Relatos de Guerra
Un Triangulo Azul ,Una S Blanca III
Mathausen
A nuestra llegada, el campo no estaba rodeado más que por alambradas de púas electrificadas. Fueron los republicanos españoles quienes iniciaron la construcción de la fortaleza, tal como se la ve hoy en día.
Fueron necesarios miles y miles de metros cúbicos de tierra para colmar un barranco que corría más abajo del campo y delimitar la explanada sobre la que fue construido más adelante el campo ruso, es decir, el campo de los enfermos.
[color=red]Esa tierra era transportada en vagonetas desde la parte alta del campo hasta el barranco.
Eran tiradas por deportados que volvían a arrastrarlas hasta arriba cuando habían quedado vacías.
Sin embargo, la parte más peligrosa de la operación era frenar su descenso cuando estaban cargadas.
Eran los propios presos quienes hacían las veces de freno, ayudados por otro deportado encargado de aminorar el movimiento de las ruedas, utilizando para ello una palanca de madera.
Si la palanca se rompía o el hombre la soltaba, la vagoneta arrastraba su "tiro" de presos y no se detenía hasta llegar abajo o al descarrilarse. [/color]
Los SS y los kapos se regodeaban cuando se producían estos accidentes y aprovechaban la circunstancia para apalear o para rematar, llegado el caso, a los heridos.
Nuestra consigna era ya entonces la de producir lo menos posible y de sabotear lo más posible: en cuanto podíamos, dejábamos que las vagonetas se escacharrasen en el fondo del barranco y procurábamos dejar inservible el mayor número posible de herramientas.
Ahora bien, cuando mayor riesgo corríamos de que se nos aplicase castigos individuales era en el caso de que alguno de nosotros fuese sorprendido llevando papeles debajo de su chaqueta para protegerse del frío o de la lluvia.
En efecto, en aquella época, llevábamos tanto en invierno como en verano el mismo uniforme a rayas de tela muy delgada que, posteriormente, se convertiría en uniforme de verano.
En la primavera de 1941, los SS decidieron construir chalets para todos los oficiales SS.
El lugar escogido para ello se hallaba situado sobre una colina, cerca de la bifurcación de la carretera que va de Mauthausen a Gusen.
Por lo tanto, hasta que no estuviese acabada la carretera, había que subir todos los materiales de construcción, piedras, cemento, armazones, etc., cargados sobre las espaldas.
Al igual que los demás presos, llevábamos una especie de sandalias con suela de madera que dejaban el talón al descubierto, a semejanza de las chinelas, y que nos hacían mucho daño en los pies.
En cuanto llovía, chapoteábamos en el barro que nos llegaba hasta las rodillas y acabábamos perdiendo nuestro calzado. Se veía entonces obligado uno a trabajar descalzo hasta la noche.( ) .
Bajábamos la cuesta corriendo, asaetados por los golpes de los SS y de los kapos. Las escenas espeluznantes se sucedían durante el día entero. Cuando uno de nosotros se desplomaba agotado, los SS le ahogaban hundiéndole la cabeza en el barro. Cada noche regresábamos al campo, cargando con los muertos.
[color=red]Los mandos del kommando en cuestión, eran de lo más "escogido".
Eran suboficiales SS, seleccionados entre los más implacables, que habían ido ascendiendo gracias a sus hazañas sanguinarias.
Se habían rodeado de los kapos más abyectos, siendo el kapo en jefe, un tal Matucher, un sádico que se mordía la lengua cuando golpeaba a los presos y cuyos ojos se inyectaban en sangre a medida que se ensañaba con sus víctimas.
