20-03-2006
Durante la Segunda Guerra Mundial Japón no contó con muchas fuentes de inteligencia exterior. Antes del estallido del conflicto los servicios de inteligencia recurrían a colaboraciones ocasionales de residentes japoneses en el extranjero, principalmente en Hawaii y California, pero una vez comenzada la guerra eso se hizo imposible, a causa de las deportaciones al interior del país y el internamiento de los residentes japoneses. Hubo nueve fuentes de información exterior japonesas durante la guerra, con nombres en clave como Fuji (formada por diplomáticos portugueses), Minami (el embajador italiano en Madrid), o Nishi (informes desde el consulado japonés en Estambul). Pero la que mayor cantidad de informes enviaba a Tokio con diferencia, y la única que operaba en territorio estadounidense, era la red conocida como Tô, un ideograma japonés o kanji que en su forma corta significa Oriente. Los estadounidenses, que descifraban los códigos japoneses y por tanto conocían la existencia de todas estas fuentes, la llamaban Span-Nip (español-japonés), una indicación de su origen. Esta es su curiosa historia.
El protagonista: Alcázar de Velasco
El español Angel Alcázar de Velasco era un personaje peculiar, un falangista radical y abiertamente pronazi, ex torero, pintor, ensayista y poeta, que se convirtió en el hombre de confianza del “Cuñadísimo” Serrano Suñer, el ministro de exteriores de Franco, para las misiones más delicadas.
En julio de 1940 Alcázar participó en la Operación Willi: el intento de atraer a España al duque de Windsor, el ex rey de Inglaterra Eduardo VIII, para ser entregado a los alemanes, que tenían esperanzas de que se convirtiera en una alternativa al “círculo de Churchill” y de que pudiera regresar a Gran Bretaña, aglutinar en torno a él a los partidarios de una paz negociada, y formar un gobierno favorable a Alemania. El duque residía temporalmente en Lisboa, donde estaba esperando para partir a las Bahamas (había sido nombrado gobernador de ese archipiélago por Churchill, precisamente para alejarlo de Europa). Alcázar de Velasco viajó a esta ciudad por dos veces, como enviado personal de Serrano, a entrevistarse con el duque, al que intentó convencer de que el servicio secreto británico planeaba su asesinato, y que lo mejor que podía hacer era fijar su residencia en España. Finalmente, a pesar de las presiones germano-españolas, el duque de Windsor embarcó para tomar posesión de su nuevo cargo.
Tras esa misión fracasada, Serrano envió a Alcázar a Londres como agregado de prensa de la embajada española, con el objetivo de crear una red de espionaje para el Abwehr en Gran Bretaña. Llegó a Inglaterra en febrero de 1941, y antes de que acabase el año tuvo que regresar precipitadamente a España al ser descubierto. La opinión que se hizo de él y de su red la inteligencia británica era muy negativa. El agente del MI-5 Tomás Harris le definió así: “Un funcionario falangista de alto rango, germanófilo fanático, a la vez deshonesto e inculto. Le resultó más fácil inventar sus informes que molestarse en buscar información auténtica”. Cuando habla de otros miembros de su red menciona varias veces la incompetencia de su jefe Alcázar de Velasco. En otro informe del MI-5 se define la labor de la red española como “una opereta cómica propia de los hermanos Marx”, y cuenta cómo Alcázar se presentó en una ocasión en un club londinense con su uniforme falangista y gritando vivas a Hitler. El embajador británico en España en esa época, Samuel Hoare, reconoce en sus memorias que el error más grave cometido por su jefe de inteligencia fue el visto bueno que dio la embajada británica al nombramiento de Alcázar como agregado de prensa, pasando por alto detalles como que ni siquiera hablaba inglés ni francés (en realidad los británicos vieron con buenos ojos su nombramiento, al considerarle un falangista radical opuesto a Franco). El hecho es que el carácter extrovertido e impulsivo de Alcázar encajaba muy poco con lo que tendría que ser un espía.
