01-02-2007
Discurso del 4-9-1940, inaguración de la campaña "Auxilio de Invierno".
Desde el principio de la guerra no fallaron las profecías sobre su duración. Se decía:«La guerra va a durar tres años. Gran Bretaña se prepara para resistir tres años ». Y era preciso decirlo, porque aquellos que tienen los paquetes de acciones de las fábricas de armamento -los grandes propietarios- son lo bastante inteligentes para saber que no es posible amortizar en medio año o en uno todos los nuevos equipos que necesitamos.
Tenía, pues, que durar algo más de tiempo. Por mi parte, fuí también lo suficientemente previsor para decir al mariscal
del Reich:«Göring, preparemonos para cinco años ». No porque yo creyera que la guerra va a durar cinco años, pero sí para dar a en tender en todo caso que lnglaterra será derrotada de una manera o de otra. No conozco más emplazamiento que éste.
Naturalmente que he preparado todo con sumo cuidado. Eso ya se lo pueden ustedes imaginar.
Y cuando los ingleses, muy curiosos, se preguntan «pero, ¿por qué no viene? », que no se preocupen, iLlegará! No se debe ser siempre tan curioso.
Este mundo será libre. Hay que terminar con el abuso de que una nación pueda, cuando se le antoje, bloquear un continente. Hay que acabar en el futuro con la posibilidad de que un Estado pirata, de tarde en tarde, cuando se le ocurra, pueda someter al hambre y la miseria a 450 millones de seres humanos. Como alemanes no estamos dispuestos a dejarnos imponer por Inglaterra lo que debemos o no debemos hacer, incluso si podemos o no podemos tomar café. Si a Inglaterra no le parece bien, entonces impide que recibamos café.
A mi personalmente me da igual. Yo no bebo café. Pero me molesta extraordinariamente que otros que quieren beberlo no puedan. Y, sobre todo, me parece intolerable que una nación de 85 millones de seres pueda ser castigada por otro pueblo en cuerpo y alma, cuando se le ocurra a cualquier plutócrata de Londres.
He tendido la mano al pueblo británico numerosas veces, ustedes lo saben, como no ignoran que era una parte de mi programa de política exterior. Recientemente he repetido ese gesto. Ahora me decido por la lucha, hasta lograr una clara solución definitiva. Esta solución sólo podrá ser la desaparición de ese régimen lamentable e infame, y la imposición de un sistema en el que resulte imposible en el futuro que una nación tiranice a Europa entera cuando le venga en gana.
Alemania e Italia se van a preocupar de que tal cosa no ocurra una segunda vez en la historia. Y en esto no le va a valer a Inglaterra ninguno de sus aliados, ni el emperador Haile Selassie, ni el seños Benes, ni ningún otro; ni el rey Haakon, ni la reina Guillermina, ni el general francés De Gaulle. Y sean cuales sean sus planes, escondan lo que escondan en lo más recondito de su corazón, nosotros estamos alerta y preparados, dispuestos y decididos a actuar en cualquier momento.
A nosotros no se nos asusta con nada. Nosotros, nacionalsocialistas alemanes, nos hemos formado en la más dura escuela que pueda imaginarse. Fuimos soldados en la Gran Guerra y luego combatientes del renacer alemán. Lo que tuvimos que soportar en esos años nos ha endurecido. Por eso ni nos sorprende ni nos asusta nada.
Cuando, hace un año, lnglaterra entró en la contienda, decían los ingleses: «Tenemos un aliado». Nosotros sentíamos curiosidad por saber de quién se trataba. Entonces añadieron: «Nuestro aliado es un general. Se trata del general Revolución.» IAjá! Y esos son los que creen tener una idea de lo que es un Estado popular nacionalsocialista. Y por eso esperan en Londres los resultados de la actividad de ese general Revolución. El 6 de septiembre no hizo nada, el 7 de septiembre tampoco y con el 8 de septiembre llego la desilusión. Porque, de acuerdo con sus declaraciones, el general Revolución debía haber hecho algo durante la semana. Pero no hubo manera de dar con él.
Entonces se volvió con otra cantinela: «Tenemos otro aliado. Es el general Hambre».
Nosotros, sin embargo, sabíamos de antemano que esos grandes amigos de la Humanidad, como en la primera Guerra, intentarían por todos los medios que millones de mujeres y niños padecieran hambre, y nos habíamos preparado en consecuencia. También este general resultó ser un mal invento, un fantasma, un error, una visión demencial de mister Churchill. Ahora han dado con otro general, el general Invierno. Ya estuvo por aquí una vez y fracasó, y fracasará ésta, y seguirá fracasando.
Los ingleses deberían, pues tan amigos son de los más extraños generales, ascender a mariscal al más importante entre sus filas: al general Fanfarria. Este es en realidad su único aliado y bien merece ser ascendido. A nosotros ni siquiera este general nos causa sensación. Con su ayuda se podrá quizás embaucar al pueblo británico, pero no al alemán, que conoce a Inglaterra a la perfección.
Toda esa charlatanería de mister Churchill o de mister Eden (-la piedad impide hablar de mister Chamberlain-) deja al pueblo alemán tan tranquilo o le mueve a la risa. No hay en nuestra lengua ningún adjetivo apropiado para tipos como Duff Cooper. Hay que descender al argot o al lenguaje popular, y aqui en Baviera existe una palabra que se puede emplear para definirle:Kramphenne (gallina epiléptica).
Pueden estar seguros de que con esos métodos no ganaran la guerra. Los otros, gracias a Dios, están en nuestras manos y van a seguir estándolo.
Cuando llegue la hora, nosotros sustituiremos a los generales Revolución, Hambre, lnvierno o Fanfarria; es decir, los sustituirán los hechos y entonces veremos quién dice la última palabra.
ADOLF HITLER.