3a. entrega:
THE WAGES OF DESTRUCTION
La construcción y colapso de la economía nazi.
Adam Tooze
Cap. 15, Diciembre 1941: El punto de cambio
pp. 482-490.
I.
El éxito de Barbarroja dependía en la capacidad de la Wehrmacht para paralizar y destruir al Ejército Rojo antes de la línea Dnieper-Dvina, a 500 kilómetros de la frontera. Describir esto tan optimistamente es un eufemismo. En este sentido, Barbarossa califica como el último gran ejemplo de una apropiación de tierras colonial: un intento extraordinariamente presuntuoso de un estado europeo de tamaño medio de imponer su voluntad asesina a un pueblo supuestamente menos desarrollado pero mucho mayor. Los alemanes suponían que el liderazgo soviético era tan débil e incompetente que sería incapaz de movilizar su mayor mano de obra y su considerable equipo militar para dirigirlos en una guerra de desgaste. Los enormes avances logrados en las primeras semanas de la campaña parecían apoyar esta arrogancia. El 3 de julio, el jefe de estado mayor del ejército Franz Halder concluyó que la batalla había sido ganada [2]. El grueso del Ejército Rojo había sido eliminado ‘de este lado del Dvina y Dnieper’. Terminada la campaña en el Este se exigiría la atención de la Wehrmacht en operaciones remanentes, pero ya era hora que los dirigentes alemanes empezaran a dirigir su mente hacia futuras operaciones contra el ombligo del Imperio Británico, la ruta terrestre entre el Nilo y el Éufrates.
Sólo unas semanas más tarde, esta burbuja había estallado. A finales de julio 1941, los tres grupos de ejércitos alemanes habían llegado al límite posible de su sistema de suministro y se había detenido su avance. El Ejército Rojo, aunque había sufrido bajas devastadoras, no había sido destruido [3], seguía luchando e infligiendo graves pérdidas. La situación era de lo más crítica en el segmento central de la línea del frente en torno Smolensk [4]. En los últimos días de julio, llevando sus tanques hasta el límite de su resistencia Heinz Guderian completó otro cerco gigante y se apoderó del control del "puente terrestre" que se alza entre las cuencas de los ríos Dvina y el Dnieper. Moscú estaba ahora a menos de 400 kilómetros de distancia. Pero, tras este espectacular golpe, Guderian superó su línea de apoyo y dejo el grueso del Grupo de Ejércitos Centro muy atrás. Ante los salvajes contraataques soviéticos, las adelantadas unidades de Guderian se vieron obligadas a atrincherarse y defender el perímetro exterior de sus posiciones [5]. Sintiendo que el momento crítico había llegado, el Ejército Rojo lanzó nada menos que diecisiete ejércitos contra El Grupo de Ejércitos Centro, seis de ellos se concentraron en contra Guderian [6]. Aunque el costo en sangre era terrible, los implacables contraataques soviéticos lograron el efecto deseado. El mariscal Von Bock, comandante en Jefe del Grupo Centro, anotó en su diario: "¿Cómo empezar una nueva operación desde esta posición, con la moral de combate decayendo lentamente en la tropa, que es atacada una y otra vez, no lo sé aún?”[7]. Unos días más tarde Von Bock señaló:"Si los rusos no colapsan en algún lugar pronto, será muy difícil, antes del invierno, golpearlos con fuerza para eliminarlos. [8].
Sera en septiembre cuando el Grupo de Ejércitos Centro podrá reanudar el ataque hacia Moscú [9]. Este fue precisamente el tipo de demora contra el que Halder había advertido con tanto énfasis en su primera evaluación del plan de campaña de Barbarossa. A principios de 1941 había escrito que sólo la velocidad ininterrumpida, evitando el reagrupamiento del Ejército Rojo, garantizaba el éxito. Ahora, con el avance detenido a lo largo de la línea, Halder se vio obligado a concluir que la invasión de la Unión Soviética se había basado en un malentendido fundamental. A principios de agosto su diario contiene la siguiente confesión:
“En los frentes que no participan en el movimiento ofensivo reina la tranquilidad del agotamiento. Lo que estamos haciendo es el último intento desesperado por evitar que nuestra línea del frente se congele en una guerra de posiciones... Nuestras últimas reservas han sido consumidas. Cualquier reagrupación ahora no es más que un movimiento de fuerzas entre los sectores del mismo grupo del ejército... En toda esta situación se está haciendo cada vez más evidente que el coloso ruso, se había preparado para la guerra con toda la desinhibición que es característico de los estados totalitarios, ha sido subestimado por nosotros. Esto es cierto si se tiene en cuenta la organización, así como las fuerzas económicas, el sistema de transporte, pero sobre todo con respecto a la capacidad puramente militar. Al comienzo de la guerra contábamos cerca de 200 divisiones enemigas. Ahora ya hemos contado 360. Estas divisiones ciertamente no están armadas y equipadas en nuestro sentido, en muchos casos tienen liderazgo táctico inadecuado. Pero están ahí. Y cuando una docena ha sido aplastada, entonces Rusia pone otra docena [10].
