Pero, por supuesto, en medio de esa tormenta de balas y barro, los británicos, como de costumbre, encontraron el tiempo y la situación para encontrar la gloria. La valentía de los britones, que parecía haber desaparecido, fue creciendo al ton que se comunicaban los avances de los franceses en la próxima colina de Malakoff.
El Major August Welsford, de Halifax, Canadá, (97th (The Earl of Ulster's) Regiment of Foot) era comandante de una de las secciones encargadas de llevar las escaleras para el asalto, cargó, junto a sus hombres, a la cabeza de los británicos hasta alcanzar, tras recorrer cerca de 400 metros de muerte, muerte y muerte, la zanja del reducto. Liderando a sus hombres, ayudando personalmente en la colocación de un puñado de largas escaleras, corriendo bajo fuego enemigo, arriesgando su vida por aquellas rústicas estructuras, Welsford consiguió cumplir con las órdenes dadas. Lleno de furia, fue el primero en escalar por las ya afianzadas escaleras, y justo cuando estaba a punto de saltar al interior de la fortificación, asomó su cabeza por una aspillera, con la mala suerte de que en el mismo instante disparó el cañón de la misma. Decapitado, el Major cayó por encima de sus hombres. El tan bien valorado oficial, que había guiado a sus hombres hasta la fortificación, acababa de morir. Muchos más lo habían hecho, y todavía no habían ni siquiera entrado en el Reducto.
Otro oficial, el Captain William Parker, también de Nueva Escocia, pertenecía al 78th (Highlanders) Regiment of Foot, y poco después de que las escaleras fueran izadas, avanzó junto a sus escoceses al asalto, mientras la lluvia de balas se llevaba a su unidad entera salvo un solitario infante. El Capitán y el Highlander, ordenada y valientemente, subieron juntos la desierta escalera, mientras grandes grupos de infantes, tras haber sobrevivido las descargas de los rusos en su desquiciada carrera hacia el Reducto, se apretujaban contra la base de la fortificación.Y subieron, se izaron por las escalas, sobrepasaron las aspilleras, y pudieron penetrar en el fuerte. Sangrientos, embarrados y cansados, la solitaria pareja fue despedazada en el mismo momento que pusieron pie en el Reducto. Una andanada de fusiles rusos los ametralló.
El Gran Reducto, poco después de su captura
Y aquí viene mi historia preferida.
Philip Smith, nacido en el pueblecito de Lurgan, en el Condado de Cavan (Irlanda) el 5 de octubre de 1829, se alistó con 17 años (el 12 de mayo de 1847) en el 17th (Leicestershire) Regiment of Foot. La Gran Hambruna de Irlanda le había dejado sin comida ni trabajo (pues era jornalero), y Smith se encaminó a Dublín para unirse al regimiento.
Tras servir en Gibraltar, el regimiento se trasladó por barco hasta Crimea, donde iba a participar en la costosa guerra. Y estaría, junto al regimiento, en la Batalla del Gran Reducto. Hacia el final de la jornada, cuando, tras ver que no podrían tomar la fortificación, los británicos tocaron el son de la retirada, Smith se quedó aislado, bajo el refugio de una piedra, mientras que el regimiento se retiraba. Perseguido por el fuego de un francotirador, el Corporal Smith, no tenía otra más que esperar a la llegada de la noche para escapar. O eso parecía. Pero el bravo irlandés, cansado de la escabechina, de los llantos de los heridos y de la sangre en su rojo uniforme, decidió salir de allí.
Arrastró el herido hasta su precaria posición, y sin más que hablar, se fue corriendo hasta la retaguardia, mientras el francotirador y varios fusiles rusos más intentaban alcanzarlo, sin éxito. Los ingleses que se retiraban a su vez, al verse adelantados por el cargado cabo, decidieron intentar cubrir su particular carrera. Y las bolas de cañón empezaron a volar otra vez, mientras que los británicos se retiraban lentamente.
Una vez en la retaguardia, el convencido irlandés, no lo suficientemente cansado, decidió ¡volver al campo de batalla! y recoger a más heridos. Ahora sí, con la columna británica al completo retirada, Smith se exponía a todos los fusiles del Gran Reducto. Los victoriosos rusos apuntaron, con fusiles y cañones, al obstinado inglesito que pretendía ganar la batalla por sí solo. Ileso, sin poder creérselo, Smith alcanzó otro herido, se lo subió a las espalda, e inició el camino de vuelta. Sin poder alcanzarle, los rusos no pudieron evitar que el cabo arribase una vez más en las líneas inglesas, donde depositó al herido.
El Corporal Philip Smith repitió esta valerosa acción varias veces, hasta que, extremadamente fatigado, pero sin un rasguño, tuvo que posarse a descansar para la siguiente jornada. Ningún otro infante británico le sucedió aquel día, rescatando heridos en aquella colina en los aledaños de Sebastopol. Sobrevivió a la guerra, y continuó con su regimiento.
El 24 de febrero de 1857, la Daily Gazette anunció que había ganado la Victoria Cross.
El 26 de junio de ese mismo año, la Reina Victoria condecoraría en persona a los 62 soldados que pudieron acudir al acto la prestigiosa medalla, en lo que sería la primera ceremonia de la Victoria Cross. Sin embargo, Smith no estaba allí. Junto al resto de los 111 que habían sido condecorados pero que no habían recibido la medalla, estaba en algún puesto del Imperio Británico. Philip Smith estaba en Montreal, pero la Reina había previsto casos como este. Ordenó que el comandante de cada puesto, con el resto de la guarnición formada en perfecto órden, condecorase al agraciado.
Así que el Major General Sir Charles Trollope, en nombre de la reina, prendería la Victoria Cross en el pecho de Philip Smith, veterano de Crimea. Sería la primera Victoria Cross que pisaría suelo canadiense.
Smith terminaría su servicio más tarde, y volvería a su Irlanda natal. Moriría de una pneumonía en un hospital en Dublín, el 16 de enero de 1906. Su Victoria Cross junto al siguiente cuadro, están expuestos en el museo regimental.
Lance Sergeant Philip Smith Winning The Leicestershire Regiment's First Victoria Cross for Bringing In Wounded Comrades at the Great Redan, Sevastopol, 18 June 1855. Terence Tenison Cuneo (1907–1996)