11-03-2006
1ª PARTE
Hess era participe de las ideas de Hitler: liberar al continente del comunismo, echándolo más allá de los Urales. Ambos tenían ese objetivo. Quien quiera, podrá pensar que aquel deseo era una locura. Lo más razonable sería comprobar que en el umbral de aquella guerra suprema, la batalla estaba mal planteada y la diplomacia que Hitler se había asegurado en 1939 creyendo que la coalición anglofrancesa mantendría una postura neutral, había sufrido el más rotundo de los fracasos. El führer nunca supo y pudo arreglar aquel tremendo error de su diplomacia, ni con la propaganda, ni con la guerra, ni con el apoyo de las "excelentes" diplomacias que actuaban en Suecia, Portugal, España y Turquía (en esta última lo hacía Von Papen, el hombre que en 1932-1933 recomendó a Hindenburg nombrar canciller a Hitler). Jamás sabremos la gran cantidad de documentos e informes falsos que llegaron a sus manos y las esperanzas que con ellos se desvanecieron.
El país donde más simpatizantes sinceros tuvo Hitler antes de la guerra, fue sin duda Inglaterra. Como se demostró en reuniones de altas personalidades, como la de julio de 1936, donde todas las mesas estuvieron decoradas con cruces gamadas. En Inglaterra, Hitler era considerado todo un caballero y el salvador de su pueblo. Como el mismo Churchill legaría a afirmar en 1935: “Si algún día Inglaterra se encuentra en la misma situación que Alemania antes de 1933, rezaría a Dios para que nos enviará un hombre como Adolf Hitler.”
En junio de 1940, cuando acabó la campaña de Francia, se llevaron a cabo negociaciones entre la oposición de Churchill y Ribbentrop, estuvieron a punto de llegar a buen término. Muchos políticos ingleses no estaban de acuerdo con el discurso del 25 de mayo del Premier en los Comunes. Así que, el mismo lord Halifax fue quien ordenó a su adjunto y amigo, Richard Austin Butler, que negociara con Alemania a través de Suecia. Hitler propuso, a grandes rasgos, un reconocimiento del Imperio británico contra la restitución de las antiguas colonias alemanas (Camerún, Benin y Togo, Tanzania y Namibia). El Reich tendría además manos libres en el centro y el este de Europa y se firmaría una alianza a vida y muerte con Gran Bretaña. Algo similar a la colaboración que aceptaría Petain, en principio, en Montoire.
Se llevaron a cabo más sondeos en pos de la paz. El príncipe Max de Hohenlohe comunicó oficialmente las propuestas alemanas a Kelly, ministro británico en Berna, en el mes de julio de 1940: “El Canciller de Alemania está dispuesto a enviar a su ministro de Asuntos Exteriores... al lugar de Europa que desee el gobierno de Su Majestad designar, con la finalidad de que cese inmediatamente el estado de guerra entre Gran Bretaña y el Reich. Espera... sea remplazado el Tratado de Versalles por un contrato internacional, razonable y humano, que garantice la libre existencia y el futuro pacífico de todos los pueblos europeos. Alemania jamás hubiera emprendido una guerra contra Francia e Inglaterra si estas potencias no le hubieran declarado las hostilidades: Considera que no interesa a nadie en Europa que el conflicto adquiera una extensión mundial. Puedo asegurarle que el Canciller no desea negociar como presunto vencedor, sino como un estadista consciente del espantoso cataclismo... Las condiciones del armisticio con Francia, que también había declarado la guerra, han sido moderadas y demostrativas del espíritu en que el Führer esta dispuesto a obrar...”
El mismo Vaticano transmitió al gobierno británico las condiciones que interesaron a Halifax. Así fue reconocido el 12 de febrero de 1946. La desgracia es que todo esto se ha encubierto a lo largo de los años. Parece que nadie esté interesado en la verdad, en hacer justicia y, hoy por hoy, todo el mundo conoce a Hitler como un loco que sólo deseaba la destrucción del mundo.