Se rodeó a su vez de los asesinos que, más tarde, mandarían la Strafkompanie, la compañía disciplinaria: Mayer, un antiguo boxeador; Christian, proxeneta en Hamburgo y Barcelona, que hacía las veces de intérprete; Schmidt, un asesino a sueldo. [/color]
Barracones
El beber era tanto más peligroso cuanto que el agua estaba contaminada. Se presentaban numerosísimos casos de disenteria. Y los que padecían dicha enfermedad, al no poder hacer sus necesidades en todo el día, ensuciaban sus calzoncillos. Por la noche, los jefes de barracón examinaban dichas prendas precisamente con el fin de descubrir a los enfermos.( )
Por la noche, hiciera el tiempo que hiciera, los SS hacían abrir las contraventanas de los dormitorios. Cuando la nieve caía abundantemente, tal como ocurrió durante la primavera de 1941, nos hacían levantar para apisonarla con los pies, y a la mañana siguiente, nos hacían levantar temprano para barrerla antes de que marchásemos a trabajar. Hiciera el tiempo que hiciera, nos obligaban a comer el rancho fuera del barracón
Tal como lo he dicho anteriormente, el estado de limpieza de los barracones constituía uno de los pretextos habituales para todo tipo de represalias y castigos indivíduales o colectivos. En cada barracón, el jefe designaba a tres o cuatro stubendienste para ocuparse de ello por la mañana antes de marchar a trabajar y reportaba un suplemento de rancho o de café.
Habiendo sido designado yo stubendienste por el jefe del barracón 13, comprendí el provecho que podíamos sacar de tales cargos en favor de nuestra coleclividad. Un provecho directo para evitar enredos y castigos, un provecho moral puesto que nuestros camaradas se sentían menos aislados y más arropados, y también la posibilidad de conocer mejor las intenciones que albergaban hacia nosotros los delincuentes que dirigían el barracón.
Sería un error creer que el ser stubedienste constituía una prebenda, pues llevábamos a cabo esas tareas además de nuestra jornada de trabajo en los kommandos y, por añadidura, estábamos expuestos a golpes y castigos por todo cuanto pudiese no funcionar como era debido en el barracón.
Cuando llegaron los primeros prisioneros políticos de otras nacionalidades, checos y yugoslavos especialmente, éramos ya una docena de stubendienste españoles, tres peluqueros de barracón que tenían una responsabilidad mucho mayor, puesto que ocupaban el tercer lugar en el estado mayor de presos de los barracones, después del jefe y del secretario. Yo había permanecido en el barracón 13 aun cuando los españoles ahí alojados hubiesen sido trasladados
. Había sido a petición de Hans, el secretario, un austríaco que había pertenecido a la banda de Capone en Chicago y sobre quien había logrado yo cierto ascendiente, hasta el extremo de que ya no golpeaba casi a nadie.
Tras la estancia, muy breve por cierto, de guerrilleros yugoslavos, poco numerosos, se produjo la llegada masiva de checos. Y vi cómo se repetían las escenas de horror que habíamos vivido cuando nuestra instalación en el campo. Habían hacinado unos 600 checos en nuestro barracón, y los SS, acompañados por toda la horda de criminales, se lanzaron contra ellos, torturándolos día y noche, exterminando la casi totalidad de éstos en poco tiempo.
Los SS habían decidido que los checos del barracón 13 no tenían derecho a acudir a la enfermería. Muy pronto quedaron todos ellos cubiertos de llagas infectadas.( ) La gangrena se enseñoreó de sus cuerpos. Trozos enteros de carne putrefacta se desprendían de éstos. Casi resultaba imposible entrar en el dormitorio por la mañana por el hedor insoportable que reinaba en éste. ( )
A pesar de todo, y con riesgo de nuestra vida, logramos sustraer a algunos de esos desgraciados de esa liquidación, pero, por haber prestado ayuda al profesor Podlacha -que se convertiría posteriormente en el médico de la enfermería del campo- y a un cura checo, fui trasladado al barracón 15, donde estaban alojados por aquellos entonces los deportados de la Strafkompanie. El barracón 15, que estaba situado en aquel tiempo en el límite del campo, en el ángulo noroeste, había sido rodeado por completo de alambradas de púas y los castigos se sucedían ininterrumpidamente tanto de día como de noche. ( )
Muy pocos fueron los españoles que pactaron con el enemigo. Conocí a uno de ellos en el barracón 13, que era stubendienste como yo. Provenía del barracón 19, donde se había caracterizado por su crueldad hacia nuestros compatriotas.
