05-05-2006
Tras la sonada victoria de Kiev vino la Operación Tifón, cuyo primer acto describo a continuación: La doble batalla de Viazma – Briansk comenzó el 30 de septiembre y finalizó el 13 de octubre. Fue una maniobra de limpieza esencial para dar paso a la segunda parte de Tifón. Esta vez se emplearon tres grupos Panzer, el II de Guderian en el sur, el IV de Kluge en el centro y el III de Hoeppner al norte del dispositivo. Se capturaron 673.000 prisioneros y fueron destruidos 1.242 carros y 5.142 cañones. Era imposible soñar algo mejor en aquel momento.
En Borodino, el 15 de octubre de 1941, aparecieron por vez primera los siberianos del mariscal Zhukov, llevados allí por orden de Stalin que ya no tenía nada que temer del Japón en Asia tras la firma del tratado de no agresión. En frente formaron tres divisiones: Das Reich, GrossDeutschland y Der Fhürer. De la primera quedaron algunos puñados de hombres en reducidas compañías; su general, fue gravemente herido, el valiente Hauser; pero se mantuvieron firmes, como si alguien los agarrara al suelo; mientras tanto, los carros de la 10ª División Blindada atravesaban el Moskova y sobrepasaban Mojaisk, en la autopista hacia Moscú, que ya sólo estaba a cien kilómetros el día 18 de octubre.
Hitler no se equivocó al pensar que la moral de los rusos estaba por los suelos, pero sólo tenían una posibilidad, morir o morir; porque a todos los que huyeran, los comisarios políticos los fusilarían, según la orden del 15 de julio de 1941. Pero después de tres semanas, las tropas que no eran de élite, no dudaban en huir o rendirse. Es evidente que en aquellos días de mediados de octubre el Ejército Rojo había perdido todo su potencial ofensivo y estaba literalmente “roto”. Moscú estaba ahí. Sólo tenían que llegar y entrar triunfalmente. Nada se interponía en su camino. Stalin y el gobierno soviético al completo se trasladó a Kuibishev (aunque suele decirse que Stalin se quedó en Moscú), a unos 850 kilómetros al este. Sólo se quedó Beria y su Estado Mayor, mandando al NKVD. El Kremlin fue completamente minado, para reventarlo si se hacía preciso. Se llevaron la momia de Lenin, expuesta en la Plaza Roja. Nadie pudo ocultar a los ciudadanos aquellos hechos, ni tampoco la caída de Mojaisk. Las noticias corrían como la pólvora:
-¡Mojaisk ha caído! ¡Los Germanietski (alemanes) llegan!
Pronto huyó hasta la NKVD con Beria, y las fuerzas del orden se vieron desbordadas en Moscú. La ciudad volvía a hablar. Se sucedían las manifestaciones y se gritaba:
-¡Mueran los soviets! ¡Muerte a Stalin! ¡Viva la paz! ¡Abajo la guerra!
Se distribuían los impresos por toda la ciudad, impresos en contra del régimen.
Si el gobierno soviético se hubiera quedado en Moscú unas 48 horas más, es posible que hubieran sido devorados por las masas enfurecidas. La noticia de su partida desencadenó disturbios de extrema gravedad. La policía y la milicia que quedó en Moscú, poco podía hacer, y nada hicieron. Se quemaban los últimos archivos olvidados. Los comunistas eran ahorcados y juzgados en las calles. Los almacenes eran saqueados, los trabajadores abandonaron sus trabajos por decenas de millares y se manifestaban en contra de Stalin. Los retratos de éste eran quemados, rajados, pisoteados. Los edificios gubernamentales y las embajadas fueron ocupadas por masas enfurecidas. Moscú, capital del comunismo mundial demostraba su odio al comunismo y se revelaba con carácter revolucionario.
