23-04-2008
Los Paracaidistas Franceses y la “Teoría Skorzeny” en la Guerra de Indochina (parte 02) :
Pero veamos otra, en más extenso, una trágica y triste operación que pudiera caer en esta “Teoría Skorzeny”.
Plaine Des Joncs (Planicie de los Juncos). La operación "Vega" (parte 01) :
El 13 de febrero de 1948, en la mañana, el capitán Trinquier, al mando del 2° BCCP (Batallón Colonial de Comandos Paracaidistas) en operación desde un accidente que tuvo el comandante Dupuis, es llamado al estado mayor del general Boyer de la Tour. Una operación en gran escala que reúne el máximo de medios está en preparación.
El fin es apoderarse del general Nguyen Binh, el comandante en jefe de las tropas rebeldes de Sur-Vietnam y darle así un golpe severo a la rebelión.
Su PC ha sido localizado en el centro de la Planicie de los Juncos, probablemente sobre el islote de Giong Dinh o, posiblemente, sobre el de Giong Xo Ai, distante de algunos kilómetros.
La Planicie de los Juncos cubre una superficie de 700 kilómetros cuadrados al oeste de Saigón. Es una zona completamente inundada, cubierta de pantano, es de una penetración muy difícil. En forma emergente se presentan algunos islotes.
Esta “planicie” protege, al PC de Nguyen Binh, la organización politico-militar y económica de la rebelión de Sur-vietnam, así como centros de instrucción, campos, hospitales, pañoles, existencias de víveres. La Planicie de los Juncos es atravesada por canales navegables, accesibles por las unidades anfibias. Pero éstos están cerrados por presas importantes y muy protegidas y quienes lo defienden del acceso.
La Planicie de los Juncos es pues un refugio seguro para los 18.000 regulares con que cuentan las tres zonas de guerra en Cochinchina.
La guarida de Nguyen Binh es prácticamente inviolable para los paracaidistas.
El mando decidió lanzar en paracaídas dos compañías del 2° B.C.C.P. y la Compañía Paracaidista de la Guardia Republicana de Cochinchina (el GRC) al mando del teniente Richard sobre los islotes de Giong Dinh y de Giong Xo Ai.
El mando de esta operación es confiado al teniente coronel de Sairigné considerado en aquella época como uno de los futuros grandes jefes del Ejército Francés (pero será muerto algunos días más tarde durante un ataque a un convoy en Dalat.)
Dispone de la inmensa mayoría de los batallones de intervención, en particular el 13ª DBLE (Semi-Brigada de la Legión Extranjera), del BMI (Batallón de Marcha de Indochina) y otras unidades que obrarán en la periferia de la Planicie de los Juncos para impedir todo escape. El escuadrón de “craves” (vehículos anfibios VS M20) del capitán de Baulny del 1° REC (Regimiento Extranjero de Caballería) se pondrá en camino tan pronto como los paracaidistas hayan saltado para aportarles su apoyo, recuperar el material, los archivos de PC, eventualmente Nguyen Binh mismo y los “preciosos paracaídas” (que en esa época en Indochina valían oro).
Por lo menos dos compañías del batallón son necesarias para esta operación. Es la razón para la cual el capitán hizo venir urgentemente a la 4ª Compañía (capitán Boby) de Than Nguyen. Llega a Lai Thieu el 13 en la tarde.
Para un reconocimiento acabado, Catalina (hidroavión de la marina) es puesto en la disposición del Estado Mayor operacional para un sobrevuelo rápido de la Planicie de los Juncos. Debe volar a una alta altitud (2.000 metros) y hacer sólo una sola pasada para no alertar a Nguyen Binh.
Le permite sin embargo al capitán Trinquier reconocer sus dos objetivos, los islotes de Giong Dinh y de Giong Xo Ai.
Es la primera vez que se sobrevuela esta región. La inmensidad de los pantanos que los rodean es impresionante.
“La vuelta no será fácil, piensa. Los comandantes de compañía deberán eliminar a los que no están en buena forma física para no embarazarse a rezagados”.
En el jeep que lo devuelve Lai Thieu con su guarda espalda y ayudante Surcouf, su Thompson siempre en la mano, Trinquier establece mentalmente la orden que les dará a sus dos comandantes de compañía. Los paracaidistas deberán saltar desde el amanecer.
