*Océano Pacífico
Una milla al sur de Oahu
Domingo, 7 de diciembre de 1941
Una vez lanzados desde los submarinos nodriza, los capitanes de los minisubmarinos trataron de abrirse camino hacia el puerto para estar en su puesto junto a Ford Island cuando empezase el ataque aéreo.
Las tripulaciones de los submarinos de bolsillo podían ver las luces de Honolulu a través de sus periscopios y oír música de jazz procedente de las emisoras de radio locales; las mismas cuya señal había guiado a los submarinos nodriza al punto de partida a 10 millas de la bocana del puerto. Llegar hasta allí había sido relativamente fácil. Deslizarse a través de la red antisubmarinos para entrar en el fondeadero que estaba detrás o pasar junto a uno de los barcos estadounidenses que entraban en el puerto suponía un desafío mucho mayor.
El comandante de la Unidad Especial de Ataque de los cinco submarinos, el teniente de veintinueve años Naoji Iwasa, había sido piloto de pruebas. Había entrenado a los otros nueve hombres y había subrayado la importancia y gravedad de su tarea. No dijo exactamente que la suya era una misión suicida, pero nadie dudaba de que lo fuera. «Nadie pretende que volvamos», dijo Iwasa a sus hombres. Iwasa, capitán del submarino nodriza I-22, era también capitán del SPS I-22TOU. Era el mayor de los miembros de la tripulación, y su segundo era Naokichi Sasaki, experto espadachín kendo.
El teniente Masaji Yokoyama, capitán del SPS I-16TOU, era asistido por el contramaestre Sadamu Uyeda, un silencioso joven campesino.
El capitán Shigemi Furuno, del SPS I-22TOU había dicho a sus padres que no podía casarse porque debía estar dispuesto a morir en cualquier momento. Su segundo era el contramaestre Shigenori Yokoyama.
El alférez Akira Hiro-o, capitán del SPS I-20TOU, de veintidós años, era el más joven de los tripulantes de los submarinos de bolsillo. El contramaestre Yoshio Katayama, un joven granjero, era su segundo.
El alférez Kazuo Sakamaki era el capitán del SPS I-24TOU, y su tripulante, el oficial técnico jefe Kiyoshi Inagaki.*
Pintura japonesa en memoria de los nueve tripulantes
de los minisubmarinos muertos en el ataque a Pearl Harbor
*A las 3.42, el dragaminas Condor, de patrulla a la entrada del puerto, avistó lo que parecía ser el periscopio de un submarino que seguía al Antares cuando se dirigía lentamente hacia el puerto, esperando a que la red antisubmarinos se retirara al amanecer para poder entrar. La tripulación del Condor emitió inmediatamente un aviso por radio: AVISTADO SUBMARINO AL OESTE; VELOCIDAD CINCO NUDOS. Alertada por el Condor, la tripulación del Antares también vio al submarino y repitió el mensaje. Un avión de reconocimiento PBY que sobrevolaba el puerto y el Ward, un antiguo destructor de cuatro chimeneas tripulado por reservistas del Medio Oeste y al mando de un flamante capitán, William Outerbridge, oyeron los avisos.
A bordo del Ward, el fogonero Ken Swedberg, un joven reservista de St. Paul, Minnesota, estaba en su puesto de combate a los pocos segundos de la alerta. Al escudriñar en la oscuridad, lo primero que pensó fue que tenía que ser uno de los submarinos de Hitler.*
*Fogonero Ken Swedberg
A bordo del destructor Ward, Pearl Harbor
7 diciembre de 1941
Yo era fogonero de primera clase, lo que significaba que solía estar normalmente
en la sala de calderas. Para eso fui entrenado. Pero mi trabajo en el
«puesto de combate» estaba arriba, en cubierta, manejando un cañón antidirigibles
de la Primera Guerra Mundial diseñado para abatir globos aerostáticos.
Hacia la una de la tarde del sábado 6 de diciembre, el capitán hizo una llamada
de ejercicios al «puesto de combate» para poner a prueba a su tripulación
de reserva. Eran los primeros ejercicios, y creo que estuvo muy acertado en hacerlos,
como más tarde se demostró. Fuimos a los puestos de batalla y yo coloqué
mi cañón de 76 milímetros en la proa, justo debajo de nuestra batería principal,
el cañón número uno de 101 milímetros. Terminamos los ejercicios y el
capitán se sintió satisfecho, así que volvimos a nuestras tareas habituales.
Se colocaba una tela metálica en la entrada del puerto al anochecer y,
normalmente, no se volvía a abrir hasta el amanecer. Por la noche, patrullábamos
en zig-zag, probando nuestro sónar relativamente nuevo. A las 3.45 de
la mañana del 7 de diciembre, uno de los dragaminas, el Condor, avistó lo que
pensaban que era un periscopio. Fuimos a los «puestos de combate», corrimos
hacia el lugar y buscamos durante una hora, pero no encontramos nada.
De modo que seguimos patrullando.
Al romper el día, hacia las 6.30, cuando el puerto empezaba a despertar,
el Antares se encontraba fuera, esperando a que abrieran la tela metálica para
poder entrar en Pearl Harbor. Y tras el Antares divisamos la torrecilla de ese
submarino, sobresaliendo casi un metro del agua, con la pretensión evidente
de ir tras el barco de suministros hasta el interior del puerto. Fuimos inmediatamente
a nuestros puestos de combate, y mientras corríamos hacia ellos, un
PBY dejó caer una bomba de humo para marcarnos la posición. Mientras yo
manejaba mi cañón en la proa, pude ver que se acercaban muy deprisa.
Tuve un asiento de primera fila. Parecía que íbamos a colisionar con él, y
todo el mundo empezó a prepararse; pero en el último minuto, el capitán se
dirigió hacia el puerto. Cuando lo hizo, el estribor, o lado derecho, se alzó un
poco. Nuestros cañones navales no podían disparar hacia abajo, así que cuando
disparamos, el primer proyectil, que partió del cañón número uno, de 101
milímetros, pasó por encima de la torrecilla.
En ese momento nos encontrábamos casi paralelos al submarino, y el cañón
número tres que estaba encima del puente de mando, a estribor, apuntó
y disparó. Estábamos tan cerca que el proyectil no explotó, pero hizo un agujero
en la torrecilla. Era un agujero relativamente pequeño, pero al submarino
le entró agua y empezó a hundirse.
Pensamos que era un submarino alemán y lanzamos cuatro cargas de profundidad
a 300 metros. Con el peso añadido del agua que le había entrado,
el submarino perdió flotabilidad y cayó como una roca hacia el fondo.
Nos quedamos en los «puestos de combate» y el capitán dio la orden de
preparar los fusiles Springfield. Una hora después, más o menos, avistamos
dos aviones que se dirigían hacia nosotros desde el interior del puerto, y pudimos
ver las «albóndigas», los soles rojos, pintados en sus alas. Nuestros
nuevos cañones antiaéreos dispararon a los aviones; y eso fue lo que realmente
nos salvó, porque interrumpieron su ataque. Recibimos una ráfaga en un costado
y otra al otro. Y eso fue todo lo cerca que estuvimos de recibir impactos.
A las 8.15 vimos el humo y las explosiones en la costa. En ese momento el
capitán nos dijo que había recibido un mensaje por radio que decía «esto no
son ejercicios».*