19-08-2006
Bueno, en esta sección transcribiré el relato del Sargento Heinz Rohde sobre su experiencia en la Operación Greif.
Para recordar, debemos tomar en cuenta que los miembros de avanzada de la 150º Brigada Acorazada (implementada por orden directa de Hitler para la ocasión), quienes poseían diverso grado de conocimiento del idioma inglés, fueron divididos en 3 grupos:
De Sabotaje; de cinco a seis hombres cada uno, con la misión de volar puentes y depósitos de combustibles y municiones.
Comandos Exploradores; de tres a cuatro hombres cada uno, con la misión de perturbar las comunicaciones aliadas, cortar hilos telefónicos, destruir centrales, emisoras, y divulgar noticias falsas.
De reconocimiento; de tres a cuatro hombres cada uno, que profundizarían considerablemente en territorio enemigo, para informar por radio sobre el material, artillería y movimientos de tropas. Además, transmitirían falsas ordenes a las unidades enemigas, cambiarían de lugar los postes indicadores de carretera, así como las señales de campos minados, originando con ello un caos absoluto en la retaguardia enemiga.
Ahora, sin más preámbulos, el relato de Sargento Rohde quien mandaba uno de estos grupos de Reconocimiento:
Hacia mediados de octubre de 1944, después de haber pasado un tiempo como instructor en una compañía radiotelegráfica, me destinaron a una unidad de transmisiones de Hamburgo. Entre la tarea rutinaria de difundir órdenes se produjo un día algo fuera de lo corriente: llegó un telegrama en el que solicitaban voluntarios para misiones especiales, a condición de dominar la lengua inglesa.
Al principio creí que se trataría de establecer puestos de escucha y localización de unidades enemigas. Juzgué que esta misión no resultaría demasiado peligrosa, pero a las pocas semanas tuve que rectificar por completo mi aventurada opinión.
Tras unas pruebas de conocimiento del idioma inglés, quedamos solamente dos candidatos en mi unidad. Nos proporcionaron los documentos oportunos – sin olvidar las vituallas –, y fuimos acompañados hasta la puerta del cuartel con grandes muestras de afecto. Nuestro destino era una pequeña estación, Rappenberg, en los límites del campo de adiestramiento de Grafenwöhr, en Baviera.
El viaje por casi todo el territorio del Reich fue largo y penoso. El tren iba atestado de militares de todas las armas y graduaciones; con frecuencia subían y bajaban patrullas de la Werhmacht, y a veces efectuaba largas paradas en cualquier estación. En una de ellas, al sur de Bayreuth – era de noche y no logré distinguir el nombre de la estación –, volvimos de pronto a la realidad. Por medio de un altavoz estridente repitieron varias veces que los miembros de la Wehrmacht con destino a Rappenberg tenían que apearse del tren y presentarse en la comandancia. Nos reunimos en la sala unos 30 hombres. Me fijé bien en ellos y pude observar un cuadro nada común. Había uniformes y grados de todas las armas, desde capitán de la Marina a cabo primero de la Luftwaffe, de teniente de Infantería hasta elementos de las SS.
Mientras nos reuníamos todos, un capitán de edad madura se dirigió al edificio de la comandancia. Era el capitán de corbeta Von Beer, a quien habría de conocer bien. Poco después reapareció en compañía de dos oficiales de las SS, los cuales nos informaron brevemente de lo que se trataba. La documentación y lista de embarque del grupo fueron entregadas al capitán, que nos saludó diciéndonos que desde aquel momento pertenecíamos a la 150º Brigada Acorazada. Cerca de la estación había dos camiones con asientos; éste sería el medio de transporte hacia nuestro destino. Todos nos apresuramos a instalarnos en los vehículos. Después de unas dos horas de marcha, en las que gran parte del tiempo circulamos por rutas de segundo orden, llegamos a un cuartel, débilmente iluminado, y efectuamos la presentación. Unos centinelas revisaron nuestros papeles, y luego nos hicieron pasar al interior. Nuestro intento de hablar con ellos resultó vano, puesto que se trataba de voluntarios ucranianos que no sabían alemán. Una vez instalados, comenzaron las pruebas de idioma inglés, en esta ocasión más severas. A partir de entonces, mi camino se separó del de mis camaradas hamburgueses, a quienes no volví a ver. Me destinaron a un ala del cuartel, con la compañía del capitán Stielau. Ya desde el primer momento llamó mi atención la forma de tratarse los militares de distinta graduación; la atmósfera reinante no se parecía apenas a la de un cuartel, por la camaradería y amabilidad con la que se hablaban todos; este maravilloso sentimiento sólo ocurre en el frente de batalla cuando los hombres se ven amenazados por un serio peligro. La primera fase resultó en extremo activa, y en ella nuestra labor se centró en ver películas norteamericanas, sobre todo las bélicas, y en charlar con los prisioneros de guerra estadounidenses. La idea perseguida por este entrenamiento consistía en transformarnos lo antes posible en ciudadanos yanquis.
Como manejados por hilos invisibles, las amistades entre nosotros fueron interrumpidas, o bien se completaron y mudaron de acuerdo al plan establecido. Es natural que cada uno estuviese atento a la situación, por si se descubría el motivo real de nuestro entrenamiento. Estaba prohibido abandonar el cuartel, escribir cartas y tener contacto con otros elementos que no fueran los pertenecientes a la 150º Brigada Acorazada. La tensión alcanzó su punto álgido cuando un buen día, después de prolongada espera, nos presentaron a un oficial que lucía la Cruz de Hierro. Se trataba nada menos que de Otto Skorzeny, obersturmbannführer de las SS (teniente coronel) y jefe de los comandos.