La controversia Yamamoto

leytekursk

15-04-2008

  Introducción.

                        Más allá de la natural y ya de por sí interesante controversia que pueda provocar la muerte de Yamamoto, en el sentido de determinar si fue un frío y planificado asesinato, o un acto de guerra más,  los post siguientes se centran en la polémica que se generó entre los pilotos americanos Tom Lanphier y Rex Barber sobre el dudoso honor de haber sido quien derribó el avión del Almirante.

                  La polémica se originó en parte debido al secreto de la misión, la cual continuó siendo secreta hasta mucho tiempo después de realizada. La US Navy temerosa de que los japoneses supieran que estaban descifrando sus códigos no admitió la misión hasta terminada la guerra, cuando ya la polémica estaba instaurada. En un principio se admitió la existencia de tres bombarderos japoneses (esto se entenderá cabalmente más adelante) y se optó salomónicamente por dar medio crédito a cada piloto en disputa por el avión de Yamamoto…

              Pero las cosas se complicaron cuando en abril de 1967 la conocida revista Selecciones del Reader’ Digest publicó el artículo del piloto Tom Lanphier “Yo derribé a Yamamoto”  el  cual transcribo a continuación en su totalidad:

 

YO  DERRIBE  A  YAMAMOTO

Thomas Lanphier

Era un día inquieto y lluvioso en el cementerio de Arlington, en los alrededores de Washington, y el viento frío jugaba con la bandera que envolvía el féretro de mi hermano.  Ante la tumba nos habíamos congregado, mis padres, mi otro hermano, Jim, y yo.  Cuatro años hacia que había terminado la segunda Guerra Mundial, pero acababan de traer de la zona del pacifico sur el cadáver de mi valeroso hermano menor, Charles.  Mientras escuchaba las palabras del capellán, pensé en la extraña manera en que la vida de mi hermano y la mía se enlazaron en una remota isla del archipiélago de las Salomón (la siniestra Boungaville de forma de violín) y con un hombre a quien ni el ni yo vimos jamás: el Almirante Isoroku Yamamoto, comandante en jefe de la Marina Imperial Japonesa.

Cuando el ataque a Pearl  Harbor comprometió a los Estados Unidos en la guerra, fue casi inevitable que Charlie y yo nos hiciéramos aviadores, pues nuestro padre había sido uno de los primeros oficiales de la Fuerza Aérea en la Primera Guerra Mundial.  Charlie estaba haciendo los cursos de piloto de caza con la Infantería de Marina cuando a mi me mandaron a Guadalcanal con una escuadrilla de cazas P-38 del ejercito.   Un día de marzo de 1943, al regresar de una patrulla de combate, oí en la radio una voz conocida.  ¡Era Charlie¡  Estaba también en el aire sobre Guadalcanal, de regreso de una misión.

En las semanas siguientes nuestros caminos se cruzaron con frecuencia.  Una vez hasta combatimos contra la misma formación de zeros;  en otra ocasión ayude a salvarlo porque tuvo que saltar en paracaídas sobre la isla de Santa Isabel, también de las Salomón. Pero esa es otra historia.

¿GUERRA O ASESINATO?...

Por la tarde del 17 de abril de 1943 recibí ordenes de presentarme en el refugio de operaciones de Henderson Field. Llegue con el mayor John Mitchell, jefe de la escuadrilla de combate 339 y primer as de la aviación en Guadalcanal.  Apenas entramos en el guardado refugio comprendimos que ocurriría algo muy importante, pues allí estaban todos los mas importantes jefes de la isla.

Un comandante de la Infantería de Marina, con expresión grave, nos paso un cable marcado con la palabra “secreto”.

“Yamamoto y su estado mayor llegarán a Boungaville por aire abril 18” decía el despacho. “La escuadrilla 339 debe hacer máximo esfuerzo interceptar y destruir.  El Presidente atribuye suma importancia a esta operación”.  El mensaje explicaba enseguida que Yamamoto y los suyos irían escoltados por seis zeros, y daba el itinerario detallado del vuelo.  Estaba firmado “Frank Knox” (el secretario de marina de los Estados Unidos).

¡Con razón estaba tenso el ambiente¡  Yamamoto no solo era el jefe de la marina japonesa sino el forjador del alevoso ataque contra Pearl Harbor, que inutilizó la flota norteamericana del Pacifico y mató a unas dos mil personas.  Mitchell y yo nos miramos. Boungaville quedaba a 500 kilómetros de distancia, y en Guadalcanal los únicos aviones que tenían suficiente autonomía de vuelo para poder interceptar a Yamamoto eran nuestros Lockheed Lightning.

Yamamoto tenía entonces 59 años.  Era un hombre fornido, de rostro de piedra, artífice de la moderna Marina Japonesa.  Perfeccionó las técnicas de combate nocturno y los torpedos, que tantos buques costaron a nuestras fuerzas.  Como precursor de la aviación, ayudo a perfeccionar el mortífero avión de caza zero, y su confianza en el portaaviones favoreció la revolución de la guerra naval.

Por ironía del destino, Yamamoto era un gran admirador de los Estados Unidos.  Había sido un brillante alumno de la Universidad de Harvard, y muy querido cuando fue agregado naval en Washington;  hablaba el ingles correctamente, le gustaban el poker y el béisbol; en fin, los círculos ultra militaristas japoneses lo consideraban tan amigo de los Estados Unidos que alguna vez amenazaron con asesinarlo.  A pesar de todo, cuando el Ejército obligó al Japón a entrar en guerra con los Estados Unidos, Yamamoto dirigió la Marina con su peculiar habilidad y devoción.