De hecho, Halder siguió subestimando la magnitud del desafío a la Wehrmacht en Rusia. A finales de 1941 el Ejército Rojo había alineado no 360 divisiones, sino un total de 600 [11]. Como Haider ahora reconocía, si había algún poder en las décadas de 1930 y 1940 que ejemplifican el lema fascista del "triunfo de la voluntad" sobre las circunstancias materiales no fue la Alemania nazi o la Italia fascista, sino la dictadura marxista de Stalin. El régimen soviético no rompe con la tradición zarista, que demostró ser capaz de absorber bajas mucho mayor que las sufridas por cualquier otro combatiente. Y a pesar de su atraso económico relativo, demostró ser capaz durante la emergencia de 1941-42 de movilizar los recursos para una mayor participación en la economía nacional [12]. En lugar de sucumbir a su supuesta falta de sofisticación, la Unión Soviética enfrento oponentes por encima de su peso. En gran parte por efecto de la coacción. La política de poder de Stalin estaba íntimamente ligada a la consecución real de la industrialización de la Unión Soviética, de la cual el excelente armamento del Ejército Rojo fue la más dramática expresión [13]. En Francia en 1940, la Wehrmacht había encontrado la manera de derrotar a los pesados carros Char B franceses. Ahora para los miles de ágiles, y fuertemente blindado T-34S, que vertían las líneas de producción soviéticas, los alemanes no tuvieron respuesta.
Hitler sucumbió a la duda, incluso antes de sus generales. Ya a finales de julio comenzó a considerar la posibilidad de que el Ejército Rojo podría no ser destruido en 1941. En su instrucción, al alto mando de la Wehrmacht, emitió una directiva estratégica reconociendo abiertamente esta posibilidad [14]. De hecho, el momento de realismo estratégico de Hitler parece haber ido más lejos que esto. Cuando Goebbels visitó el Hauptquartier en Rastenburg el 18 de agosto 1941, se sorprendió al encontrar al Führer hablando de una paz negociada con Stalin [15]. Para Hitler, además, la posibilidad de un estancamiento en el Este tenía implicaciones operacionales inmediatas. Desde los primeros estudios de Barbarossa, Hitler y el alto comando de la Wehrmacht había supuesto que, si el asalto inicial no pudiera destruir al Ejército Rojo, las consideraciones económicas estratégicas tomarían prioridad. Si Alemania iba a enfrentarse a una larga guerra en dos frentes era esencial asegurar el control total del grano y las materias primas de Ucrania, así como el completo dominio del Báltico, sin el cual Alemania no podía garantizarse las entregas de mineral de hierro de Escandinavia.
Esto fue sin duda motivo de preocupación estratégica a finales del verano de 1941 [16]. Tras el anuncio del acuerdo de Préstamo y Arriendo, la alianza anglo-americana mostró los signos de una mayor consolidación. En julio, Estados Unidos ocupó Islandia para ampliar aún más la cobertura sobre las líneas de envíos del Atlántico [17]. Encuentros de disparos entre la marina americana y la alemana se producían mensualmente. Al igual que la Luftwaffe, la Marina alemana observó la dramática expansión de la producción estadounidense con creciente preocupación. A no ser que pronto se pudiera comenzar un ataque total contra las rutas marítimas del Atlántico y comenzar en serio el proceso de hacer morir de hambre los británicos, la enorme capacidad de los astilleros de los Estados Unidos estaría en posición de superar cualquier pérdida que los submarinos puedan infligir [18]. El 14 de agosto 1941 los Estados Unidos sellaron su compromiso irrevocable con el esfuerzo de guerra británico haciendo el anuncio de la Carta del Atlántico. Churchill había esperado una declaración de guerra estadounidense. Roosevelt no podía ir tan lejos. En Berlín, el estallido de la guerra abierta con los Estados Unidos ahora se consideraba sólo una cuestión de tiempo. Hitler ya no pensaba en el largo plazo [19]. Desde el verano de 1941 habló de la guerra con los Estados Unidos por ser simplemente una cuestión de meses de distancia, ideal para comenzar después de la conclusión con éxito de la Operación del Este. Todo, sin embargo, dependía de los japoneses [20]. Los submarinos podían hundir barcos estadounidenses en el Atlántico. Sin embargo, Japón con su potente y moderna marina era la única esperanza de la lucha contra el poderío de la flota estadounidense. Por la misma razón, Japón también era la mejor esperanza de Alemania para golpear directamente al Imperio Británico. En julio de 1941 Hitler había ofrecido a Japón una alianza ofensiva contra los estadounidenses, si también entraban en la guerra contra Gran Bretaña. Los japoneses aguardaron un tiempo. Estas consideraciones estratégicas hacían aún más imprescindible garantizarse los objetivos clave de la economía en la Unión Soviética.
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