El embarco en avión es fijado a las 6:00 horas. El batallón dejará Lai Thieu a las 4:00 horas.
La distancia que hay que recorrer es de sólo de 20 kilómetros, pero el camino de Lai Thieu a Saigón, por la noche sobre todo, no está muy seguro. Un incidente puede muy bien producirse, hay que prever el tiempo de ajustarlo para estar a la hora.
El mismo saltará sobre el islote de Giong Dinh con 4ª Compañía y un escuadrón de la Compañía Paracaidista de la GRC.
Al no ser posible que el capitán Mayeux participe como segundo comandante en la misión, el médico capitán Maître del estado mayor de la semi-brigada es voluntario para reemplazarle. Llegará directamente al campo de aviación.
Saltará con el Estado Mayor del batallón. La 6ª Compañía (capitán Bergues) saltará sobre Giong Xo Ai que aparece ser el que menos importa ambos islotes.
Después de la cena, Trinquier reúne a sus dos comandantes de compañía para establecer con ellos el plan de embarque en los aviones y fijarle a cada uno de ellos sus objetivos desde la llegada al suelo. Se enteran así del fin de la operación; capturar a Nguyen Binh en su guarida de la Planicie de los Juncos.
Si no fueron jamás allá, conocen muy bien su reputación. Muy pocas tropas se habían aventurado allí. Una de ellas, los paracaidistas SAS, el año anterior.
“Lo más difícil, les dice Trinquier, será la vuelta. Lo sobrevolé a bordo de un Catalina. Nuestros islotes son muy nítidos. Pero que del agua....que del agua....como habría dicho Mac-Mahon. Miren el bosquejo que traje de vuelta. Tendremos que recorrer de regreso 7 a 8 kilómetros, posiblemente más, en el agua hasta el cuello, para alcanzar el camino que va a lo largo del canal de Tra Cu.
Esto será muy duro.
Ustedes eliminarán a cualquier elemento de sus compañías que corran peligro de no aguantar. Espero que la suerte nos sonría y que nos volvamos con Nguyen Binh”.
Bergues está encantado de la misión confiada al batallón. Pero Boby, que habitualmente está muy animado, escuchó la exposición sin decir nada.
- Mis hombres están cansados, dice por fin. El comandante del sector de Than Nguyen nos ha usado la mayoría de las veces para operaciones sin interés, mal preparadas y que no dieron ningún resultado. Además la compañía está en los flancos.
Al ritmo que somos empleados actualmente, jamás aguantaremos durante dos años (estancia en Indochina).
Boby, antiguo miembro Comando Paracaidista de la Fuerza Aeronaval de la Marina, que estaba bajo las órdenes del capitán de corbeta Ponchardier, es un entrenador notable de hombres.
Para que, en vísperas de una operación tan importante, saque tan distintamente esta señal de alarma, sólo significa que él mismo y sus hombres están realmente cansados.
- Usted tiene razón, le dice Trinquier.
El comandante Dupuis ya le señaló esta situación al Estado Mayor en Saigón. Pero sin éxito. Somos de hecho el único batallón que se precavió para Sur-vietnam. Todos los comandantes de sector quieren a paracaidistas, a menudo para hacer juguete con ellos. Si el mando quiere conservarnos en estado de combatir hasta el fin de nuestra estancia hace falta que sepa que hay unos límites que no hay que sobrepasar.
Dadas las órdenes, Dupuis y Trinquier les desean buenas noches a todos para que cada uno esté en forma el día siguiente.
La exposición de Boby golpeó sin embargo al comandante Dupuis. Lo conoce desde hace tiempo. Sabe que tiene razón.
- Iré de nuevo a ver mañana al general Boyer de la Tour para que cuide más de nosotros. Ya lo hice muchas veces pero sin resultados.
A las 4 de la mañana el batallón es embarcado. El comandante Dupuis viene acaloradamente para apretar la mano de su compañero Trinquier y de todos los oficiales. Adelanta los camiones y saluda todos los paracaidistas.
Es con una tristeza que ve irse sin él su batallón a una operación tan importante.