El acuerdo de atacar el avión en que viajaba, no se tomó a la ligera. Se había presentado aquella oportunidad gracias a una circunstancia que se guardó como uno de los mayores secretos de guerra:  los criptógrafos norteamericanos habían logrado descifrar la clave japonesa lo que nos permitía enterarnos de los mensajes cifrados del enemigo.  Cuando se supo que Yamamoto se pondría al alcance de nuestros aviones, se consultó con el presidente Roosevelt, lo mismo que con el jefe de la marina, Almirante Ernest King.  Derribar al almirante japonés ¿seria una acción de guerra o un asesinato?  El quid de la cuestión estaba en la pregunta que hizo el almirante Chester Nimitz:    -¿Tiene el Japón con quien reemplazarlo?

Todos estuvieron de acuerdo que no tenia sustituto, puesto que Yamamoto era un elemento vital para el esfuerzo bélico del enemigo, había que eliminarlo.

LA PUNTUALIDAD DEL ALMIRANTE.

En  el refugio de Guadalcanal se discutió vivamente cual seria la mejor manera de llevar a cabo este cometido. Yamamoto debía llegar a la gran pista de aterrizaje de Boungaville, a las 09:45 de la mañana siguiente. Resolvimos finalmente interceptarlo en su vuelo diez minutos antes, en un punto situado a 55 kilómetros al Norte.  Aquello era correr un albur muy grande, pues solo contábamos con 18 aviones para la operación, mientras que los japoneses tenían más de 100 en Kahili.  Además, aun con depósitos adicionales de gasolina, no podríamos llevar suficiente combustible para permanecer mucho tiempo sobre la zona del objetivo.  Para contar con una remotísima  probabilidad de buen éxito, era necesario ejecutar la misión con precisión cronométrica.

Poco después en una colina cubierta de hierba, cerca del aeródromo, el mayor Mitchell nos dio instrucciones:

  • Despegaremos a las 07:25 –nos dijo- .  Mi escuadrilla, con 14 aviones, permanecerá a 6.000 metros para hacer frente a los cazas de Kahili.  La escuadrilla Lanphier, con cuatro aviones, volara a 3.000 metros para interceptar la formación de Yamamoto.

Un oficial de inteligencia del ejercito recalco que Yamamoto era muy importante para la marina japonesa, y que su perdida seria un golpe gravísimo para el espiritu de combate del enemigo    - Es un amante de la perfección –agrego el oficial- nuestro servicio secreto insiste en la puntualidad del almirante. Es preciso que ustedes también sean puntuales.

El domingo 18 amaneció un día claro, pero húmedo en Guadalcanal. Al rodar sobre la embarrada parrilla de acero de la pista alcance a ver a mi compañero de ala, teniente Rex Barker, que me hacia un ademán de saludo y me sonreía.  Exactamente a las 07:25, Mitchell rodó por la pista y despego.  Barker y yo lo seguimos

pero a uno de los otros dos aviones de mi grupo se le reventó un neumático en la pista; y en el segundo, los depósitos del fuselaje no estaban alimentando debidamente el combustible.  Se acababa de iniciar la misión y ya habíamos perdido dos aviones.

Mitchell ordenó a su segundo elemento –los tenientes Besby Colmes y Raymond Hine que pasaran a mi grupo. Así todos pusimos proa al norte, volando a ras de las olas para evitar ser descubiertos por el radar del enemigo.  Describíamos un arco en zigzag en dirección de Kahili.

MIEDO BAJO EL SOL.

Volando bajo el ardiente sol de la mañana, nuestra apretada formación de 16 Lightnings mantenía la radio en absoluto silencio. Durante casi dos horas no vimos tierra. Yo sentía el miedo que se siente siempre antes de entrar en combate. En casi cien misiones de guerra había aprendido que hay diversos grados de valor; unos días un piloto esta más dispuesto que otros a arriesgar la vida. Esta vez yo sentía que todos estábamos dispuestos a arriesgarlo todo.

Al fin divisamos las Islas del Tesoro en el horizonte, al noroeste, y en seguida, Boungaville, gran isla cuya enmarañada selva llegaba hasta el borde del agua. Cuando cruzamos la línea de la costa, Mitchell empino la proa de su avión para encabezar el ascenso de su escuadrilla hasta 6.000 metros de altura, y yo seguí con mi grupo hacia el nivel de 3.000 metros.  Mire el reloj de mi tablero de instrumentos: eran las 09:33 de la mañana.

Las 09:34…un minuto para llegar al objetivo. Mientras subíamos tendí la mirada por la inmensidad del cielo, pero no se veía nada, fuera de unas pocas nubes cúmulos.  Seguramente los aviones japoneses que llegaban o salían de Kahili nos descubrirían en cualquier momento. ¿Dónde estaba el puntual almirante?

Instantes después un piloto de la escuadrilla de Mitchell rompió el silencio.  –avión enemigo  Altura a las diez (esto es, que el avión descubierto va mas alto con relación al descubridor, y en esa posición de las agujas del reloj).

En efecto, en la lejanía apareció una formación de puntos en V. Cuando se fueron acercando pude identificarlos: eran dos bombarderos bimotores enemigos escoltados por seis zeros. Mi reloj señalaba las 09:35.  El almirante cumplía su horario con toda precisión  y nosotros también.  El esfuerzo concentrado de incontables personas nos había llevado a este punto preciso del vasto Pacifico. Ahora todo correría por nuestra cuenta.

RAFAGA DE BALAS.

  Dejé caer los voluminosos depósitos del fuselaje y me prepare para atacar. Delante y arriba de nosotros, la formación japonesa venia a nuestro encuentro todavía sin habernos visto.  Súbitamente nos fallo la buena estrella: Colmes, guía de mi segundo elemento, no podía soltar los depósitos del fuselaje. Haciendo dar al avión fuertes sacudidas para ver si así se desprendían, se alejó siguiendo la línea de la costa, y su compañero de ala, Hine, no tuvo mas remedio que retirarse con él. Nos quedamos solos Barber y yo para dar la batalla.

