11-06-2007
**Munich, cerveceria Löwenbräukeller, 8-11-1942.
Ante los veteranos de 1923 el «Führer» promete el retorno a los gloriosos días del NSDAP. Al mismo tiempo no tiene otro remedio que reconocer -si bien de manera limitada- los reveses de las últimas semanas: El-Alamein, los desembarcos aliados en Argelia y Marruecos y los bombardeos de las ciudades alemanas.
**
Del arte de gobernar de nuestros enemigos y de sus consecuencias catastróficas en nuestra Alemania democrática, nació nuestro movimiento. De haber hecho ellos verdaderamente feliz a Alemania, no hubiéramos tenido nosotros la oportunidad, ni yo el motivo para dedicarme, día tras día, semana tras semana, mes tras mes y año tras año, precisamente a esa labor; porque eso si que lo saben ustedes, compañeros de la primera hora: yo no me dediqué a haraganear, no me dediqué a hablar en los clubs elegantes, ni a sentarme aquí y allá ante una chimenea para mantener un amable diálogo. Me entregué a peregrinar por todas partes, de arriba abajo por las tierras alemanas, de norte a sur, de este a oeste, con la única intención de liberar a mi pueblo de la miseria en que le habían sumido los gerentes del capitalismo internacional. Queríamos terminar con la conjura de judíos, capitalístas y bolcheviques y, finalmente y para siempre, hemos terminado con ella. Pero apenas habían sido derrotados en Alemania cuando ya desde otras partes del mundo, como en 1914, empezaron a atacarnos.
Entonces era la Alemania del Káiser, ahora es la nacionalsocialista; entonces era el Káiser, ahora soy yo.
Sin embargo, existe una diferencia: teóricamente aquella Alemania era imperial pero en la práctica se encontraba deshecha. Al Káiser le faltaba la energía para oponerse a los enemigos; en mi, sin embargo, han encontrado un adversario que no conoce la palabra capitulación. Ya en mis años de infancia tenía la costumbre -quizás un gran defecto para mi edad, pero acaso a fin de cuentas una virtud- de reservarme la última palabra. Y todos nuestros enemigos pueden estar seguros: la Alemania del pasado abandonó las armas un cuarto de hora antes de tiempo; por mi parte, y por principio, no las abandono hasta cinco minutos después de la hora.
Y cuando hoy dicen que en alguna parte del desierto están recobrando algo de terreno -no es la primera vez que recobran algo para tener luego que devolverlo con creces- forzoso es asegurarles que lo importante en una guerra es el golpe definitivo. Y de que ese golpe lo asestaremos nosotros pueden estar ustedes convencidos.
Es comprensible que en una lid tan amplia como la que se presenta ante nosotros no nos podamos apuntar un éxito cada semana. Resulta prácticamente imposible y, por lo demás, no es decisivo.
Lo decisivo es tener las posiciones que deben terminar con el enemigo, poseerlas, mantenerlas y ocuparlas de tal manera que no puedan perderse nunca. Y esto pueden ustedes creerlo: lo que cae en nuestras manos lo mantenemos de tal modo que allí donde durante esta guerra ponemos el pie nadie es capaz de volver a poner el suyo.
Cuando hoy Roosevelt lleva a cabo su ataque contra Africa, asegurando que debe adelantarse a Alemania e Italia para proteger esas tierras, no merece la pena perder una sola palabra para contestar al viejo gángster. Sin la menor duda es el más hipócrita de todos esos clubs que tenemos enfrente. Pero Roosevelt puede estar seguro de que no sera el quién diga la última palabra, la palabra decisiva.
Nosotros seguiremos preparando detalladamente como siempre nuestros golpes y, como siempre, llegarán a su debido tiempo; y ninguna respuesta de la otra parte, como hasta ahora, se verá coronada por el éxito. Hubo una vez gritos de victoria porque unos cuantos ingleses habían conseguido desembarcar en Boulogne y ocultarse. Seis meses, después ya nadie canta victoria por ello. Las cosas han salido de manera diferente a como esperaban, y seguirán saliendo así. Pueden ustedes estar seguros de que el mando y la «Wehrmacht» harán cuanto hay que hacer y cuanto se puede hacer. Lo que distingue a esta época de la pasada es que detrás del Káiser no estaba ninguna parte del pueblo, y detrás de mí se encuentra la más gigantesca organización que haya conocido nunca el mundo. Y esta organización representa al pueblo alemán. Y lo que igualmente distingue los tiempos actuales de los pasados es que a la cabeza de este pueblo no se encuentra nadie que piense huir al extranjero si llegaran momentos críticos, sino que se encuentra alguien que sólo ha conocido el combate y cuyo principio es golpear, golpear y golpear.
El enemigo se equivoca si piensa que nos puede ablandar con algo. No podrá apartarme de mi meta. Se acerca la hora de devolver los golpes y los devolveré con intereses, y con los intereses de los intereses.
Quizá se acuerden ustedes de los tiempos en que debíamos atenernos a la legalidad. Cuántas veces han venido a mí compañeros del partido para decirme: "Führer";entonces me llamaban "jefe" o "Adolf Hitler"; ¿por qué no podemos devolver los golpes y tenemos ,que aguantar lo que hacen con nosotros?
Durante años tuve que obligarles a mantenerse en la legalidad. Con el corazón entristecido tuve que prescindir y expulsar del movimiento a compañeros que no se creían con fuerzas para respetar la orden. Año tras año, hasta que llegó el momento en que pude llamarles de nuevo.
Lo mismo sucede hoy. A veces tengo que contentarme durante meses con contemplar lo que sucede. No crean ustedes que no se me rompe el corazón en mil pedazos mando me entero de los ataques aéreos. Tomo nota de todo. Los del otro lado van a vivir lo suficiente como para darse cuenta de que no ha muerto el espíritu alemán de invención y van a recibir una respuesta que les hará perder los sentidos.
ADOLF HITLER.