01-03-2006
En el cementerio militar de Newark, entre las tumbas de los aviadores caídos durante la contienda, se halla la del general Sikorski, jefe del gobierno polaco en el exilio. Tras su muerte se oculta uno de los más inquietantes misterios, nunca desvelados de la II Guerra Mundial.
Sikorski era un hombre de gran prestigio en Inglaterra y prueba de ello eran las constantes audiencias que tanto Jorge VI como Isabel y , por supuesto Winston Churchill le concedieron. Sin embargo su figura no era excesivamente querida por algunos círculos aliados. Sikorski trataba de evitar por todos los medios que su país fuera, una vez más en la Historia, objeto de trueque y sus gestiones resultaban a veces incómodas.
Sikorski, oprimido por funestos presagios acerca de un eventual convenio secreto entre Roosvelt, Churchill y Stalin, del que sin duda resultaría marcada la integridad territorial polaca, emprendió vuelo hacia los Estados Unidos a finales de marzo de 1942. A mitad del Atlántico se descubrió, bajo un saco de dormir, una poderosa bomba incendiaria, de las utilizadas por los pilotos de la RAF para destruir una avión antes de que cayese en manos enemigas. La bomba pudo ser desactivada a tiempo.
Un coronel de las fuerzas aéreas polacas se declaró responsable, manifestando curiosamente que sólo trataba de llamar la atención sobre un posible atentado contra la vida de Sikorski. En principio fue declarado enfermo mental. Poco después fallecía en Edimburgo atropellado por un camión en pleno día.
Un año más tarde Sikorski decidió trasladarse a Oriente Medio con el objetivo de limar las asperezas crecientes en el seno del Ejército polaco. Dos ministros de su gabinete le advirtieron por escrito que su vida peligraba si realizaba el viaje.
Sikorski persistió en su empeño, siendo puesto a su disposición un Liberator AL 523, pilotado por el teniente checo Edward Max Prchal considerado uno de los mejores aviadores del momento. Tras una escala en Gibraltar el trayecto hacia El Cairo transcurrió sin incidencias.
Al día siguiente algunos de los ministros polacos recibieron, no obstante alarmantes noticias telefónicas en Londres. “¿No saben lo ocurrido? El avión de Sikorski ha caído cerca de Gibraltar. Todos los pasajeros han muerto.” El gobierno británico tuvo que dar todo tipo de seguridades para que renaciera la calma.
Entre tanto Sikorski se entrevistó con diversos jefes militares y cuando se disponía a realizar una gira de inspección de algunas unidades militares recibió un telegrama de Churchill requiriéndole en Inglaterra. El 3 de julio de 1943 el general polaco emprendió el vuelo de regreso, llevando como piloto y por expreso suyo de nuevo a Prchal.
Sintiéndose algo fatigado Sikorski decidió pasar la noche en Gibraltar. Un grave problema se le planteó al gobernador británico, al expresar el mismo deseo el embajador soviético Maisky que limitara al máximo su estancia en el Peñón.
Al día siguiete a primera hora de la tarde el general pasó revista a un pequeño contingente de tropas polacos establecidas en el Peñón. Inmediatamente después el Liberator despegaba rumbo a Londres. Un miembro del SOE, radiotelegrafista por más señas, fue testigo del momento:
“Escuché un ruido de motores y después distinguí un aparato que volaba sobre el mar; sin duda acababa de despegar. Era un avión de gran tamaño, y aun no había alcanzado mucha altura, quizás no sobrepasaría los cien metros. De pronto, en cuestión de segundos, descendió sobre el agua con mayor rapidez, creo yo, que en una caída normal.”
En realidad había ocurrido una tragedia. Minutos después llegaban al puerto de Gibraltar tres cadáveres, entre ellos el del general Sikorski con una profunda herida en la cabeza.
¿Qué había ocurrido?. Según Prchal, que sólo había resultado herido, la palanca de mandos estaba agorrotada y tuvo que parar los motores para evitar una explosión. Ni éste ni ningún signo de sabotaje fue sin embargo descubierto por una comisión investigadora enviada por Londres al Peñón.
Entre tanto, expertos en buceo habían localizado ya la cartera negra de mano de Sikorski, en la que al parecer había varios documentos muy comprometedores. Las autoridades británicas se hicieron cargo de los mismos y nunca más se supo nada. El caso sigue abierto, las interpretaciones múltiples.
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