Estábamos como a un kilómetro y medio de la formación japonesa y acercándonos velozmente, cuando nos descubrieron los zeros. Soltando sus depósitos de fuselaje, picaron para interceptarnos. El bombardero guía trataba de escapar lanzándose en picado hacia la selva, mientras el segundo se lanzo directamente hacia nosotros.  Al arrojarme tras el primero de los bombarderos, tres zeros se me vinieron encima. Tiré de la palanca de mandos para encañonar con mis ametralladoras al primero de los zeros, y estuvimos a punto de chocar antes de que mi ráfaga de balas le cercenara una de sus alas. Giró en el aire debajo de mi, envuelto en humo y llamas. En ese instante, en un ascenso casi vertical di una vuelta, de campana para buscar al bombardero guía que había perdido de vista durante el combate.

El pánico tiene efectos maravillosos en la agilidad de la visión. De un sólo vistazo me di cuenta que Barber peleaba con unos zeros mientras que otros dos cazas enemigos me atacaban a mi. Enseguida vi una sombra verdosa que pasaba sobre las copas de los árboles: era el bombardero que casi las rozaba. Lo seguí, bajando también al nivel de los árboles y empecé a dispararle una larga y continua lluvia de balas.  Se le empezaron a incendiar el motor y el ala derecha; en seguida se desprendió ésta y el bombardero se estrelló en la selva.

Mientras tanto, Barber había derribado al otro bombardero sobre el mar . Era hora de alejarnos de allí lo mas pronto posible.

Deslizándome sobre la selva y haciendo zigzags trataba de escapar de los zeros que me perseguían. De pronto me cegó el polvo, sin querer había volado sobre una esquina del aeródromo de Kahili, donde se levantaba la polvareda de un enjambre de cazas japoneses que se apresuraban a elevarse. Volé derecho, atravesé la bahía y Salí al mar abierto; una vez allí, puse al Lightning en ascenso veloz (para eso había sido construido) y poco a poco dejé atrás los zeros.

PLUMAS DE PAVO REAL.

El vuelo de regreso fue emocionante. A algunos nos había alcanzado el fuego enemigo y a todos nos escaseaba el combustible. Yo aterricé el último en nuestra escuadrilla y tenía vacío el depósito de combustible cuando paré.  Una muchedumbre de aviadores, mecánicos y soldados corrieron al avión, me sacaron y me deban palmadas en la espalda, me sentí como un futbolista que acababa de meter un gol.

Barber también había tenido éxito. Además del otro bombardero derribo dos zeros. También perdimos un hombre. Ray Hine , buen amigo y gran aviador.

Esa noche cenamos carne asada, retoños de bambú y cerveza helada, como obsequio del general Collins y recibimos un mensaje del almirante Halsey, jefe de las fuerzas navales norteamericanas en el Pacifico Sur.  “Felicitaciones comandante Mitchell y sus cazadores” decía: “parece que uno de los patos que han cazado era un pavo real”.

IRONIA DE LA GUERRA.

Solo después de la guerra vinimos a conocer en detalle los resultados de nuestra misión. El bombardero derribado por Barber cayo al mar y los almirantes Ugaki y Kitamura fueron rescatados gravemente heridos. El otro bombardero se halló en la selva, y en su interior, el cadáver del almirante Yamamoto, todavía apretando en su puño su espada ceremonial. Llevaron sus cenizas a Tokio donde millones de japoneses asistieron al entierro oficial: fue la mayor manifestación de duelo nacional desde el funeral en Londres, del Almirante Nelson.

Un mes después de su muerte, Tokio confesó por fin que Yamamoto había perecido; pero mientras duró la guerra, los Estados Unidos no revelaron ningún detalle de lo sucedido. Había para ello dos razones. Por una parte se temía que si se divulgaba el meticuloso cuidado con que se planeó la operación, el enemigo comprendería que su clave había sido descifrada. La segunda razón del silencio oficial me tocaba a mi más de cerca.

Justamente dos meses después del episodio, mi hermano Charlie, que ya se había apuntado cuatro zeros derribados en combate, encabezó un grupo de ocho Corsairs en una incursión para barrer con fuego rasante ese mismo aeródromo de Kahili en Boungaville.  Fue derribado casi en el mismo punto donde yo derribé a Yamamoto. Sin embargo, Charlie sobrevivió, y lo mandaron a un campo de prisioneros en Rabaul. Nuestro gobierno no revelo que yo había matado a Yamamoto por temor de que los japoneses tomaran represalias contra Charlie.  Mi hermano murió de gangrena, precisamente dos semanas después de que la infantería de marina liberara a los prisioneros.

Mientras permanecía con mi familia bajo la lluvia en el cementerio de Arlington, durante el servicio fúnebre en el entierro de Charlie, sentí más profundamente que nunca la tragedia y la inutilidad de la guerra.  ¡Que ironía –pensé- que yo hubiera derribado al almirante Yamamoto sobre Kahili y que Charlie hubiese sido derribado casi en el mismo punto! Me preguntaba, entristecido, si esta humanidad que con su razón se ha abierto hasta la energía atómica, llegaría algún día a la paz genuina.

 

                      Thomas Lanphier

Continuará...

                       

                                   

leytekursk

15-04-2008

  Rex Barber, el otro piloto que compartía los honores del derribo, inició de inmediato una campaña en reivindicación de lo que él consideraba una injusticia. Dado el poder mediático de la revista Selecciones del Reader's Digest, se había impuesto a Lanphier como autor del derribo.  Incluso se creó una sociedad de ayuda a Barber, la "Second Yamamoto Mission Association" (SYMA), quienes incluso iniciaron acciones legales o objeto de reivindicar a Barber como autor del derribo, sin grandes resultados.

    El único testimonio directo de Barber que he encontrado es una entrevista...la traducción es mía por lo que no apuesten el sueldo a ella, pero creo que no tiene grandes yerros.