Trinquier toma sitio cerca del chófer del primer camión. La noche es negra y sin la luna. Al ritmo acostumbrado los camiones se ponen en camino.
A 4 kilómetros de Lai Thieu cerca de un pueblo normalmente tranquilo Trinquier se percibe que el camino está cortado.
¡Para!, le grita al chofer. ¿No ves el hoyo? Salta rápidamente a tierra y detiene el convoy.
Los hombres, el arma en la mano saltan de los camiones. El pueblo es cercado y registrado en seguida. Está vacío, no hay hombres, ni mujeres, ni niños. Todos huyeron. El corte es muy nítido, cerca de 5 metros de ancho y 2 de la profundidad. Es imposible a los camiones de pasar a la derecha o a la izquierda en el arrozal inundado. Se debe rellenar el corte con cualquier material que se encontró en el pueblo.
Después de una media hora de interrupción el convoy se va de nuevo, precedido durante algunos kilómetros por dos secciones para alumbrar el camino.
Pero ninguna emboscada ha sido tendida.
Es todavía de noche cuando el batallón llega a Than Son Hut. La inmensa mayoría de los paracaidistas están armados con viejas metralletas Sten, que desde hace tiempo están caducas.
Algunos guardaron su arma cargada y lista. Uno de ellos saltando a tierra hace que se dispare su Sten y recibe la ráfaga en el vientre.
Esta muerte accidental imprevista no es un buen presagio.
En silencio, por la noche, los oficiales reúnen a sus hombres; luego avanzan en columna por delante de los camiones que distribuyen los paracaídas. Lo ponen sobre la espalda y, bajo la guía de los suboficiales, se dirigen hacia su avión. El lanzadores los esperan. Con calma, pero minuciosamente, verifican los paracaídas y el equipo de cada uno de ellos y más particularmente los que llevan un pesado leg bag (bolso de pertrechos).
Luego, siempre en columna uno por uno, en la orden inversa de la salida de los aviones, los paracaidistas esperan la orden de embarco.
El alba amanece cuando un oficial de la semi-brigada en contacto con Estado Mayor Operacional anuncia que una bruma espesa cubre la DZ y que el embarco es atrasado.
- Puede, le dice al capitán Trinquier, hacer desequipar su hombres.
La espera será larga; seguramente más de una hora. Los hombres dejan su equipo y se tienden bajo las alas de su avión; la inmensa mayoría se duermen.
La Espera.
En aquella época el número de aviones, Dakotas y a menudo de viejos Ju-52, siempre es limitado. Los llenaban lo más posible para embarcar el máximo de combatientes. Trinquier es informado que un avión suplementario es puesto a su disposición, que va a llegar en algunos minutos y que se pondrá a la cabeza del dispositivo.
Para no rehacer el plan de embarco, Trinquier reúne al personal de su Estado Mayor repartido en otros aviones y pide al capitán Boby completarle con hombres de su PC.
En resumen 20 hombres, la carga normal de un Dakota.
La DZ es relativamente corta (cerca de un kilómetro) : los aviones deberán hacer dos pasadas sobre la zona de salto.
El médico capitán Maître que lleva un pesado leg bag, pide tomar sitio en el primer eqipo y saltar el primero.
Surcouf que, desde la época del Comando Ponchardier, es el ángel de la guarda de Trinquier, también lleva un pesado leg bag, se instala cerca de la puerta, y toma el segundo lugar; el soldado Cheygnaud, el enfermero, toma el tercer; el capitán Degufroy que lleva un aparato radio, el cuarto; Trinquier toma entonces el quinto. “Así, se dice, estaré en medio de la DZ”. Detrás de él, el teniente Icard y el capitán Boby y algunos hombres del PC de la 4ª Compañía, hasta completar 10. Después en segundo equipo. En total 10 hombres para cada uno de los dos equipos.
En el avión que los lleva, apretados unos contra otros, los paracaidistas de todo los grados están íntimamente mezclados.
Llevan totalmente la misma tenida, el mismo equipo y se enfrentan en los mismos momentos con los mismos peligros.
Así es como se creó entre todos un sentimiento afectivo profundo, un espíritu de equipo que no se encuentra en ninguna otra arma.
