03-04-2006
Francisco Franco vivió su infancia en una familia de clase media de provincias, fracturada por el enfrentamiento entre su madre (conservadora, cristiana y abnegada) y su padre (liberal y violento a menudo con su esposa e hijos). De este dilema familiar probablemente nazca el primer instinto ideológico de Franco: su aversión hacia el liberalismo y su fidelidad al catolicismo.
Habría de marchar a Toledo, a la Academia del Ejército de Infantería, al ser rechazado en la Escuela de Marina de Ferrol. La educación militar era por entonces retrograda en lo político y pobre en lo militar. Sus miembros viven en una burbuja ajena al resto de la sociedad, hacia la que se fomenta la desconfianza.
Allí en Toledo, Franco recibe la noticia de la Semana Trágica de Barcelona. De estos hechos deduce que la sociedad civil no es digna de confianza y hace suya la creencia de que es al Ejército al que le corresponde salvar a España de su larga decadencia.
Nadie, hubiera creído en él para desempeñar la dirección de tamaña empresa. Franco fue en Toledo un estudiante del montón, licenciado en 1910 en el puesto 251 de los 312 estudiantes de su promoción que acabaron sus estudios, más disciplinado que brillante, más melancólico que popular.
La oportunidad de un militar tan mediocre, como la de tantos otros vendrá en las colonias y en las aventuras que estas ofrecen. La lucha por el control del Protectorado marroquí, una guerra permanente y fuente de frustraciones para los políticos españoles, es el renacer de Franco, que desde su desembarco en Melilla en 1912 liga su destino a África hasta 1926.
El joven militar destaca pronto por su entusiasmo hacia la causa colonial, por su determinación y sangre fría ante las situaciones de riesgo y por la contundencia con la que despacha al enemigo, las tribus independentistas rifeñas. Las crónicas lo retratan como un oficial meticuloso, generoso con los suyos y ambicioso. Los soldados marroquíes lo recordarían como a un español con baraka (algo más que suerte). Su prestigio tras importantes acciones militares, sube como la espuma. Tanto es así, que durante un corto destino en Oviedo se permite alternar con Carmen Polo, hija de una de las familias más importantes de la ciudad, sobreponiéndose incluso a los reparos iniciales de su familia. La boda se celebra en 1923 con el rey Alfonso XIII como padrino de bodas.
Franco, por aquellos años, empieza a cultivar un efímero perfil mundano, dedicado a saborear su prestigio de héroe de guerra entre los homenajes en el hotel Palace de Madrid y los perfiles ensalzadores de los periódicos conservadores.
Aquellos eran los años de la dictadura del Primo de Rivera. El ascenso de Franco a la categoría de general (el más joven del continente en su momento) y su creciente relevancia social minimizan sus críticas – que existen – hacia el mandato de Primo.
Su ascenso al generalato pondría fin a sus años africanistas. Instalado en Madrid, en un piso alquilado de la Castellana, el joven general pasa unos meses relativamente ociosos en los que frecuenta tertulias y lobbys en los que empieza a insinuar su interés por la política. Se cuenta que durante aquella época, Franco se permitirá dar consejos a los mismos ministros de economía de Primo de Rivera en materias tan complicadas como la política monetaria, avalado, simplemente, por su prestigio militar.
El Gobierno tenía misiones más importantes para Franco. En 1927, el propio Primo de Rivera le confía la labor de fundar y dirigir la Academia General Militar, una escuela unificada de los tres ejércitos. Franco acoge el encargo con gozo y pone en marcha un sistema de enseñanza que desde fuera es visto con horror. “Troglodita educación”, califica Ramón Franco, el discolo hermano aviador, la enseñanza que se imparte en Zaragoza. Sin embargo, los alumnos de la Academia que estudian a sus órdenes demuestran una fidelidad personal inquebrantable a Franco, que tendría mucho que ver en su posterior avance político durante los primeros meses de la Guerra Civil.