   Vamos pues con el testimonio de Barber:        

 

¿Quién derribó a Yamamoto?

   Una entrevista al Coronel Rex Barber por Blaine Taylor

     

      A principios de abril de 1943, el almirante de Flota Isoroku Yamamoto fue interceptado en el aire por cazas americanos sobre mar abierto y asesinado en un arriesgado ataque. Uno de los hombres que participaron en esta misión fue el Coronel (R) de la US Air Force, Rex T. Barber.

        Barber :

En la mañana del 14 de abril de 1943, la inteligencia naval en Hawai interceptó, decodificó y tradujo un mensaje relativo a los movimientos del Almirante Yamamoto y de su plan de inspeccionar las avanzadas de sus tropas estacionadas en Bougainville y las islas Shortlands.  El mensaje decía: “A las 06:00 salida desde Rabaul en un bombardero mediano acompañado de seis cazas. A las 08:00 llegada a Ballale saliendo inmediatamente para las Shortlands en un caza-submarinos llegando a las Shortlands a las 08:40….”  El resto del mensaje daba detalles menores acerca del viaje, pero lo importante era que sabíamos exactamente cuando llegaría, adónde, y con qué escolta contaba.

                      El Almirante Nimitz ordenó el ataque decisión que fue respaldada por el Secretario Naval Frank Knox y por el Presidente Franklin D. Roosevelt.   

Taylor:

¿Por qué fue seleccionada su unidad por sobre las otras de Guadalcanal para esta misión?

      Barber:

Nosotros éramos los únicos que teníamos aviones con el rango suficiente para alcanzar Bougainville, donde Yamamoto había programado aterrizar. La ruta que nuestro comandante, el Mayor John Mitchell había planificado, era de 425 millas mar abierto y al límite de nuestras posibilidades

      La marina quería acabar con Yamamoto mientras navegara en el caza-submarinos, después que hubiese aterrizado y mientras estuviera en camino a las Shortlands. El Mayor Mitchell insistió que debía ser abatido en el aire, lo que garantizaría su muerte. Si era atacado en el mar, el podría saltar al agua y sobrevivir al ataque. El Almirante Marc Mitscher aprobó el plan de Mitchell considerando que era lo más apropiado.

           El Mayor Mitchell seleccionó al Teniente Tom Lanphier para liderar el grupo de cuatro P38s designados como “Sección de exterminio” . Además de Lanphier, este grupo me incluía (Rex Barber) y a los tenientes Joe Moore y Jim Mclanahan. En total éramos 16 P38s. Cuatro de la sección de exterminio y doce de escolta.   

           Se esperaba que los japoneses enviaran una Escolta de Honor para el Almirante desde la base de Kahili, pero no lo hicieron. 

                            Al grupo le tomó 2 horas y 25 minutos llegar al punto de intercepción. Casi inmediatamente, Doug Canning, quien era el ala de Mitchell en nuestra cobertura, rompió el silencio de radio para anunciar “bandidos a las 11”. Ya estaban aquí, exactamente como estaba programado y a unos 3.500 pies por encima de nosotros en curso directo a la isla Ballale. Nosotros podíamos verlos perfectamente silueteados contra el cielo pero ellos no podían vernos porque nuestros aviones se camuflaban perfectamente contra el agua.

                          El ataque comenzó cuando Mitchell ordenó a Lanphier y a la sección de exterminio, interceptar a los japoneses mientras él y el grupo de escolta ganaban altura para protegerlos. Comenzamos nuestro ascenso para atacar los dos bombarderos “Betty” y los cazas “Zero” los cuales estaban arriba y detrás de nosotros. La línea de intercepción de Lanphier era de 90 grados a la línea de vuelo de los “Betty” En ese momento, el teniente Besby Holmes, avisa que no puede desprender los estanques adicionales por lo que él y su ala, el teniente Ray Hine nos dejan y giran alrededor de la línea costera mientras Holmes intenta desprender los estanques.

                            Mientras tanto, los “Betty”  comienzan a descender conforme se acercaban a su destino. Hacia la derecha de Lanphier, los “Betty” incrementan repentinamente su nivel de descenso, al igual que los zeros de escolta quienes se deshacen de sus estanques externos. Evidentemente, nos habían visto. Lanphier y yo nos aproximamos a los “”Betty” en un ángulo de 90 grados trepando furiosamente para alcanzar la altitud de los bombarderos. Los tres zeros más cercanos a los “Betty” los cubrirían perfectamente en el momento en que nos aprestásemos a disparar. Seríamos unos blancos perfectos.

Justo antes de girar a la derecha y caer por detrás de los “Betty” para abrir fuego, Lanphier giró en 90 grados a la izquierda y enfrentó a los Zeros. Esta fue una sabia maniobra de su parte ya que me permitió atacar a los “Betty” sin la momentánea preocupación de los Zeros en mi cola. Me invertí abruptamente hacia la derecha para caer tras de los “Betty”. Por un segundo tuve ambos “Betty” frente a mí. Así como giré, sólo uno de ellos quedó frente a mí. En ese momento estábamos a no más de 1.000 pies sobre el suelo y el “Betty” incrementaba su picado en un intento de alcanzar el nivel de las copas de los árboles. Mi giro me había dejado levemente a la izquierda del “Betty” y un poco por encima de él y a unas 100 yardas atrás. Abrí fuego apuntando sobre el fuselaje y el motor derecho. Pude ver saltar trozos de la cobertura del motor. Me deslicé directamente detrás del “Betty”. Mi línea de fuego pasaba a través de la aleta vertical del bombardero. Un trozo de timón voló por los aires. Me moví a la derecha y continué disparando al motor el cual comenzó a emitir un grueso humo negro. Comencé a alternar mi fuego entre el fuselaje y el motor. Repentinamente, el “Betty se estremeció y casi estrelló su ala derecha. Había disminuido notoriamente su velocidad. Miré a través de mi hombro izquierdo y el “Betty” parecía haber girado en 90 grados y abundante humo negro brotaba de su motor derecho. Yo creo que se estrelló en la jungla. Aunque no lo vi caer, el humo negro indicaba fuego, sin duda. 