La espera a menudo larga bajo las alas de los aviones pone siempre los nervios a una prueba dura. Aquel día, dura tres horas.
Es a las 9 el batallón recibe la orden de embarcar. El sol se levantó desde hace tiempo; hace mucho calor. Los paracaídas son puestos sobre la espalda. En orden y en silencio los paracaidistas suben a su avión.
Los motores comienzan a ronronear y los aviones en columna uno por uno se colocan al lado de la pista. Para tomar su formación de vuelo. Siempre sobrevuelan una pequeña iglesia situada en el eje al final de la pista.
Los paracaidistas la conocen bien. Los que tienen la fe, y son numerosos, hacen, mentalmente, mirándola desaparecer bajo las alas, una oración corta para obtener su protección. Luego esperan el salto.
Hace falta cerca de la una hora para alcanzar la DZ. En una atmósfera excitada, apretados unos contra otros, envarados en sus equipos, no pueden hacer ningún movimiento.
Esperan con impaciencia el momento de atravesar la puerta para respirar el aire libre, aflojarse y liberarse de la angustia que se lee sobre todas las caras. Por fin la luz se alumbra por encima de la puerta. Los aviones están con la DZ a la vista.
- ¡De pie! ¡Enganchen! Grita al teniente Drouhin, jefe de lanzamiento.
El primer equipo se levanta, cada uno engancha la static line (cuerda) de su paracaídas al cable tendido a lo largo de la pared opuesta a la puerta.
Los paracaidistas verifican una última vez los paracaídas.
Aquella mañana, Trinquier siente en los paracaidistas de su batallón un nerviosismo inhabitual.
Para algunos, en efecto, es su primer salto en operación. Algunos se arriman hacia la puerta, para salir más rápido.
El capitán Degufroy se vuelve hacia ellos y le pide no empujarle. Trinquier hace retroceder en el fondo del avión a todos los hombres que están detrás de él.
- ¡Ninguna precipitación! ¡No empujen! Ustedes tienen tiempo.
De repente un timbre poderoso sacude el avión. La luz verde sobre la puerta se encendió.
- ¡Vamos! Grita Drouhin que miraba la DZ, poniendo la mano sobre el hombro del capitán Maître.
En algunos segundos el batallón atraviesa la puerta.
Bamboleándose durante algunos segundos en el aire fresco de mañana, Trinquier mira por encima de su cabeza la bella corola de su paracaídas ampliamente desplegada.
Encima los aviones largan por camadas sucesivas a sus paracaidistas.
Alrededor de ellos dos aviones de caza spitfire tiran largas ráfagas sobre los objetivos que les han sido designados.
En operación, los paracaidistas saltan a 200 metros de altitud. 25 a 30 segundos bastan para alcanzar el suelo, el tiempo necesario para los portadores de leg bag de separarlo de su pierna derecha, de dejarlo deslizar debajo de ellos, por una cuerda de una decena de metros de longitud atada al cinturón.
El leg bag amortigua la caída. El paracaidista puede inmediatamente recuperar su material : FM, ametralladora, mortero o municiones de armas pesadas.
Durante este lapso del tiempo el paracaídas es un observatorio excelente para los jefes en todos los escalones y les permite reconocer rápidamente su objetivo.
Sin embargo Trinquier observó a lo lejos tres objetos que caían en caída libre. Supone que ciertos portadores de leg bag los largaron demasiado rápido y que la cuerda la que les retenía se rompió como a una operación precedente. “Con tal que no sea los puestos radio, piensa. El resto da lo mismo”.
Luego olvida esta imagen furtiva.
Algunos segundos antes del aterrizaje, Trinquier se percibe que la DZ está erizada por estacas de madera puntiagudas de cerca de un metro de altura. Grita a los paracaidistas que lo rodean que tengan cuidado. No son peligrosos; podemos fácilmente evitarlos.
Aterriza detrás de un montículo de un arrozal cerca de algunas barracas cubiertas de paja. Dos viets intentan prenderles fuego.
Hasta antes de haber desabrochado su paracaídas Trinquier coge su carabina y tirar; caen. Otros huyen sobre el horizonte.