Espiando en los Estados Unidos
Tras Pearl Harbor, sorprendentemente fue el ministro de Asuntos Exteriores español Serrano Suñer quien ofreció colaboración a los japoneses a través de su embajada en Madrid, sin que nadie se lo pidiese. Su primera medida después de la entrada en guerra de Japón con los aliados fue comenzar a entregar al embajador japonés Yakichiro Suma una copia de los despachos que le enviaban las embajadas españolas en Londres, Washington, Río de Janeiro y Buenos Aires. Los informes llegaban a Tokio con el encabezamiento “Inteligencia Suñer”, o Su, que fue el nombre en clave que finalmente se utilizó para hacer referencia a esa fuente. Viendo su disposición a colaborar, el embajador Suma sugirió a Serrano la formación de una red de espionaje en Estados Unidos, formada por ciudadanos españoles y en la que los japoneses se encargarían de los gastos y suministrar el equipo. Una vez recibidas las informaciones en la embajada japonesa en Madrid, éstas se enviarían a Tokio utilizando las comunicaciones diplomáticas.
Serrano confió la misión nuevamente a Alcázar de Velasco, que además de ser de total confianza y de tener experiencia en el mundo del espionaje tenía la ventaja de que ya conocía al que iba a ser su contacto, el segundo en la legación nipona Fumio Miura, que se haría cargo de recoger la información y de hacer los pagos. El 2 de enero de 1942 Alcázar entregó su primer informe, sobre el Reino Unido, asegurando que sólo lo habían leído Franco y Serrano, y que había sido redactado a partir de las informaciones que le enviaba su red en Londres. El día 8 la embajada japonesa envió ese informe a Tokio empleando por primera vez el encabezamiento Tô. En el mismo mensaje, Suma pedía permiso a Tokio para poner en marcha el plan de espionaje en los Estados Unidos, que se le concedió al poco tiempo. Pero, como se dice en el argot del espionaje, Alcázar estaba quemado después de haber sido descubierto por los ingleses, por lo que tuvo que limitarse a dirigir la red desde Madrid (llegó a pedir visado para ocupar un puesto diplomático en Washington, pero Estados Unidos se lo denegó). Además, el desmantelamiento de la red en Londres, con el escándalo que supuso la detención del sucesor de Alcázar, Luis Calvo, limitó mucho las posibilidades de utilizar personal diplomático español, que era investigado sistemáticamente por la contrainteligencia aliada. Aun así, Tô recibió ayuda de la embajada española en Washington, sobre todo con las comunicaciones.
Sobre el terreno, Alcázar puso al frente de la red en las costas este y oeste, respectivamente, a José de Perignat, el jefe de Falange Española en Nueva York, y el capitán José Martínez, un falangista residente en San Francisco. Para las comunicaciones utilizaron distintos métodos. La idea original había sido introducir agentes con pasaporte diplomático que transmitiesen por radio desde los consulados españoles, pero se descartó por el aumento de los controles norteamericanos al personal diplomático español, aunque se utilizaron ocasionalmente, ya que el FBI detectó algunos mensajes enviados desde la embajada en Washington. A veces los mensajes se mandaban a México y desde allí se transmitían por onda corta a mercantes españoles en el Caribe, pero las dificultades por la vigilancia del FBI hacía que normalmente utilizasen los métodos más tradicionales: cartas con mensajes escritos en tinta invisible y mensajes a los periódicos conteniendo informaciones en clave (la mayor parte de los agentes eran corresponsales de prensa).
La dificultad en las comunicaciones era el mayor problema al que se tenían que enfrentar, y la gran dificultad para que la red fuese eficaz, y les obligaba a mandar nuevos agentes desde España para renovarla cuando los antiguos abandonaban la comunicación. Uno de ellos, el corresponsal de la revista Informaciones Guillermo Aladrén, confesó toda la operación cuando antes de su marcha fue a arreglar su visado en la embajada estadounidense, y se convirtió en agente doble, enviando desde entonces las informaciones falsas que le preparaba el G-2 (la inteligencia militar norteamericana).
Cuando Franco cesó a Serrano y le sustituyó en el ministerio por el neutralista Gómez-Jordana la política exterior española comenzó a cambiar. Según Alcázar informó a los japoneses, Jordana le dejó claro en una conversación privada que dejaría seguir funcionando la red, incluso que podían seguir utilizando los códigos y las valijas diplomáticas, pero le indicó que “en la superficie yo mantendré la neutralidad más estricta posible; quiero que lo lleve como si yo no supiera nada de esa red de inteligencia”. Por consiguiente, Alcázar solicitaba a Tokio que las autoridades japonesas fingiesen también desconocer la existencia de Tô en sus relaciones con los nuevos responsables del Ministerio de Exteriores español. No hay ninguna prueba de esta presunta conversación, aparte de la palabra de Alcázar, ni se puede saber hasta qué punto la red siguió operando a espaldas del nuevo ministro, pero en cualquier caso el resultado iba a ser el mismo: Tô se vio gravemente afectada por el cambio, ya que a partir de ese momento fue perdiendo de forma progresiva su respaldo oficial, y sus agentes fueron dejando de enviar información al darse cuenta de que la misión se estaba convirtiendo en una empresa particular. Finalmente, la red se desmanteló en mayo de 1944, cuando el embajador británico en Madrid presentó pruebas al gobierno español de las actividades de espionaje de Fernando de Kobbe, cónsul en Vancouver (en realidad Kobbe no llegó a enviar información, y no hay pruebas de que se dedicase activamente al espionaje, pero los británicos habían detectado los envíos desde España de dinero, códigos e instrucciones de informar sobre “los movimientos del enemigo en el Pacífico norte”). Tras la investigación posterior al incidente, Alcázar se vio obligado a firmar una declaración reconociendo sus actividades, y al parecer se refugió en Alemania.