Taylor:

¿Este era, en su opinión el bombardero que transportaba al Almirante Yamamoto?

En una detallada investigación, que respalda su historia, el autor George Chandler declara: “Una de estas balas mató a Yamamoto, entrando por su mandíbula izquierda

Y saliendo por la sien derecha “… ¿Dónde estaban los cazas japoneses en ese momento?

Barber:

     Yo tenía tres Zeros en mi cola en ese momento. Uno de ellos había subido conmigo y estábamos combatiendo. Afortunadamente dos P38s vinieron en mi ayuda y me libraron de ellos. Miré hacia tierra y vi una gran columna de humo negro elevándose desde la jungla. Pensé que éste era el “Betty” que había derribado.

Taylor:

¿Qué pasó con el otro bombardero?

Barber:

                    Cuando enfilé hacia la costa, vi al Teniente Holmes y al Teniente Hine volando en círculos sobre el agua a unos 1.500 pies y también vi un “Betty” volando muy bajo sobre el agua rumbo al sur. ¡Volaba tan bajo, que sus propulsores iban haciendo olas sobre el agua…!  Holmes vio también al “Betty” y junto a Hine, enfilaron hacia él. Holmes comenzó a disparar pero sus tiros dieron en el agua detrás del “Betty”. Luego, apuntó mejor y dio en el motor derecho el cual comenzó a emitir vapor blanco. El Teniente Hine también disparó pero sus balas dieron muy por delante del “Betty”.

             Me lancé también tras el bombardero disparando al motor derecho. Casi inmediatamente el “Betty” explotó y mientras atravesaba el negro humo, un trozo de chatarra golpeó mi ala cortando el turbo-compresor. Otro trozo golpeó la base de la góndola justo bajo mis pies, dejando una gran abolladura.

Taylor:

¿En qué difiere la historia de Lanphier de la suya?

     Lanphier dice que cuando enfiló contra los zeros, derribó a uno, luego dice que giró su caza y vio al bombardero volando sobre las copas de los árboles. El no sabe cuál, pero se lanzó contra él.

Taylor:

¿Es posible que ambos hayan tiroteado al mismo tiempo al bombardero?

Barber:

   No. Su pasada sobre el Zero fue a 180 grados con respecto al rumbo de los bombarderos. El dice que ascendió y giró pero nosotros ya estábamos varias millas bajo él. No había un camino posible que él pudiera agenciarse para llegar al “Betty” antes que este se estrellase. ¡El iba en camino contrario! Sesenta millas por hora equivale a 88 pies por segundo. Los bombarderos iban a unas 375 MPH en su intento de evadirse. En su historia dice que hizo un giro exterior de 90 grados lo que significa que sobrepasó al bombardero por lo que no podría haber hecho fuego. El debía estar parejo con el bombardero para poder hacer fuego. No era así. El estaba fuera de alcance.

                Como el Mayor Mitchell dijo y Lanphier más tarde corroboró, yo, sin duda derribé un bombardero, pero nadie nunca confirmó que Lanphier haya derribado otro.

Alguna vez, y a causa de lo conflictivo de la historia, llegamos a pensar que hubiese tres bombarderos de los cuales dos fueron derribados en la jungla y el tercero en el agua. Pero esta teoría fue desechada cuando en una entrevista, Kenji Yanijiya, el único piloto conocido sobreviviente de los cazas Zero confirmó que sólo había dos bombarderos. Lo mismo confirmaron los sobrevivientes del bombardero que cayó al mar.

     De regreso en Guadalcanal, aterricé casi sin combustible. El Teniente Holmes lo hizo en las islas Russell. El Teniente Hine, no logró regresar. Cuando bajé de mi P38, mi jefe de mecánicos encontró 104 orificios de bala en mi avión, en su gran mayoría impactos traseros de Zeros.

Taylor:

¿Qué ocurrió cuando se encontró con Lanphier?

Barber

      En Guadalcanal, el venía por la pista de aterrizaje, en la parte trasera de un Jeep vociferando que había derribado a Yamamoto. Yo le cuestioné esto y él me llamó maldito mentiroso. Cuando volvimos a nuestras operaciones normales, todo el mundo nos felicitaba a ambos. Nunca hubo una investigación. Si se nos hubiese interrogado debidamente luego de nuestra misión, estoy seguro que todas estas contradicciones que ha habido  por tantos años, no existirían.

Taylor

¿Qué dijo el equipo que encontró el avión en la jungla?

Barber:

                      El líder del equipo de rescate en una entrevista en 1984 declaró: “Cuando entramos al fuselaje, nos sorprendimos al encontrarlo vacío. No había asientos, no había armas” lo que significa que no había un artillero de cola disparándole como él afirma. Al menos no desde este avión.

Taylor:

¿Qué hay de la aparente contradicción, del ala derecha del “Betty” separándose en el aire como ha declarado Lanphier que ocurrió?

Barber:

El 15 de diciembre de 1985,  Ross Channon dio el sgte. Testimonio luego de haber

visitado los restos del “Betty”   “El ala izquierda está a unos 150 pies de los restos del fuselaje, directamente por detrás. Aún a baja altitud, si el ala se hubiese desprendido en el aire, estaría a mucho mayor distancia. Todo indica que este ala se desprendió al entrar en contacto, el bombardero, con los árboles” El ala derecha está al lado del fuselaje.

Fuente: Revista Oficial del 50 aniversario de Pearl Harbor. 1991 Edición para coleccionistas.   

La entrevista original aquí:  http://ussslcca25.com/who-shot.htm

   

                        Rex Barber

   Continuará...

                                                               Saludos...

