En lo personal, no participo de esa atracción por la Alemania nazi. Quizá el haber padecido 16 años de una dictadura fascista me ha privado los sentidos de percibir tales encantos..
Muy en boga actualmente en literatura está el género de las dístopías, algo parecido a los What if de los foros de historia. En este tópico, un grupo de escritores cometieron una serie de relatos cuya dominante es la idea de una Alemania victoriosa en la 2GM.
Estos relatos se publicaron en el libro “Hitler Victorioso”. Los relatos son en general olvidables pero la introducción al tema que hace Norman Spinrad es notable. Reproduzco a continuación gran parte de esta introducción, en donde se analiza en detalle la fascinación que ejerce aún hoy en día, la Alemania nazi.
“…Hace veinte años vi una tienda que vendía parafernalia nazi nada menos que en Ciudad de México. Y, más o menos en la época en que se publicó El sueño de hierro, Ballantine Books estaba teniendo un buen éxito con una serie de libros de bolsillo profusamente ilustrados sobre temas tales como uniformes de las SS y aeroplanos nazis de la Segunda Guerra Mundial. Mel Brooks es casi incapaz de hacer una película que no incluya alguna personificación de Hitler. Las pandillas de motoristas fuera de la ley llevan tiempo adornándose con atuendos pseudonazis. Tanto las chaquetas negras de cuero de la década de 1950 como muchos estilos punk actuales deben su inspiración a la moda de las SS.
Incluso el rostro del propio Hitler se halla grabado más profundamente en la consciencia (o inconsciencia) del público que el de cualquier otro ser humano que haya vivido a lo largo de toda la historia. Un óvalo vacío, la curva de un flequillo en cualquiera de los dos cuadrantes superiores, un bigote a lo Charles Chaplin, y todos sabemos quién es, ¿no?
Lo que no sabemos es cómo y por qué.
De acuerdo, Adolf Hitler fue uno de los más grandes asesinos de masas de la historia, pero Josef Stalin no se quedó a la zaga en lo que respecta a la policía secreta, campos de concentración y exterminios en masa. Como tampoco Torquemada, Atila el huno o Pol Pot se quedan mucho más abajo en la galería de monstruos históricos cuando los medimos por el número de víctimas.
Pero Adolf Hitler, de alguna manera elusiva, se halla a la cabeza de todos como el arquetipo del mal humano, y quizá como algo más incluso, puesto que hay una extraña cualidad ambigua en parte de su literatura, una complicada fascinación con, me atrevería a decir, algunas virtudes nazis.
¿Virtudes nazis?
Durante la crisis de los rehenes en Beirut, un negociador profesional llamado Herb Cohén destacó un hecho revelador: «Nadie está loco para sí mismo, no importa lo loco que pueda parecerle a usted». No parece probable que Hitler hiciera el mal a conciencia, o que el pueblo alemán le siguiera de una forma tan fanática porque estuviera consumido por el ansia autoconsciente de ser malvado. Hitler llegó al poder en una nación derrotada y humillada cuya economía se había colapsado en el desempleo masivo y una inflación desbocada. Al cabo de cinco años la moneda estaba estabilizada, la economía crecía vertiginosamente, Alemania era un líder mundial en tecnología, y el orgullo y la autoconfianza nacionales habían alcanzado el punto de la absoluta manía.
¿Cómo consiguieron esto Hitler y los nazis?
Leni Riefenstahl lo expresó de una manera perfecta en el título de un filme de propaganda que formó parte del proceso en sí y que constituye una auténtica obra maestra. Me refiero, naturalmente, a El triunfo de la voluntad.
Adolf Hitler, al parecer, fue un hombre que jamás tuvo la menor duda, y un hombre capaz de proyectar esta certidumbre tanto a sus subordinados como a las masas. A mediados de la década de 1930, por ejemplo, ordenó al doctor Ferdinand Porsche que diseñara lo que iba a convertirse en el Volkswagen, con motor trasero refrigerado por aire porque, proclamó, deseaba un coche para las masas que pudiera resistir el invierno en las grandes autopistas que planeaba construir en Rusia después de conquistarla. Incluso en las postrimerías en el bunker, con los complots como los de Himmler, Goering, Goebeels y compañía arremolinándose alrededor, ninguno de los conspiradores planeó en algún momento el derribo de der Führer; todos seguían planeando conseguir sus favores.