El 17 de junio de 1940, el ministro de Su Majestad, ante Churchill, respondió que en aquel asunto Inglaterra se dejaría llevar por el buen sentido y no por una política de bluff y jactancia. Seguidamente entregó al ministro sueco un mensaje de parte del jefe de Asuntos Exteriores favorable a una paz de compromiso. A su vez Prytz informó inmediatamente a Ribbentrop y éste a su homólogo italiano Ciano. El 18 de junio se estaban manteniendo negociaciones y se estaba en contacto con los Asuntos Exteriores de Inglaterra a través de Suecia. El rey Gustavo de Suecia lo puso todo de su parte en aquella tentativa por la paz. Sin embargo en Londres, había ciertos personajes que deseaban la guerra, me refiero sin duda a Churchill. Que tuvo un acceso de cólera: amenazó a diestro y siniestro. Muchos cambiaron de idea, entre ellos Butler. Halifax fue a Washington y Chamberlain murió, todo un caballero que abandonaba el mundo de los vivos. Y una vez más se perdió la ocasión de detener la más insensata de las guerras.
Parece evidente, sin embargo, que el 11 de mayo de 1941, Rudolf Hess no hizo más que imitar la política de lord Halifax, Butler y sus muchos amigos. El lugarteniente de Hitler, que había ido a proponer la paz, fue detenido, juzgado y condenado como criminal de guerra. Hasta su muerte en 1987 permaneció en la prisión de Spandau. Los soviéticos consiguieron su objetivo, que muriera allí, olvidado; los occidentales coincidían con ellos en ese deseo. Por si fuera poco pretenden hacernos pensar que Hess se suicidó. Eso resulta el colmo de la vergüenza; claro, es normal, había que manchar la memoria del último dirigente nacionalsocialista vivo. ¡Qué triste resulta la historia! Los alemanes, callados, nadie quiso ni quiere saber lo que piensan sobre la injusticia cometida con el buen Hess. Quizás fuera interesante saberlo.
Al pobre Señor Butler le impusieron un castigo atroz: le nombraron Canciller de Echiquier, lo apartaron de la escena. Estaba llamado a ser el sustituto de Eden en el partido Conservador; pero se produjeron filtraciones y todos temieron que al asunto del 17 de junio de 1940 le rodeara el escándalo. Butler fue obligado a retirarse a pesar de sus grandes esfuerzos por probar que siempre estuvo en contra de Hitler.
Hasta febrero de 1941 Hitler vivió de ilusiones, de la ilusión de pensar que la diplomacia sería capaz de neutralizar el Oeste. Lo que sabía de Estados Unidos, de lo que allí ocurría, a menudo era tergiversado, y muchas veces le contaban las cosas tal y como él quería que se las contaran. La opinión pública americana es cierto que era reticente a entrar en aquella guerra y más aún de que degenerara en conflicto mundial.
El duque de Windsor, ex Eduardo VII, anticomunista reconocido, fue apartado de Europa. En octubre de 1937 visitó a Hitler y poco antes de la guerra dijo: “La reconciliación entre Gran Bretaña y Alemania será la gran tarea de mi vida”. En julio de 1940, Churchill engañó al mundo (lo envió a las Bahamas) al decir que el duque y su esposa se encontraban en Lisboa, porque habían “escogido la libertad”. Pero lo cierto es que habían sido exiliados. Aceptaban su suerte, pero deploraban aquella estúpida guerra. Hitler envió agentes alemanes a Lisboa, no para secuestrar al ex rey y su esposa, sino para protegerlos y que pudieran llegar a las Bahamas sin contratiempos, el 1 de agosto.
Hitler nunca comprendió las razones de Gran Bretaña para declararle la guerra, ni tampoco las de la mayor parte de la opinión pública estadounidense para estar en su contra, en contra del nacionalsocialismo. Él siempre tuvo en su cabeza esta idea: Gran Bretaña y Francia declararon la guerra a Alemania por desear esta última que Dantzig, ciudad alemana, se uniera al Reich. Hess pensaba lo mismo. Pero por el contrario, este último jamás quiso darse cuenta de que la situación había cambiado. Después que Checoslovaquia, Polonia, Noruega, Holanda, Dinamarca, Bélgica, Francia, Yugoslavia y Grecia fueran vencidas, Hitler creyó que sus triunfos por las armas resultarían más convincentes que la diplomacia. Pero todo ocurrió de nuevo al revés. Todo aquello acusaba al Führer. Era un prisionero de sus triunfos.
¡Vaya una locura! ¿Quién puede pensar algo así? ¡Sin duda son unas ideas retrógradas! Bien sabido es que los que quisieron ser aliados del Reich lo fueron. Nadie impidió esto, exceptó la URSS, pero ellos bien sabían lo que les esperaba y lo que deseaban, firmaron aquel pacto por propio interés. Quería construir el gran Reich germánico a partir de su doctrina, con el espacio vital del Este, sin molestar los intereses del Oeste. Pero dijera lo que dijera, ya estaba sentenciado.