     

     

     

     

     

leytekursk

15-04-2008

  Los testimonios continúan....

  Doug Canning era el wing man del comandante de la misión, el mayor John Mitchell.  He encontrado este relato de su punto de vista sobre esta controversia que me parece muy interesante...y quizá si hasta definitivo....

  vamos a lo que nos cuenta Canning al respecto:

                                    La Controversia

"Muchas veces Tom (Lanphier) me ha contado cómo fue que él derribó el avión de Yamamoto, y así, por muchos años cuando alguien me preguntaba quién pensaba yo que había derribado a Yamamoto, yo decía que había sido Tom. Posteriormente fue que leí el libro de Martin Caidin “Fork Tailed Devil” en donde se dice que sólo dos bombarderos fueron derribados y ningún caza Zero.

Después, en los 80s, en una reunión de veteranos del 339th escuadrón uno de los miembros había traducido una cinta de Kenji Yanagiya, el único piloto sobreviviente que había estado en el combate. En esta cinta, el piloto japonés declaraba los hechos tal y como los había descrito Rex (Barber) muchos años antes. El describía en detalle su visión de Rex derribando el avión de Yamamoto.

En 1988, el Museo Almirante Nimitz realizó su primer simposium. El tema era la Misión Yamamoto participando siete pilotos americanos y Kenji Yanagiya. Después de que cada uno de nosotros hiciera uso de la palabra, en las consideraciones finales, (con Henry Sadaki, un historiador de la costa oeste actuando como intérprete) le hice a Kenji varias preguntas incluyendo cuándo fue que vio al avión de Rex  atacar el bombardero de Yamamoto.

“No pudimos avisar al bombardero puesto que a nuestros Zeros se les habían quitado los aparatos de radio para hacerlos más livianos y poder maniobrar mejor. Por la misma razón, nuestros estanques no llevaban autosellante, lo cual hace que el avión explote cuando es impactado. Es más, muchos de nosotros ni siquiera llevábamos paracaídas”.

¡Qué lastimoso!...

            Nos contó que en lugar de ir tras de Rex Buscó otro blanco pues al intentar darle al P38 sus trazadoras podían dañar el avión del Almirante.

También le pregunté cuál fue su castigo por fallar en proteger el avión del Almirante. Su respuesta fue: “Los seis pilotos de los zeros sobrevivimos al combate. Fuimos destinados a volar misiones de combate sin descanso, uno a uno mis compañeros fueron muriendo. En un combate con un F6F perdí una mano por lo que no pude seguir pilotando y así salvé mi vida”.

Desde entonces, quedé convencido que sólo Rex había derribado el avión de Yamamoto y que la decisión de la Fuerza aérea de dar medio crédito a Rex y medio crédito a Tom era una injusticia que perdura hasta hoy.

A medida que pasa el tiempo, encuentro más pruebas que corroboran el relato de Rex.

Recientemente he leído en el libro “Fire in the Sky” de Eric M. Bergerud, en su página 217 cita un párrafo del diario del Almirante Matsome Ugaki (sobreviviente del avión derribado sobre el mar). En él se relata el ataque sobre el avión del Almirante Yamamoto  y en su descripción confirma nuevamente el relato de Rex puesto que dice que el avión de Yamamoto fue derribado en el tiempo de 20 segundos, por lo que no había manera de que Tom girara en 180 grados alcanzara el avión de Yamamoto y lo derribara, como el afirma en 20 segundos.

También Tom ha declarado que estuvo cerca de ser alcanzado por el artillero de cola el que disparaba un cañón de 20 mm. Esto está en abierta contradicción con los archivos japoneses los cuales dicen que este cañón había sido removido para dar más lugar al equipaje del almirante y los miembros de su comitiva.

Más aún, Tom ha reclamado el derribo de un zero. Los archivos japoneses dicen que ningún zero fue derribado ese día en Boungaiville.

        En resumen, puedo decir fácilmente, considerando mi interés en el tema y mi participación directa en los hechos, que sólo Rex Barber derribó el avión de Yamamoto."

  El relato completo en:  http://www.dougcanning.com/yamamoto_mission1.htm

 

        Sobrevivientes de la misión Yamamoto

  Continuará...

                                              Saludos...

             

leytekursk

15-04-2008

Para terminar, y dejando todas las conclusiones de esta controversia al criterio del lector.... >:D >:D >:D  quiero permitirme una pequeña licencia literaria y finalizar con unos párrafos de la excelente (aunque a veces tediosa) novela de Neal Stephenson "Criptonomicon" . En esta novela  se recrean (desde mi humilde punto de vista, genialmente),  los últimos momentos del Almirante Yamamoto.

  Cito:

    "Tojo y su claque de imbéciles del Ejército Imperial le dijeron realmente: Podría ir y asegurar el océano Pacífico para nosotros, porque necesitaremos un canal de navegación de, digamos, diez mil millas de ancho, para poder ejecutar nuestro pequeño plan de conquistar Suramérica, Alaska y toda Norteamérica al oeste de las Rocosas. Mientras tanto, nosotros terminaremos de cargarnos China. Por favor, ocúpese de ello lo antes posible.

                  Para entonces ya controlaban el país. Habían asesinado a todos los que se interponían en su camino, hablaban directamente al oído del emperador, y era difícil decirles que su plan era una mierda completa, que los norteamericanos iban a cabrearse y a aniquilarlos a todos. Por tanto, el almirante Isoroku Yamamoto, un obediente servidor del emperador, pensó un poco en el problema, preparó un pequeño plan, envió uno o dos barcos alrededor del puto planeta y borró Pearl Harbor del mapa. Lo preparó a la perfección, para que se produjese justo después de la declaración formal de guerra. No salió tan mal. Hizo su trabajo.