Azaustre era peluquero del barracón y decidimos hacerle una advertencia, pero no quiso atender a razones e incluso nos amenazó con denunciarnos a los SS. Cuando se fundó el kommando Stayer, compuesto únicamente de españoles, nuestra organización clandestina era ya lo suficientemente fuerte para poderlo integrar en éste, a pesar de la protección de que se beneficiaba por parte de los SS. Más tarde, ese traidor, que nos cubría de deshonra, fue ejecutado por nuestros compatriotas.
En junio, los SS habían creado un primer kommando exterior. Se componía de 150 hombres y había recibido el nombre de Aussenkommando-Berstein. Ese kommando estaba acantonado en un área rodeada por tan sólo un alambre de púas, vigilado por tres torres de observación, y alojado sobre el terreno mismo, en un barracón.
El campo estaba bordeado por un riachuelo, y todo ello se hallaba en el corazón de un macizo montañoso desértico. El trabajo del kommando consistía en construir una carretera que debía unir Bernstein con una población ubicada en la otra vertiente de la montaña.
La Fuga
En julio de 1941, tras haber estudiado las posibilidades de una fuga colectiva o de una insurrección, cuatro camaradas que se llamaban Izquierdo, Velasco, López y Cerezo decidieron evadirse, pues consideraban que un grupo pequeño tenía mayores probabilidades de éxito.
Partieron un domingo, duranté la noche, y para no dejar rastro a los perros de los SS caminaron durante largo trecho por el lecho del riachuelo. Tenían la intención de llegar hasta Francia. Pero, al estar desprovistos de brújula y de dinero, al llevar su uniforme a rayas y al desconocer el idioma, decidieron no caminar más que de noche y siempre en dirección del sol poniente. Introduciéndose en las bodegas y en los sótanos de las casas, consiguieron encontrar ropa civil y alimentos
.
Tras un mes de huir, en agosto, Izquierdo, sintiendo que ya no podía seguir, decidió abandonar su intento y, aprovechando que pasaban al lado de un stalag de prisioneros de guerra franceses, se refugió cerca de ellos, protegiéndole éstos y procurando ocultarlo a los ojos de sus guardianes. Al ver que su camarada estaba momentáneamente a salvo entre los franceses, los demás prosíguieron su marcha.
A principios de septiembre, cierta noche, los tres fugitivos se encontraron con un individuo vestido de tirolés, quien amenazándoles con un arma les obligó a detenerse. Velasco trató de explicar que eran italianos y que se dirigían a Innsbrück (recordaba haber leído ese nombre en una encrucijada), donde tenían familia.
[color=red]El hombre exigió que le enseñasen su documentación y como ellos dijeron que no tenían, asió a Velasco de un brazo y ordenó a los otros dos que echaran a andar. Al llegar a una revuelta del camino, cerca de un pueblecito, trataron de cegar al tirolés echándole tierra en los ojos, pero el hombre hirió a Velasco de una puñalada en la espalda y, aun cuando este último pudiese emprender la huida, se desplomó al cabo de pocos metros.
Sangraba abundantemente y ya no podía seguir a sus compafieros. Por añadidura, plegándose al ruego de Velasco, los otros dos decidieron abandonarle.
[/color] Unos días más tarde, aprovechando la densa niebla que cubría la región, proseguían su huida en pleno día, siguiendo los raíles del ferrocarril. Desgraciadamente, la niebla se disipó bruscamente a principios de la tarde y se encontraron de pronto ante una patrulla de policía que detuvo primero a Cerezo y al cabo de unos dias a López, a quien habían perseguido y acabado por cercar.
Los llevaron a la cárcel del pueblo de Swatch, donde les dieron café y tabaco. Seguidamente iniciaron el interrogatorio. Por mucho que dijesen que eran franceses evadidos de un stalag, los policías acabaron descubriendo que procedían de un kommando de Mauthausen. Como todo hay que decirlo, hay que reconocer que en aquella cárcel fueron bien tratados.
Fuente:Mariano Constante,Rotien Spanien,Los años rojos : españoles en los campos nazis .
Primera parte.
Continuará...............