El 19 de julio de 1940, una nueva propuesta de Hitler, en la Opera Kroll, ante el Reichstag, un nuevo intento por establecer la paz, no sin atacar a Winston Churchill una vez más: “Desde Inglaterra no me llega más que un clamor, que no es el del pueblo, sino el de los políticos: la guerra debe continuar al precio que sea... Declaran que continuarán la guerra incluso si Gran Bretaña perece y si se hace necesario, desde el propio Canadá. Hay que suponer que sólo estos caballeros apasionados por la continuación de la guerra tendrán posibilidad de ir allá. Me temo que le pueblo deberá permanecer en Inglaterra. El señor Churchill tendrá que creerme, quizás por una sola vez, al predecir que un gran Imperio será destruido, un gran Imperio que jamás tuve la intención de destruir, ni siquiera de debilitar... Creo por tanto que es mi deber, ante mi propia conciencia, de efectuar un llamamiento una vez más a la razón y el buen sentido que existen en Gran Bretaña y otras partes... No veo razón alguna para prolongar esta guerra.” Pero en Inglaterra tenían sobrados motivos para continuarla. Hitler era vencedor y debía ser vencido.
A la vista de los hechos, se ha demostrado que Hess obró con nobleza, con audacia y por el bien de Europa, como lo habría hecho un gran hombre.
Hess era tan ingles como Churchill, puesto que la madre del último era americana y la del primero inglesa. Fue educado en El Cairo al estilo británico. La posteridad demostrará que Hess era un gentleman y que Churchill dejó de serlo desde la guerra de los Boers. Cuando Hitler subió al poder y expuso sus ideas del gran Reich germánico, su fiel lugarteniente no escondió sus ideas anglófilas. Cuando Ribbentrop fracasó en Londres, buscó a partir de 1937 una nueva alternativa en el Oeste: Francia. En Paris hubo decenas de conversaciones extraoficiales y oficiales. Pero Hess persuadió a Hitler que esto no conducía a nada, puesto que la que mandaba en el Oeste era Gran Bretaña. Por tanto había que llegar a un entendimiento a cualquier precio. Si aquello era cierto en 1937, aun lo era más en 1941.
En el mes de noviembre de 1940, Hitler expuso a Hess que la intratable Inglaterra tenía dos esperanzas en Europa: Francia y la URSS. La primera ya estaba fuera de combate. Faltaba la segunda, el sueño de Hitler, el espacio vital. Tenía que acabar con la URSS cuanto antes, porque tarde o temprano ellos se lanzarían con todas sus fuerzas contra Europa. Hess fue uno de los que afirmó que el combate en el Este era vital para Alemania. Pero el Führer le dijo que los problemas polacos y franceses fueron eliminados porque sabían que la URSS no atacaría. Por ello, resultaba esencial eliminar la posibilidad de cualquier embestida en el Oeste: “Existen en Gran Bretaña – le dijo Hess a su Führer – personas razonables que comprenden que sería una locura una guerra mundial. Churchill está muy lejos de haber conseguido la unanimidad del parlamento y de la opinión... Los Dominios protestan a veces, puesto que llevan el peso de la “guerra por Dantzig”. Estoy persuadido de que no se ha hecho nada para conseguir que los ingleses nos comprendan. Su verdadero interés es conservar su Imperio y que liberemos a Europa de la pesadilla bolchevique. Lo que nos impide negociar con ellos, es aquello que Anthony Eden calificó el 29 de febrero del año pasado en Liverpool como “la cínica alianza germano-soviética” Hay que tranquilizarles y tenemos los medios para conseguirlo.” Pero no fue así. Hess no podía hacer nada contra el destino, que no sería otro que la caída del mundo en el caos de la victoria bolchevique. Hizo de aquel asunto una cuestión de prestigio personal y estaba seguro de poder conseguirlo. Entre él y Hitler se llegó a un acuerdo que trataría de efectuar los contactos al grado más elevado con Gran Bretaña y que Hitler permanecería constantemente informado de todo, de manera que pudiera desautorizarlo inmediatamente en caso de fracaso o que corriera el riesgo de parecer un signo de debilidad de Hitler. Asintió y le explicó en enero de 1941 que quería impresionar a la opinión pública de Gran Bretaña y mundial con un acto fabuloso; acudiría él mismo a Gran Bretaña en avión y vería al duque de Hamilton que ya estaba advertido.