                                Uno de sus asistentes entró más tarde en su despacho arrastrándose —en la postura repugnantemente cobarde que los adláteres adoptan cuando están a punto de hacerte muy, muy infeliz— y le dijo que se había producido un problema en la embajada de Washington y que los diplomáticos no habían podido entregar la declaración de guerra hasta bastante después de que la Flota del Pacífico norteamericana acabase en el fondo.

Para esos gilipollas del ejército no es nada... un simple error, pasa continuamente. Yamamoto ha dejado de intentar hacer que entiendan que los norteamericanos son rencorosos hasta un punto que es inconcebible para los nipones, que aprenden a tragarse el orgullo antes de aprender a tragar alimento sólido. Incluso si consiguiese que Tojo y su muchedumbre de matones mezquinos e ignorantes comprendiesen lo cabreados que están los norteamericanos, se reirían. ¿Qué van a hacer para vengarse? ¿Lanzarles un pastel de nata a la cara como Charlot? ¡Ja, ja, ja! ¡Pasa el sake y que venga otra chica de servicio!

                Isoroku Yamamoto pasó mucho tiempo jugando al póquer con los yanquis durante sus años en Estados Unidos, fumando como una chimenea para ocultar el olor de esas horrorosas lociones para después del afeitado. Los yanquis son brutos e ignorantes hasta lo risible, claro; no hay que ser un observador muy penetrante para darse cuenta. Yamamoto, en contraste, obtuvo una perspectiva propia como efecto secundario al hecho de que los yanquis le robasen hasta la camisa en la mesa de póquer, comprendiendo que esa masa pecosa podía ser fatalmente ingeniosa. Brutos y estúpidos está bien... perfectamente comprensible, de hecho.

Pero brutos e inteligentes resulta intolerable; eso es lo que hace que esos monos de pelo rojo sean extra doble súper odiosos. Yamamoto todavía sigue intentando meter esa idea en la cabeza de sus socios, en el gran plan nipón para conquistarlo todo entre Karachi y Denver. Le gustaría que pillasen el mensaje.

Muchos de los hombres de la Marina han recorrido el mundo un par de veces y lo han visto por sí mismos, pero esos hombres de Infantería que han pasado sus carreras matando chinos y violando a sus mujeres creen sinceramente que los norteamericanos son iguales sólo que más altos y más apestosos. Vamos chicos, les dice continuamente Yamamoto, el mundo no es como un Nanjing muy grande. Pero no lo entienden. Si Yamamoto estuviese al cargo de las cosas, establecería una regla: cada oficial de Infantería tendría que dejar durante un tiempo de matar con bayoneta a salvajes del neolítico en la jungla, tendría que recorrer el amplio Pacífico en un barco e intercambiar durante un tiempo proyectiles de 16 pulgadas con una fuerza de ataque norteamericana. Quizá entonces comprendiesen que estaban metidos en un lío.

                              En eso piensa Yamamoto, poco antes del amanecer, cuando se sube al bombardero Mitsubishi G4M en Rabaul, mientras la vaina de la espada choca contra el marco de la estrecha portezuela. Los yanquis llaman a este tipo de avión «Betty», un gesto afeminado que realmente le molesta. Pero claro, los yanquis incluso ponen nombre de mujer a sus propios aviones, ¡y pintan damas desnudas en sus sagrados instrumentos de guerra! Si tuviesen espadas de samurai, los norteamericanos muy probablemente pintarían las hojas con esmalte de uñas.

                      Como el avión es un bombardero, el piloto y el copiloto están apiñados en una cabina sobre el tubo principal del fuselaje. El morro del avión, por tanto, es una cúpula despuntada de barras curvas, como los meridianos y paralelos de un globo, los trapezoides rellenos por rígidas láminas de vidrio. El avión ha sido aparcado señalando al este, por lo que la nariz de vidrio irradia un amanecer desigual, con los tonos irreales de un producto químico que arde en el laboratorio. En Nipón, nada sucede por accidente, por lo que asume que se trata de un visión del Sol Naciente deliberada para incrementar la moral. Acercándose al invernadero, se pone las correas allí donde puede mirar por las ventanillas mientras este Betty y el del admirante Ugaki despegan.

En una dirección está la bahía de Simpson, uno de los mejores puntos de atraque del Pacífico, una U asimétrica rodeada por una precisa red de calles, ¡claramente manchada por un puto campo de criquet británico!

                  En la otra dirección, sobre el puente, se encuentra el mar de Bismarck. En algún punto de ese mar yacen los cadáveres de varios miles de soldados nipones entre los cascos arrugados de los transportes. Unos miles más escaparon en botes salvavidas, pero todas las armas y suministros se fueron al fondo, así que los hombres ahora no son más que bocas inútiles.

Ha sido así durante casi un año, desde Midway, cuando los norteamericanos se negaron a caer en las trampas y fintas cuidadosamente preparadas por Yamamoto cerca de Alaska, y enviaron todos los portaaviones que les quedaban para que se añadieran a la fuerza de invasión de Midway. Mierda. Mierda. Mierda. Mierda. Mierda. Mierda.

                          Yamamoto se muerde las uñas, con los guantes puestos.

Ahora esos torpes y apestosos granjeros están hundiendo todos los transportes que la Marina envía a Nueva Guinea. ¡Doble mierda! Sus aviones de reconocimiento están por todas partes —apareciendo siempre en el sitio justo en el momento justo— señalando los convoyes furtivos del emperador con el resonar entrecortado de sangrientos Confederates. Sus observadores costeros infestan las montañas de esas islas olvidadas de dios, a pesar de los esfuerzos del Ejército por localizarlos y eliminarlos. Conocen todos sus movimientos.

                              Los dos aviones vuelan hacia el sureste sobre la punta de Nueva Irlanda y entran en el mar de las Salomón. Las islas Salomón se extienden frente a ellos, cresposos montículos de jade sobresaliendo de un océano hirviente a 6.500 pies más abajo. Un par de jorobas más pequeñas y luego una mucho mayor, el destino de hoy: Bougainville.