Éste era el corazón de la «ideología» nazi, el Führerprincip: una obediencia y una lealtad totales, y una confianza total en un líder heroico, de hecho divino, que era la mística Voluntad de la Nación encarnada. «Deutschland ist Hitler, Hitler ist Deutschland.»
Dada esta identificación del Führer y del Reich, proezas que parecen desafiar política y económicamente los límites de lo posible pueden realizarse sin problemas con una eficiencia absolutamente despiadada. La inflación puede ser dominada fijando un valor arbitrario a la moneda y reforzándolo con el poder de la policía del Estado totalitario. Un desarrollo masivo de las fuerzas armadas engulle todo el desempleo. Se halla un chivo expiatorio, se arrojan sobre él los problemas de la nación, y luego se le ejecuta ritualmente en las cámaras de gas.
Estamos tratando aquí con una especie de magia, no con una ideología. Hitler se envolvió deliberadamente con el manto de Fausto, de Siegfried, de Carlomango (aka Karl der Gröbe), y lo hizo todo con música de Wagner. En alemán, la svástica es la Hakenkreuz, la «Cruz retorcida», emblema del Anticristo no como la némesis del Bien sino como la antítesis del degenerado culto cristiano del Santo Pobre Hombre, el antiguo héroe guerrero germano, el Mesías del Heldesleben de Sangre y Hierro.
En privado, e incluso indirectamente en público, Hitler y el círculo interior nazi eran profundamente anticristianos, bárbaros paganos que consideraban la piedad, el perdón y la humildad como vicios que minaban la voluntad de la gente. La única tierra que se suponía que heredarían los mansos era una fosa común.
Quizás el antisemitismo de los nazis fuera un compromiso frustrado con las realidades políticas, porque ni siquiera Hitler fue tan lejos como hasta atacar frontal–mente la religión de la Alemania profundamente cristiana, excepto a través de sus progenitores subrogados, es decir, los judíos.
Pero, en el corazón de sus corazones, los nazis aspiraban ciegamente a extirpar este extraño y afeminado culto no germano a la paz y reemplazarlo con una versión germánica del bushido, el Código del Honor del Guerrero, la narcisista autoadoración de una Raza Superior autocreada que se alzaría por sí misma a la divinidad a través de su voluntad de hierro, de una Herrenvolk de superhombres faustianos, destinados por genes y sangre no sólo a gobernar, sino a trascender de la propia evolución humana.
¿Quién puede negar honestamente que hay un poco del sueño nazi en cada uno de nosotros? Porque, muy profundamente enterrado bajo las capas civilizadas de nuestros espíritus, ¿no hay acaso un ego desencadenado? ¿Acaso no todos nosotros, a algún nivel, nos consideramos como el héroe secreto de la historia? ¿Acaso nuestra especie no busca trascender de la evolución natural a través de la ciencia y la tecnología? De hecho, tras romper las cadenas del planeta, conseguir el acceso a los fuegos secretos del átomo, y empezar a jugar con el propio código de la vida, ¿no nos hallamos ya a más de medio camino? El superego puede mirarse la punta de la nariz ante las presuntuosas ambiciones de Fausto, pero el ego se ve a sí mismo como un héroe. Consideremos que Satán, el arquetipo del ego orgulloso y maligno, es conocido también como Lucifer, el Conductor de la Luz, o, en un avatar anterior, Prometeo, que robó el fuego sagrado de los dioses y puso su destino en manos de los hombres.
Hitler, el místico pagano profundamente anticristiano, aficionado a la astrología, fan de Wagner, y pretendido superhéroe fáustico, sabía ciertamente todo esto a algún nivel, sino en esos términos. Y Hitler, el manipulador maestro de los medios de comunicación de su época, gastó ciertamente mucho tiempo, energías, dinero y atención elaborando sistemas de símbolos, ceremonias, esquemas de color, arquitectura, e incluso uniformes, que encajaran y capturaran la carga libidinosa encerrada en este interior nazi del ego.
Si el cristianismo es esencialmente un culto que refuerza las virtudes del superego de la humildad, la contención, la empatía y la caridad, entonces, en términos cristianos, el nazismo puede calificarse ciertamente como un culto satánico, que celebra virtudes (y pecados cristianos) tan egoístas como el orgullo, el poder, la venganza, la crueldad, la voluntad y, finalmente, el pecado central de Lucifer, el anhelo de trascender a la creación de Dios y conseguir para sí mismo la divinidad.
