07-10-2012
Hace 92 años que acabó la Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra como se la conoce, aunque la Grande, Grande, Grande fuese otra. Algunos historiadores las consideran la misma, con un pequeño armisticio entre ellas, ya que el cierre de la Primera dio origen a la Segunda.
La batalla que puso fin a la Primera Guerra Mundial terminó bruscamente. Los comandantes alemanes Hindenburg y Ludendorff se dieron cuenta de que no podían ganar, estaban rodeados por los aliados, el descontento cundía en las ciudades alemanas y había síntomas de subversión en el frente.
Cuando Ludendorff comunicó a sus hombres la rendición, los oficiales se quedaron boquiabiertos. El coronel Albrecht von Thaer escribió: «Sus palabras tuvieron un efecto inenarrable. Mientras Ludendorff hablaba, se podían escuchar sollozos y quejidos... Yo estaba a la izquierda del director general von Eisenhart. Nos dimos la mano de forma instintiva... Casi se la destrozo... Le dije: «Excelencia, ¿es eso cierto?» Ludendorff permaneció impasible y, esbozando una triste sonrisa, me dijo: «Desgraciadamente sí. Así están las cosas y no veo otra salida».
Pero el alto el fuego llegó demasiado tarde para algunos. El poeta Wilfred Owen había muerto una semana antes y sus padres recibieron la noticia en su casa de Oswestry, justo cuando las campanas tocaban para celebrar el Armisticio.
El soldado Louis Harris, de Leeds, que había servido dos años en el frente, fue fusilado por deserción cuatro días antes del Armisticio.
El sargento D'Heller, del 415 Regimiento francés, que había retrasado su permiso para ir a ver a su hijo recién nacido, «porque no era el momento de abandonar a sus compañeros», fue asesinado la noche del 10 de Noviembre.
La misma mañana del 11 de Noviembre se produjeron algunas bajas, a pesar de que la noticia del alto el fuego se propagó con gran rapidez. A algunos no les gustó nada. Gunner Worsley, de la Artillería Real, estaba en ese momento en la casa de una mujer francesa y afirmaba: «La mujer no quería que la guerra terminara, seguía gritando: "¡Berlín, Berlín!" como si nos hubiéramos rendido demasiado pronto. Quería venganza. Le contesté que yo hubiera podido morir y me dijo: "Ça ne fait rien" (no importa).
Algunos creían que todavía tenían que demostrar algo. Cerca de Verdún, la batería del capitán de artillería del Ejército norteamericano Harry Truman, que después sería presidente, siguió disparando hasta las 10:45 de la mañana. Estaba probando unos proyectiles de largo alcance.
A las 11.00 en punto, un pelotón del segundo destacamento de Middlesex estaba situado justo enfrente de una posición alemana: «No nos resultó fácil convencer a los hombres de que no debían atacar. Ellos decían que no se enteraría nadie y que era una lástima no matar a unos cuantos alemanes más».
En Lessines, el general de brigada Bernard Freyberg dirigió una carga de caballería a las 10:55 y escribió a Churchill diciendo: «Ha sido la mejor forma de acabar mi guerra, persiguiendo alemanes por las calles, estoy seguro de que le hubiera gustado». Se le otorgó un galón más por esta última acción.
En el frente, el escritor John Buchan estaba con las tropas sudafricanas: «Dos minutos antes de que dieran las 11.00... vieron una ametralladora alemana. Después de disparar una cinta entera, el soldado se levantó, se quitó el casco, saludó y se fue andando a la retaguardia».
Dos minutos antes del alto el fuego, fuera de la ciudad de Mons, el soldado canadiense George Price se agachó para coger las flores que le ofrecían unos niños belgas. Se quitó el casco y un francotirador alemán le disparó a la cabeza. Se cree que fue la última baja de los aliados.
La reacción al alto el fuego no produjo el mismo efecto en todo el mundo: «Hasta que Alemania no presente su rendición incondicional, sería un gran error abandonar», escribió el capitán F.S.G. Barnett en una carta a su familia.
«Dos victorias en un día», escribió un soldado australiano. «Hemos ganado la guerra y hemos derrotado a la Quinta Compañía de Operaciones en un partido de fútbol, así que la noticia del Armisticio ha pasado a un segundo plano».
El cabo Flowers de la sección de transporte motorizado había conseguido salir vivo de la contienda. «Estábamos todos los compañeros, celebrando la buena nueva, hablando... El oficial se acercó a mí y me dijo que tenía que hablar conmigo. Una vez en su despacho me preguntó: "¿Ha tenido noticias de su mujer estos últimos días?" Le contesté que había recibido una carta el día anterior en la que me decía que se había ido a cuidar a su madre, enferma de gripe.... y me cortó. Le dije: "No irá a decirme lo que estoy pensando”. “Me temo que sí. Tengo aquí un telegrama en el que dice que ha fallecido". Me desmayé en sus brazos».
En París, el primer ministro George Clémenceau, de 77 años, se fundió en un abrazo con su eterno rival, el presidente Raymond Poincaré, y gritó: «¡Hoy he besado a más de 500 chicas!».
En St. Hippolyte du Fort, Marcel Barral recuerda: «Las campanas empezaron a tocar... Los alumnos salieron de las clases y se precipitaron a la tienda de Lamouroux... Compraron todo tipo de petardos y cohetes».
Pero uno de los chicos estaba triste: «Todos estáis contentos. Vuestros padres van a volver, pero el mío está muerto».
En un hospital militar alemán un tal Adolf Hitler, que se recuperaba de un ataque aéreo que le había dejado temporalmente ciego, se retorcía en su cama: «Metí la cabeza debajo de las sábanas... Todo había sido en vano... Aquellas noches sentí un gran odio. Odiaba a los que eran esponsables de aquella rendición... Esa noche decidí que si recobraba la vista, me metería en política».
Fuentes: La Primera Guerra Mundial ,de Verdun al Final
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