La llegada al suelo es siempre para los jóvenes paracaidistas un momento de euforia. El salto los libró de una espera deprimente. Probaron los segundos embriagadores de la abertura y de la bajada. Y ahora están aquí sanos y salvos en el suelo.
Hace falta que los suboficiales les recuerden que todo va a comenzar y que el momento no vino para contar sus impresiones.
La reagrupación en el suelo se hace en seguida. Trinquier espera que el ayudante de batallón su bomba de humo amarillo alrededor de la cual el Estado Mayor debe reagruparse.
Los jefes de comando encendieron el suyo: rojo, verde o azul. Sus hombres llevan alrededor del cuello una bufanda del mismo color que su humo. Se precipitan a su jefe; en menos de diez minutos cada comando es reunido y se lanza sobre su objetivo.
Pero Trinquier no vio el humo amarillo. Piensa que un incidente insignificante pudo motivar este retraso.
Todas las órdenes son dadas. Cada compañía, cada comando conoce su objetivo. La reagrupación se cumplió perfectamente según las órdenes; no hay por el momento ninguna inquietud que haya que tener. Para no quedar único sobre el DZ se reúne con el comando del teniente Ziegler, más próximo a él.
- El teniente Icart se mató, le dice.
Trinquier y Ziegler observan a Icart extendido detrás de un montículo. La mochila de su paracaídas no se abrió.
Se preguntan por qué. Trinquier recuerda de repente que Icart estaba en el sexto lugar y que era justo detrás de él.
- No hay que tocarlo. Hay que esperar que un especialista venga para examinar su paracaídas para conocer la causa de este accidente.
Una media hora después del salto, todos los objetivos están ocupados. Trinquier vuelve a la DZ en busca de su equipo.
El teniente Pont se le precipita.
-
Mi capitán, todos los hombres que saltaron de detrás de usted se estrellaron en el suelo.
-
¿Cómo?
-
Sí. ¡ Venga para ver! Juntos vuelven a la zona de salto.
Los cuerpos de cinco de sus compañeros son extendidos sobre el arrozal, con la mochila cerrada de su paracaídas todavía sobre la espalda; el capitán Boby, el adjunto Gaborit, el sargento Seillon y el cabo Montigel.
Trinquier se pregunta si, saltando, no descolgó el cable al cual los paracaidistas enganchan su static line antes del salto.
¿La muerte de sus compañeros proviene posiblemente de su torpeza?
El static line enganchado al paracaídas lo tira fuera de la mochila durante los primeros segundos de la caída y le permite abrirse. Sin cable el paracaídas se queda en el saco y no tiene ninguna posibilidad de desplegarse.
Ve venir hacia él el médico capitán Maître y su fiel guarda espaldas Surcouf.
- Degufroy y Cheygnaud se estrellaron en el suelo. Su paracaídas no se desplegó, le dicen.
Saltaron los dos antes de él. Si el cable se descolgó, no es su culpa. Recuerda el nerviosismo de Degufroy algunos segundos antes del salto y la inquietud del capitán Boby la noche anterior.
Era posiblemente un presentimiento. Pero no comprende por qué y por cuál milagro su paracaídas pudo abrirse.
Los diez paracaidistas del segundo equipo, es decir su Estado Mayor son imposibles de encontrar. Nadie los vio.
Por razones imposibles para imaginar no saltaron. Comprende ahora por qué su ayudante de batallón no encendió su humo amarillo.
Sin puesto radio no puede dar cuenta de este incidente e informar el mando del desarrollo de la operación. Hay que esperar noticias del exterior.
Sin embargo, la operación se celebra normalmente. Una hora después del salto, todos los objetivos están ocupados, el registro comenzado de las barracas, del material recupera así como de numerosos documentos. Los primeros prisioneros son encaminados hacia la barraca donde Trinquier instaló el PC del batallón.
Pero Nguyen Binh es imposible de encontrar. Los prisioneros afirman que se fue la noche anterior a un destino desconocido. ¿El secreto de la operación ha sido guardado bien? El número importante de batallones voluntarios, su reagrupación y su transporte no debió pasar inadvertidos a observadores enemigos diseminados en la población.
Destrucciones, Planicie de los Juncos febrero de 1948.
Continuará.....