Entre los dirigentes soviéticos que habían huido reinaba el mayor de los caos. Zhukov remplazó a Timochenko en la defensa de la ciudad. Bulganin fue designado comisario político en Moscú, trató de reimplantar el orden con fusilamientos masivos y detenciones. Se movilizaron a las armas a todos los hombres que pudieran empuñar un fusil; fusiles que por otra parte no había en Moscú en aquellos momentos. Fue declarado el estado de sitio. Día tras día se esperaba la entrada del primer carro alemán en las calles de Moscu, pero estos no aparecían.
Se minó todo Moscú: el Kremlin, los comisariados, los principales monumentos, los hospitales, las centrales eléctricas, las potabilizadoras, incluso barrios enteros; de manera que Moscú quedara reducido a la nada en pocos minutos. Más tarde Bulganin puso a trabajar a 800.000 ancianos, niños y mujeres de manera forzada y bajo amenaza de muerte; día y noche trabajaban para abrir cien kilómetros de fosas anticarro, 8.000 kilómetros de trincheras y trescientos kilómetros de fosas antitanque, al igual que en Leningrado. Millares de trabajadores murieron aquellos días. Al no estar organizados, los sublevados sucumbieron, pero hasta el 6 de noviembre el orden no se restableció en la ciudad. De no haber estado Bulganin, los contrarrevolucionarios se hubieran hecho con Moscú y la contrarrevolución pudo haberse extendido entre las tropas, pero los alemanes no hicieron nada para beneficiarse de la situación.
Seguramente Hitler debió de acordarse de la 7ª División aerotransportada que perdió inútilmente en Creta, que le pudo haber dado Moscú sin problemas; quizás en septiembre Leningrado y un año después Stalingrado o los petróleos caucasianos. Durante quince días los alemanes pudieron haber entrado en Moscú sin problemas. Y tres semanas más en las que Zhukov preparó el dispositivo de defensa. ¿Por qué no entraron en la Plaza Roja en aquel momento? Ahora mismo lo veremos. Uno de los salvadores de Moscú fue Richard Sorge, asunto acerca del cual hay un post colgado en operaciones especiales.
El invierno de 1941, fue muy precoz en Rusia. Las primeras nieves cayeron en el frente central en la noche del 6 al 7 de octubre. Las condiciones del terreno ruso y su meteorología en ningún momento ofrecieron ventajas a las maniobras ofensivas de los blindados alemanes; pues estos, al contrario que los rusos, habían sido diseñados para maniobrar por las carreteras francesas y de Centroeuropa; por tanto, los carros alemanes no tardaron en fallar. El más duro enemigo de los primeros meses fue el polvo. El polvo ruso, según dicen los ex – combatientes, es inimaginable si no se trata con él. Cegaba a los hombres y obstruía los motores de los vehículos, hasta detenerlos durante horas. No se podían sustituir los tanques averiados con eficacia; a menudo se podían entregar tan sólo la mitad de los motores requeridos. Un soldado con descanso se recupera. Un motor o se cambia o se repara.
Los soldados reclamaron la lluvia a gritos durante todo el verano. Parece ser que Dios debió de escucharles y comenzó a llover torrencialmente; el polvo dejó paso al barro. El polvo no impidió a los vehículos rodados progresar por las pistas y las carreteras de la estepa, pero el barro anegó los caminos. Las carreteras quedaban inundadas por grandes ríos temporales. Los vehículos se atascaban y el Ejército alemán quedó sepultado en las tierras rusas. Muchas unidades no pudieron progresar en dos o tres días, quedando paradas sin remedio. Se tuvieron que remolcar las máquinas motorizadas con tractores de artillería; cuando estos quedaron anegados, los mismos soldados y caballos tuvieron que tirar de los vehículos. El reconocimiento aéreo resultó imposible por el mal tiempo y las pocas unidades motorizadas que podían avanzar, a menudo patinaban en el barrizal.
