09-03-2006
Muchas analistas e historiadores afirman con rotundidad que la Guerra Civil era inevitable por razones supremas de tipo político, militar y social. El problema del latifundismo meridional unido a la miseria de las masas jornaleras; la tensión entre las débiles autoridades civiles y las tentaciones dominantes del Ejército; el pulso entre el poder central y los desafíos nacionalistas; la escisión religioso – cultural entre clericalismo y anticlericalismo; el tardío pero fuerte impacto del Crack del 29 y el intrínseco carácter violento de los españoles...
Otros expertos afirman que no hay acontecimientos inevitables y que las fuerzas del azar son las únicas que provocan una situación u otra. ¿Por qué estalló en 1936 y no antes? Encontramos que el paso de la Monarquía a la República fue pacífico, a partir de ese 14 de abril de 1931 se suceden cinco años en los que la violencia no fue algo patente y generalizado en toda España, sólo breves conatos revolucionarios apagados por las fuerzas gubernamentales o del Ejército. En 1936, las elecciones rompieron la débil coyuntura y los equilibrios difícilmente conseguidos por unos políticos que no deseaban ceder ante sus contrarios ni aun por el bien del pueblo. Todo esto derivó en una tensión social que afloró en todos los puntos del país, generalizándose las luchas callejeras y el pistolerismo en los momentos previos y posteriores a las elecciones de febrero de 1936.
Los políticos más representativos de la época fueron los responsables, por que no fueron capaces de enfrentarse con las tensiones que en el pueblo surgieron. También nos encontramos ante los protagonistas secundarios de la burocracia, que siendo de derechas o de izquierdas, republicanos o monárquicos trataban de acaparar un poder que no les correspondía y entorpecían las acciones del Gobierno según sus beneficios. Hay dos fenómenos imprescindibles a la hora de entender el porque de la guerra:
Primeramente nos debemos remontar a los años pacíficos de la II República, es decir, de 1931 a 1936. Donde se desarrollo la ideología de la violencia contra el enemigo, existiendo una dura puja por imponer tres sistemas ideológicos de diferente signo: el reformismo liberal democrático, la reacción autoritaria y la revolución social. De hecho, la idea de que estaba justificada la violencia para la imposición de un sistema ideológico no quedó reducido a los supuestos sectores extremos de la política, es decir, los anarquistas y comunistas entre los revolucionarios; o el carlismo y el falangismo entre los reaccionarios. Para todos, a pesar de sus diferencias, la violencia debía ser un seguro para la implantación y mantenimiento de sus ideales reaccionarios o revolucionarios. Haciéndose necesaria la respuesta contra estos grupos llegó la justificación de la violencia para las principales fuerzas políticas, hasta las más republicanas y moderadas. En particular llegó a afectar con gran crudeza a dos bases principales para la estabilidad del Estado republicano: el socialismo dividido entre facciones revolucionarias y reformistas desde 1934 y el catolicismo político escindido entre la mayoría integrista y la minoría cristiano demócrata.
El segundo y último fenómeno corresponde al contexto histórico del año 1936 que puso justificación a la violencia. Por que para sostener una Guerra Civil hace falta algo más que las intenciones de unas pocas minorías... sin duda los odios eran muchos, y la gente, incluso la más normal estaba dispuesta a salir a la calle a acabar con los que desde su punto de vista dificultaban su existencia según sus postulados. Y así lo demostraron los acontecimientos en el momento en que se llevó a cabo el golpe de Estado fallido del general Sanjurjo en 1936, la división era grande, pero no sólo en el pueblo, también en el Ejército, que es una pieza básica en todos los planteamientos, los odios muchos, era un caldo de cultivo excelente para dar al traste con la paz. De hecho sería la división en el Ejército la que provocara la rotura de la frágil paz, de no haber sido así, las Fuerzas Armadas no hubieran tenido problemas a la hora de acabar con cualquier tipo de insurrección.
Sin la decisiva división del Ejército no habría habido una Guerra Civil como la que ahora recordamos. El triunfo en media España del golpe y su fracaso en la otra media por la resistencia de muchos militares, colocaron las bases para una guerra de desangramiento entre dos realidades diferenciadas por la política, la religión y en muchos casos la economía. Los conspiradores se vieron derrotados por sus homólogos.