Resulta interesante constatar que tanto el cristianismo como el nazismo suprimen las expresiones naturales del impulso sexual con la finalidad de capturar sus energías para servir a sus propios fines. El cristianismo canaliza este impulso libidinoso embotellado hacia la liberación orgásmica y lo enfoca hacia sí mismo como el único camino hacia el auténtico éxtasis trascendente. El nazismo lo canaliza en un militarismo fetichista sexualmente cargado y en una violencia al servicio del Estado expansionista.
Así el francamente fálico saludo nazi, los ajustados uniformes negros de las SS, las calaveras plateadas, los dos rayos gemelos, el bárbaro esplendor de las antorchas, la incitante música marcial, la «División Licántropo» de las SS, el absolutamente obsesivo y retorcido satanismo de los sistemas de símbolos nazis, mientras los superhombres en sus atuendos negros y cromados alzan rígidamente sus brazos derechos y, con los culos prietos y el fuego ardiendo en sus ojos, avanzan a sodomizar al mundo.
Lo cual explica por qué, cuarenta años después de la muerte del nazismo como fuerza política o ideología coherente, personas sin una percepción histórica o sin la menor conexión con la cultura o las teorías del Tercer Reich, incluso judías, se sientan aún atraídas por el sistema de símbolos nazi, se sienten aún fascinadas por su difunto sumo sacerdote, Adolf Hitler.
Si alguna vez puede decirse que sólo ha existido una guerra, una guerra inevitable, y una guerra en la que las fuerzas de la Luz triunfaron clara y completamente sobre las fuerzas de la Oscuridad, ésa es la Segunda Guerra Mundial. Y, sin embargo...
Y, sin embargo, cuarenta años después del Armagedón, ¿nos hallamos en el Milenio?
Difícilmente. Una vez más, vemos al mundo polarizado entre dos campos armados, dos ideologías, dos sistemas de moralidad, y cada uno se considera el depositario de la virtud y la vanguardia de la evolución humana, y cada uno considera al otro «El Imperio del Mal». Irónicamente, estos dos campos fueron aliados contra los nazis, aunque fue el occidental el que, en un determinado momento, vio a la Alemania nazi como una fuerza que esgrimir contra la Unión Soviética, y aunque la Segunda Guerra Mundial empezó esencialmente con un pacto entre Hitler y Stalin para apoderarse de Polonia.
Además, ambos lados poseen ahora este poder fáustico definitivo en el que Adolf Hitler sólo pudo soñar, el poder de la vida y la muerte sobre la civilización, la raza humana, de hecho quizás incluso sobre la propia biosfera del planeta.
La Segunda Guerra Mundial fue una confrontación que a muchos de nosotros nos gustaría ahora contemplar. Si Hitler hubiera invadido Inglaterra en 1940, cuando estaba sola, en vez de atacar la Unión Soviética y abrir un Frente Oriental, si Japón no hubiera atacado Pearl Harbor, y arrastrado así a los Estados Unidos a la guerra, si el Tercer Reich hubiera resistido un par de años más, hasta disponer de ojivas de combate nucleares para los proyectiles balísticos intercontinentales que estaba desarrollando al final de la guerra...
¿Dónde estaríamos todos nosotros ahora?
¿Nos habríamos extinguido como civilización o incluso como especie, tras haber precipitado un invierno nuclear?
¿Hubiera evolucionado una Europa nazi o incluso un mundo nazi hacia un barbarismo neomedieval? ¿Hubiera evolucionado a una Pax Germánica que habría acarreado una paz forzada al mundo? ¿Ondearía ahora la bandera con la svástica en la Luna y Marte? ¿Se habrían apoderado Alemania y Japón de los Estados Unidos a lo largo del Mississippi? ¿Serían ahora Japón y los Estados Unidos islas aisladas en medio de un mar mundial nazi? O, décadas o siglos después de una victoria nazi, ¿volveríamos a estar empeñados como siempre en el juego de las naciones–Estado?”
Fin de la cita.
Saludos…
Nota, me parece que esto ya lo habia posteado antes pero no lo encontre...