El enclaustramiento social al que se ve sometido el Ejército impiden una actuación en contra de la proclamación de la República, Franco se cuidará de mostrar su adhesión al nuevo régimen y marcará distancias con respecto a sus colegas más hostiles. Pese a ello, el descontento del general (y del Ejército) con el nuevo sistema va en aumento en los momentos iniciales, más por motivos personales que ideológicos. La reforma de las Fuerzas Armadas que emprende (y nunca concluye) Azaña desde el ministerio de Defensa es interpretada por todos los africanistas como un agravio personal. El propio Franco pierde varios puesto en el escalafón de los generales españoles. Poco después, se procederá al cierre de la Academia de Zaragoza, otro golpe más al orgullo de su director.
Ya por aquel entonces, Azaña calificaría a Franco como el general más terrible al que se tenía que enfrentar la República. Sin embargo, su negativa a participar en el golpe de Sanjurjo (vaticinando su fracaso) hace que el gobierno renueve su confianza en el ferrolés y lo intenta acercar a su causa. Azaña lo destina a las Baleares, pero en vez de una reconciliación consigue un distanciamiento con dicha medida.
La victoria cedista del 34 vuelve a poner en la escena a Franco. La derecha le tienta a entrar en política, pero no consiguen arrancar de él un compromiso. El sería el que diseñaría la tan criticada represión de la Revolución de Asturias, lo que le valdría volver a Marruecos y, ya en 1935, el ascenso a la Jefatura del Estado Mayor.
El gobierno del Frente Popular le retiraría su confianza y lo relegaría a las Canarias. Sólo desde ese momento se empieza a identificar con las derechas catastrofistas, comenzando a pensar que la única solución sería la destrucción de la República.
Franco se mueve con decisión y oportunismo en aquellos días tensos. Elude la vigilancia gubernamental y huye rumbo a Marruecos en el legendario Dragon Rapide. Ya con el alzamiento en marcha, el 19 de julio toma los mandos del Ejército africano.
Aunque de esta manera salta al protagonismo del alzamiento, no es ni mucho menos su jefe. El general Sanjurjo, exiliado en Portugal es la personalidad de más prestigio entre los militares. El general Mola, que dirige la rebelión desde Navarra, también le adelanta en jerarquía y relevancia. Franco sólo es uno más entre Kindelán, Queipo, Goded, Fanjul... Muchos de ellos desconfían de Franco por su no implicación en la Sanjurjada y su tardía incorporación al Alzamiento.
Pero Franco sería capaz de remontar estas adversidades. El fracaso parcial del Alzamiento siega la vida de algunos competidores por el poder como Fanjul, Goded o Sanjurjo. Aquí entraría en juego la ambición y oportunismo del general.
Atascado en el Estrecho de Gibraltar con su Ejército, sin poder entrar en la península, Franco gestiona personalmente el envío de ayuda de Italia y Alemania, lo que lo reconoce ante la opinión pública como jefe de los rebeldes.
Cuando Franco llega a Andalucía, sus tropas protagonizan un feroz y rápido avance, en contraste con los problemas en otros frentes. Su prestigio entre los oficiales sublevados (alguno ex – alumnos) y su ambición personal le valen para que su autoridad se acreciente en las reuniones entre los generales sublevados durante las primeras semanas del otoño de 1936. A finales de septiembre se decide unificar el mando de sus tropas bajo una Jefatura Militar única que habría de ocupar el mismo Franco. Una semana después de la famosa liberación del Alcázar de Toledo, asumirá la jefatura del Estado.
Cuando la guerra concluye, es un jefe de Estado perseverante que gobierna España con muchas de las cualidades que rigieron su vida como oficial. Con las mismas se mantiene a flote gracias a las rivalidades de las derechas. Haría suyo el mérito de la recuperación económica basada en políticas contrarias al proteccionismo que siempre había defendido. Su régimen se extendería durante cuarenta años de la historia de España hasta su muerte en 1975 el 20 de noviembre.