Enormes vacíos se abrían en los dispositivos alemanes y era muy difícil tapar aquellas brechas; esto ocurría cuando se encontraba un puente destruido o un campo de minas. Las tropas que avanzaban sobre Moscú, tuvieron unos días de descanso a finales de octubre, para llevar a cabo un reagrupamiento y dar descanso a los soldados. Las primeras nieves se fundieron y la lluvia volvió a caer torrencialmente, mezclada esta vez con copos de nieve; “esto empeoró la situación hasta extremos inimaginables”, dijo Guderian. Con frecuencia los soldados confundían los torrentes barrosos con carreteras, esto acarreaba grandes desgracias. La 19 División Blindada, que parecía entraría en la capital en cualquier momento, quedó detenida en el segundo cinturón de defensa a orillas del Nara. La 19 DB no tenía nada por delante, Moscú estaba en sus manos. Pero las divisiones alemanas quedaron empantanadas en aquel gran océano de barro.
Otra vez hubo que remolcar a los vehículos. No había remolques suficientes y los hombres hicieron sus veces. Las cocinas de campaña no seguían a los ejércitos y no se permitía recurrir a los suministros de emergencia. Se efectuaba el suministro por avión, unas doscientas toneladas diarias por división; aquello resultó ser una tarea imposible; ya que en ocasiones, ni los mismos aviones alemanes podían despegar debido a la congelación de sus motores. Se hizo necesario parar. ¿Pero saben qué? Hitler no tenía ni idea de la situación de sus soldados en el frente del Este. Todo le fue comunicado cuando ya no había solución. Los informes de las unidades que avanzaban a Moscú eran modificados por los caballeros del OKH (Mando Supremo del Ejército), de manera que le hacían ver una versión falsa de los hechos. Durante la reunión de Hitler con el jefe de alguna de estas unidades que avanzaban a Moscú, los caballeros del monóculo preparaban convenientemente al desgraciado general, para que así mintiera a Hitler. Pobre de aquel que le decía la verdad a su Führer sin tener en cuenta las advertencias del Estado Mayor de este último.
Todo aquel ejército que queda parado, es un ejército perdido. Todas las carreteras quedaron embotelladas. Los caminos de tierra como imaginareís no se podían utilizar. Por si fuera poco, los alemanes no habían podido sustituir el ancho de las vías soviéticas por el de las alemanas, con lo que las vías férreas no se podían utilizar.
El 20 de octubre el Grupo de Ejércitos Centro quedó bloqueado por el barro. Aquello motivó el desánimo de las tropas, que malgastaban sus fuerzas día tras día, noche tras noche. Fueron tres semanas terribles en las que perdieron gran cantidad de material y la posibilidad de una victoria absoluta antes del invierno. Es difícil imaginar la desesperación e impotencia de los mejores soldados del mundo, que habían conquistado toda Europa, superando a un enemigo valiente, muy superior en número y bien armado; quedando a las puertas de la guarida enemiga, esperándoles al fondo del horizonte, con todo el camino libre para ellos, cubiertos de barro y hambrientos como ratas.
De no haber reducido a la impotencia al Ejército Rojo, le habría resultado muy fácil asestar un golpe mortal a los desesperados soldados alemanes; prisioneros del barro y víctimas de un penoso servicio de intendencia, del que podemos decir en su defensa, que antes de la operación Barbarroja, advirtió que no podría llevar a cabo un suministro eficaz a más de 500 km; a pesar de todo poco más se podía hacer para mejorar la triste situación de los soldados; mientras tanto, otras instituciones como la Luftwaffe hacían lo imposible. Aquí se demostró el escaso poder de improvisación alemán, prisioneros de un plan fijo, calculado al milímetro pero sin alternativas. Aun así, aún quedaban soldados que proporcionaron ideas campesinas al ser ellos de ascendencia campestre. Se requisaron carros y caballos y en muchos casos los suministros siguieron llegando. El Ejército Rojo ya sabía lo que se iban a encontrar los alemanes, sus ventajas eran muchas: sus T – 34 de anchas orugas iban por el barro con toda tranquilidad.