¿Espías de verbena?
La eficacia de Tô no fue demasiado grande. La mayor parte del material que se enviaba a Tokio provenía de informaciones sacadas directamente de la prensa, y hay informes que se sabe que fueron inventados por Alcázar de Velasco cuando la información auténtica escaseaba. Como por ejemplo cuando se le pidió información sobre cómo afectaban las emisiones de radio propagandísticas japonesas en Estados Unidos, y Alcázar respondió que según las informaciones de un agente suyo la escucha de esas informaciones era duramente castigada, lo que era falso. En otra ocasión Tokio pidió información sobre la moral del gobierno y la población de Estados Unidos, y Alcázar en respuesta envió un informe, según él redactado por el embajador en Washington Cárdenas y dirigido a Jordana, en el que se relataban entrevistas que había mantenido con políticos y altos funcionarios. Ese informe en realidad nunca existió. Pero en ocasiones mandaban material realmente valioso y difícil de conseguir: salidas de convoyes, un envío de refuerzos a Guadalcanal, datos previos a la operación Torch (el desembarco en el norte de Africa) o informes sobre un explosivo secreto llamado RDX. En conjunto, el valor de las informaciones de Tô fue escaso, pero era con diferencia la fuente más importante que tuvieron los japoneses durante la guerra. Al principio era muy valorada en Tokio, pero perdió consideración cuando descubrieron el engaño de algunos de los informes falsos. Aun así, nunca retiraron su apoyo ni su financiación conscientes de que era la única fuente que les informaba directamente desde Estados Unidos.
A partir de mediados de los años 70, a raíz de la desclasificación de los Magic Summaries (los archivos estadounidenses en los que se recogían las informaciones provenientes del descifrado del Código Púrpura japonés) se pudo tener una idea de la importancia de la colaboración hispano-japonesa en cuestiones de inteligencia durante la guerra. En general se ha dado una visión chapucera y ridícula del espionaje español en Estados Unidos, de la que en parte es responsable la imagen que dejó la red hispano-alemana en Gran Bretaña. Hay quien piensa que Tô no fue más que un montaje para sacar dinero a los ingenuos japoneses (la financiación de la operación corría totalmente a cuenta de la embajada japonesa en Madrid, y por ejemplo, los agentes en Estados Unidos cobraban 3600 pesetas al mes, mientras que los que habían trabajado para el Abwehr en Londres cobraban unas 800 pesetas). En el otro extremo, el único protagonista que rompió el silencio fue Alcázar de Velasco, que incluso escribió un libro contando sus peripecias como espía. Alcázar exageró mucho la importancia de su red, tanto en la calidad de las informaciones que consiguió y transmitió a los japoneses como en el tamaño (afirmaba que la red estaba formada por treinta personas, lo que es poco creíble, él mismo sólo dio la identidad de cuatro de sus agentes: el citado Aladrén y los también corresponsales Penella de Silva, del diario Madrid, Jacinto Miquelarena, de ABC, y Francisco Lucientes, de Ya).
Hay un hecho cierto: los estadounidenses conocían la existencia de Tô porque descifraban las comunicaciones diplomáticas japonesas, sabían que tenían una red de espías dirigida desde Madrid operando en el interior del país, y se lo tomaron en serio, pero a pesar de la calidad del contraespionaje norteamericano y de la persecución del FBI no fueron capaces de cazarlos.
*Bibliografía:
Manuel Ros Agudo: La guerra secreta de Franco
Florentino Rodao: Franco y el imperio japonés
Tomás Harris: Garbo, doble agente
Juan Juárez: Madrid-Londres-Berlín*