Hay que enseñar la bandera, salir en uno de esos tours de inspección, dar algo de moral a las tropas del frente.

            Francamente, Yamamoto tiene cosas mejores que hacer con su tiempo, así que intenta encajar en un día todos los paseos obligatorios que puede. Dejó la ciudadela naval de Truk y voló a Rabaul la semana pasada para supervisar la última gran operación: una oleada de grandes ataques aéreos sobre bases norteamericanas desde Nueva Guinea hasta Guadalcanal.

                    Los ataques aéreos se consideraron un éxito: más o menos. Los pilotos supervivientes informaron de gran número de hundimientos, grandes flotas de aviones norteamericanos destruidas en las embarradas pitas de despegue. Yamamoto sabe perfectamente que esos informes resultarán ser tremendamente exagerados. Más de la mitad de los aviones no regresó... los norteamericanos, y sus primos casi igualmente ofensivos, los australianos, estaban preparados para recibirlos. Pero la Infantería y la Marina están llenas por igual de hombres ambiciosos que harán todo lo posible por canalizar buenas noticias hacia el emperador, incluso si no son exactamente ciertas.

                En esa línea, Yamamoto ha recibido un telegrama personal de felicitación no de cualquiera sino del soberano en persona. Ahora es su deber volar por varios puntos, saltar de su Betty, agitar el telegrama sagrado en el aire y transmitir la bendición del emperador.

Los pies le duelen como si estuviese en el infierno. Como todos en mil millas a la redonda, padece una enfermedad tropical; en su caso, beriberi.

                    Es el azote de los nipones, especialmente de la Marina, porque comen demasiado arroz descascarillado, y no suficiente pescado ni verduras. Sus largos nervios han sido corroídos por el ácido láctico, y le tiemblan las manos. Su débil corazón no puede bombear fluido suficiente a las extremidades, así que se le hinchan los pies. Tiene que cambiar los zapatos varias veces al día, pero allí no tiene espacio; no sólo le estorba la curvatura de invernadero del avión, sino también la espada.

Están acercándose a la base Naval Imperial de Bougainville, justo a tiempo, 9.35. Una sombra pasa por encima y Yamamoto mira para ver la silueta de un escolta, muy lejos de su posición, peligrosamente cerca de ellos. ¿Quién es ese idiota? Luego la isla verde y el océano azul aparecen a la vista cuando el piloto hace descender el Betty en picado. Por encima aparece otro avión con un estruendo que supera al rugido de los motores del Betty, y aunque no es más que un destello negro, su mente registra la extraña silueta de cola hendida.

            Era un P-38 Lightning, y la última vez que el almirante Yamamoto lo comprobó, la Fuerza Aérea Nipona no los empleaba.

                  Desde el otro Betty le llega por radio la voz del almirante Ugaki, justo detrás de Yamamoto, ordenando al piloto de Yamamoto que permanezca en formación. Yamamoto no puede ver nada más que las olas golpeando Bougainville, y el muro de árboles, que parecen hacerse más y más altos, a medida que desciende el avión; ahora tienen la cubierta arbórea por encima. Es un hombre de la Marina, no de la Fuerza Aérea, pero incluso él sabe que cuando no puedes ver a los aviones frente a ti en un combate aéreo es que tienes problemas.

            Ráfagas rojas llegan desde atrás, enterrándose en la jungla al frente, y el Betty comienza a agitarse violentamente. Luego, una luz amarilla llena de refilón sus ojos: los motores están ardiendo. Ahora el piloto se dirige directamente a la selva; o el avión está fuera de control, y el piloto ya está muerto, o es un movimiento de desesperación atávica: ¡corre, corre hacia los árboles!

                              Entra en la selva volando plano, y Yamamoto se asombra de la distancia que recorren sin golpear nada grande. Luego el avión es aporreado por troncos de caoba, como bates de béisbol golpeando un gorrión herido, y sabe que todo ha acabado.

                  El invernadero se desintegra a su alrededor, los meridianos y paralelos estrujándose y desgarrándose, lo que no resulta tan malo como suena porque el cuerpo del avión está repentinamente lleno de llamas. Mientras el asiento sale despedido al espacio, agarra la espada, no deseando deshonrarse dejando caer el arma sagrada, bendecida por el emperador, incluso en el último instante de su vida. Tiene las ropas y el pelo en llamas, y vira como un meteoro sobre la jungla sin soltar nunca la hoja ancestral.

                            Comprende algo: los norteamericanos deben haber hecho lo imposible: romper todos sus códigos. Eso explica Midway, explica el mar de Bismarck, Jayapura, todo. Explica especialmente por qué Yamamoto —que debería estar bebiendo té verde y practicando caligrafía en un jardín neblinoso— está, de forma más que evidente, ardiendo y volando por una selva a cien millas por hora pegado a una silla, seguido de cerca por toneladas de despojos en llamas. ¡Debe informar! ¡Hay que cambiar todos los códigos! En eso piensa cuando choca de cabeza contra un Octomelis sumatrana de cien pies de alto."

                                                          Saludos...

josmar

15-04-2008

Muy buena la "trilogía", Leytekursk. Enhorabuena. ;)

Fug

15-04-2008

Curioso, si, el afan de protagonismo cambia muchas veces la histora. o por lo menos lo intenta.  Saludos.

Nonsei

23-04-2008

Llama la atención que Lanphier adjudicase a Barber el derribo del otro Betty y de dos Zeros, cuando al parecer no se derribó ninguno. ¿Trataba de compensarle?

¿A quién se le adjudicó el derribo del segundo Betty, a Barber o a Holmes? Creo que también hubo controversia en eso.

leytekursk

04-05-2008

A pesar de que en el derribo del segundo Betty participaron Barber, Holmes y Hine, fue adjudicado a Holmes, sin discusión.

                                                Saludos...

                                                                         

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