilachada pero de una manera relativamente simétrica y nítida. El daño, en lugar de ser el resultado de los estragos del tiempo, había ocurrido en un encuentro breve y traumático. La explicación fue sencilla. La cubierta de su cabina había sido destruida durante el mismo ataque que había ocasionado sus lesiones; pero eso resultó ser una bendición ya que esto mantuvo una corriente de aire constante en la cabina, ayudándolo a mantener el conocimiento. Sin embargo, sus lesiones fueron tan severas que, más de una vez, para poder mantener el conocimiento tuvo que agravar su dolor golpeándose sus heridas. A pesar de ello, se desmayó varias veces sólo para ser despertado por la fuerza del viento que golpeaba su cabina a lo que su avión se iba en picada hacia el mar. Todo esto sucedió mientras su bufanda era azotada violentamente por la constante corriente del viento que soplaba por la cabina abierta. Aunque estaba muy deshilachada, el hecho de que permaneció en un solo pedazo fue testimonio de la habilidad artesanal de la persona que había tejido esas fibras de seda fina.

Sakai-san se mostró muy conmovido cuando le mencionamos que nuestra hija mayor estaba asistiendo a un entrenamiento de vuelo en preparación para ser piloto en la Fuerza Aérea Estadounidense. Él consideró esto como una continuación de la línea de guerreros—y para él fue muy importante porque era el campo de aviación. Y lo que fue más interesante aún para nosotros, en vista de la singular falta de progreso hacia el movimiento feminista en Japón en esos años, era que él estaba deleitado al descubrir que una mujer y no un hombre era quien se encargaría de continuar esa tradición en la siguiente generación. Mostrando un sentido progresista, aparentemente poco compartido por sus compatriotas, particularmente los de su generación, para él esto era algo de una nueva y mejor era.

Con esto, tomó la bufanda y rompió un pedazo de ella y me la entregó. Me encomendó que se lo diera a mi hija y le dijera que la llevara con ella dondequiera—que si lo hacía, los dioses que estuvieran presentes de seguro la protegerían de cualquier daño en el aire.

Con esto, la pobre intérprete nuevamente comenzó a llorar incontrolablemente—pero en ese instante todos teníamos lágrimas en los ojos.

Mi hija aún lleva consigo ese talismán tan poderoso; y, aunque todavía no soy un creyente de las cosas sobrenaturales, descanso más tranquilo cuando ella vuela, sabiendo que ella tiene ese pedazo de seda con ella.

Y así termina mi búsqueda, con un nuevo amigo, el hombre que mató a mi padre. 10 de julio de 1998.

Sakai en Rabaul para una mision en Guadalcanal en agosto de 1942

un saludo

Kurt Meyer

09-03-2007

Joder Wobst, que bueno. Muchas gracias por compartir la historia con nosotros. ;)

Saludos ;)

Topp

09-03-2007

Impresionante V. Wobst, casi me haces llorar con el relato.

Que fuerza y espiritualidad imprimen los actos de este genial piloto. Como honra y enaltece el status de guerrero al enemigo caido.

¿Por qué seremos los occidentales tan ... terrenales?

En fin, que buen hilo ha resultado.

Saludos.

Kurt Meyer

09-03-2007

Pues te voy a decir Topp, tengo lagrimas en los ojos.

Saludos

Topp

09-03-2007

Te creo Kurt, parece que no somos tan duros como queremos aparentar.

Saludos.

V. Wobst

09-03-2007

me alegro que les haya gustado, amigos.

pues si, a mi también me impresionó el relato. Y pensar que la guerra no nos tocó a nosotros de manera tan personal como a mucha gente.

josmar

10-03-2007

Si a alguien no le conmueve esta historia, es que en vez de corazón, tiene una piedra.

¡¡ Enhorabuena Wobst !!

V. Wobst

18-03-2007

Sakai-san hablando de su avión y sus tácticas

[flash=425,350]http://www.youtube.com/v/hNDIg4XKQBc[/flash]

V. Wobst

18-03-2007

aparte que es muy bueno verlo explicar las bondades y desventajas del Reisen, es increíble la historia de cómo llegó a su base cuando le hirieron en la cabeza  :o :o este tipo era grande entre los grandes

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