El origen de las V-2: el sueño de la conquista del espacio.
Todo empezó en 1923 con la publicación del libro Cohetes hacia los espacios interplanetarios, del físico Hermann Julius Oberth, de Hermannstadt. En él se afirmaba que el estado tanto de la ciencia como de la técnica permitían ya entonces la construcción de cohetes tripulados capaces de vencer la atracción del campo gravitatorio terrestre. Oberth consideraba que podía ser rentable la construcción de ese tipo de máquinas si se cumplían determinadas condiciones, y afirmaba que en unos decenios esas condiciones podían darse. En el libro explicaba matemáticamente esas afirmaciones y argumentaba cada uno de los puntos.
El 5 de junio de 1927 unos entusiastas de los cohetes fundaron el Berlín el Verein fur Raumschiffahrt, un club de aficionados cuya meta era llevar a la práctica las ideas formuladas por Oberth. Entre los socios fundadores estaban Maximilian Valier (que murió en mayo de 1930 en una explosión accidental) y Walter Neubert. Más tarde ingresó Wernher von Braun. Entre 1929 y 1932 este grupo se dedicó a experimentar con cohetes en las proximidades de Berlín. El ejército alemán vio en los cohetes posibles armas futuras, por lo que a partir de 1933 empezó a financiarlos, cada vez con más medios y fondos, hasta que creó para ellos unos laboratorios experimentales en Peenemunde, en la isla de Usedom, en el mar Báltico, a donde se trasladaron en 1936.
El 3 de octubre de 1942, el cohete A-4 (que más tarde se conocería con el nombre de V-2) logró llevar a cabo, por primera vez, un vuelo que le permitió alcanzar una altura de 90 Km, y salir así de la atmósfera terrestre, saliendo al espacio. El A-4, de 14 metros de longitud, se dirigía gracias a un accionamiento giroscópico, empleado a lo largo de tres ejes, y mediante el empleo de alerones aerodinámicos. Tenía un alcance de 320 Km y un peso al despegue de 12500 Kg, de los que aproximadamente 10000 Kg correspondían a la carga útil. Los constructores del cohete lo crearon con el objetivo aún lejano de emplearlo como cohete portador, y no como arma de largo alcance. Hasta entonces los cohetes utilizaban combustible sólido, debido a que no tenían problemas de exceso de peso para su lanzamiento, mientras que el A-4 usaba combustible líquido almacenado en dos depósitos separados, uno de etanol y otro de oxígeno líquido. Al disponer de un depósito de oxígeno para el proceso de combustión, el A-4 se convirtió en el primer aparato volador completamente independiente de la atmósfera, capaz por tanto de viajar por el espacio. Además, los cohetes de combustible líquido se pueden gobernar con más facilidad durante el vuelo: el paso de combustibles a la cámara de combustión se controla mediante válvulas, y puede incluso suspenderse temporalmente. Los ingenieros y físicos celebraron su éxito no como un avance de tipo militar, sino como un paso de gran importancia en el camino hacia los viajes espaciales. Wernher von Braun escribió: “El único fallo de este lanzamiento ha sido que el cohete ha aterrizado sobre un planeta equivocado” (una frase humorística, evidentemente exagerada, pero que muestra la motivación que les movía, como que la carcasa del A-4 estuviese decorada con una media luna sobre la que se pintó a una joven sentada). Después del éxito, el mando militar ordenó producir el A-4 en serie.
El director de los trabajos de desarrollo del A-4, Walter Dornberger, explicó tiempo después las metas que se habían propuesto alcanzar: “En respuesta a nuestra constante demanda de nuevos fondos para el desarrollo de cohetes experimentales, el mando militar nos respondió diciendo que sólo habría fondos para el desarrollo de cohetes capaces de transportar grandes cargas útiles, con extrema precisión y a largas distancias. Me había propuesto como primera meta un cohete de grandes dimensiones capaz de lanzar una tonelada de explosivos a una distancia de 250 Km. Además de las exigencias militares, quise que la dispersión en latitud y en longitud se redujese a tan sólo a un 2 o 3 por mil de la distancia. Limité las dimensiones externas a fin de que el aparato fuese apto para su transporte por carretera sin necesidad de desmontarlo, y que no sobrepasase las dimensiones máximas permitidas para los vehículos de transporte. Nos introdujimos con nuestro cohete en el espacio, y empleamos por primera vez, y esto lo recogerán los anales de la técnica, el espacio como puente entre dos puntos de la tierra. Hemos demostrado que la propulsión mediante cohetes es aplicable a la astronáutica. Junto a la tierra, el agua y el aire, el espacio vacío infinito se convertirá en un futuro en el escenario de vuelos intercontinentales, adquiriendo por tanto importancia política”.
Una curiosidad: En 1928, el director de cine alemán Fritz Lang rodó Fraum in Mond (La mujer en la luna), una película de ciencia-ficción que contaba la historia de un viaje de un grupo de cazafortunas a la Luna. Años después, durante la guerra, se prohibió la exhibición de la película, la Gestapo incautó todas la copias que pudieron ser localizadas, y también los apuntes de escenografía y diseño. Su delito: El gran parecido del cohete que aparecía en ella y su rampa de lanzamiento con las V-2. No fue casualidad: Lang era muy cuidadoso con los detalles técnicos, y en este tema sus asesores fueron dos conocidos científicos: Hermann Oberth y Willy Ley.