Malvinas 1982, apuntes de la guerra.

Balthasar Woll

26-06-2007

Buffffffffffffff Steiner, en ese momento no piensas en aplicar la fuerza proporcional, disparas con todo lo que tienes a mano.

En cuanto a las "Reglas de Enfrentamiento" es dificil de discenir cuando es la adecuada en medio de un tiroteo o de situaciones de riesgo, no solo para ti, sino tambien para todos tus compañeros. Simplemente actuas por instinto sin pensar en las posibles consecuencias.

Saludos

MIGUEL WITTMAN

26-06-2007

La situación planteada es la de un vigilante armado con un prisionero.

Insisto, parece exagerado lo de los 2 tiros en la cabeza.

Fíjate, un tiro en la pierna, por ejemplo, se interpretaría dentro de lo que tu dices, los 2 tiros parecen más una ejecución.

¿O no? ;)

Balthasar Woll

26-06-2007

Primero habrá que contrastar las fuentes, los únicos que dicen dos tiros son los argentinos (ojo que no digo que no tengan razón) hasta que los ingleses no saquen a la luz los informes no se sabrá de cierto la verdad.

Vuelvo a lo mismo, hay que estar en el pellejo de ese infante que a lo mejor ha visto morir a sus mejores amigos, a lo mejor estaba estresado o yo que se . Solo él podrá decir lo que paso por su cabeza en ese momento. Ademas como digo en otro mensaje, la intencion de los argentinos era hundir el submarino, cosa que lograron mientras los ingleses estaban distraidos con lo que habia pasado.

Saludos

Marcelo

26-06-2007

Aca un relato ingles, usen babelfish

http://www.hmsbrilliant.com/hmsb.cgi?page=dsection3

http://Things went wrong however because of one trigger happy Marine! Basically, the submarine was listing to port and possibly going to turn over. The Crew were down below with Colin Tozer and Royal Marines watching them v. carefully. On the fin (bridge) was JC with Chris "guarding" and the Arg. CO. As the submarine went ahead in the final stages of the manoeuvre the Arg. CO. called down the hatch into the dimly lit interior and one crew member started winding off on valves (presumably doing what he had been told). The Marine guarding him promptly shot him though the head (!) and then ran up the hatch still shooting his pistol shouting "It's going to sink" - "Get me off". Obviously off his rocker - all had gone so well. No dead - one Argentinean with leg shot off just above knee by an AS12 missile and a couple of "walking wounded". Now, however, one of their Prisoners of War while helping us has been shot.

Asesinato

Prisioneros britanicos.

Prisionero argentino, manos atadas atras y encapuchado, fea la actitud.

Moisin-Nagant

27-06-2007

Que feo, ¿tambien esta es una actitud fea? darle una comida caliente a los prisioneros, sin atar y son encapuchar.

Marcelo

27-06-2007

No, lo que es feo es tu actitud de darme la contra en todo.

Moisin-Nagant

27-06-2007

¿Y la tuya de tratar de convertir en monstruos a los ingleses por un puñado de quizas 15 soldados y un par de fotos?

Marcelo

27-06-2007

No intento convertir a montruos "a todos" los ingleses, describo lo brutales que eran algunos ingleses. Y eran te guste o no, ya se que se ha intentado desviar el tema hacia la guerra sucia y los malos tratos recibidos por algunos soldados argentinos...pero eso no cambia los crimenes de guerra britanicos.

El antiargentinismo esta de moda en Uruguay ? es por eso de la contaminacion ?

Wittmann

27-06-2007

Ciñámonos al debate histórico y dejemos lo demás.

Balthasar Woll

27-06-2007

A ver compañeros, algo de tranquilidad.

Marcelo, ¿porque cuando alguien te lleva la contraria es antiargentino?, tu puedes tener tus opiniones y defenderlas igual que el resto de nosotros defiende las nuestras, pero de ahí a decir que somos antiargentinos va un largo camino.

Saludos

Marcelo

27-06-2007

No, no, no Baltasar, otra vez estan cambiando lo que escribi, al que acuse de anti-argentino es a Moisin porque la cosa con el viene de largo. Esta cegado por el odio deberia dejar de participar en este topico.

Ciñámonos al debate histórico y dejemos lo demás.

Buene ese fue el espiritu, describir los hechos de la guerra exclusivamente las desviaciones hacia el conflicto interno argentino y otras no las empece yo.

HMS Tristam inutilizado el 8 de junio 1982.

De vuelta a UK.

Balthasar Woll

27-06-2007

De acuerdo, ciñamonos al tema.

Saludos

m1 garand

27-06-2007

Una foto lo eternizó, a su pesar con las manos en alto, vestido de combate, la cara tiznada, rendido ante las fuerzas argentinas que recuperaron las Malvinas el 2 de abril de 1982. Era uno de los militares británicos que protegían las islas. Alto, corpulento, con negros bigotes, se había refugiado junto a una patrulla en las serranías cercanas a Puerto Argentino. El y sus compañeros, junto al guardafaro de la isla, fueron apresados el sábado 3 de abril.

El 5 de abril, Stefan Charles York, de 27 años; James William Mc Kay, de 21; Gary Moor, de 19; Jeffrey William Warnes, de 36; Richard Overall, de 22; y Martin Thomas Smith y Stephan Dale fueron llevados a Comodoro Rivadavia y alojados en el Liceo Militar General Roca.

Al pie del Hércules C-130 los esperaba el entonces jefe de la compañía de Reserva del Liceo, capitán Luis Bruno. En el Liceo, los recibió su director y jefe de la Agrupación Comodoro Rivadavia, creada el 23 de marzo, teniente coronel Miguel Angel Arévalo, que moriría veinticinco días después en un helicóptero del Ejército que cayó al mar, cerca de Caleta Olivia.

Alverto Amato

Se decidió alojarlos en el Liceo Militar, en el interior de la Sala de Armas de una de las compañías de cadetes, el único sitio con rejas al que se podía apelar.

Los datos y la historia de los prisioneros de guerra británicos fueron revelados a Clarín por Edgardo Blaguerman, uno de los ex soldados del Liceo Militar y seis de sus camaradas de entonces. Blaguerman fue custodio de los prisioneros de guerra británicos e intérprete, junto a otro soldado, Claudio Tantignone.

—Lo primero que les preguntaron fue qué querían comer. "¡Carne!" gritaron. Y se les dio carne. Arévalo ya les había dicho que estaban como prisioneros de guerra y que iban a ser tratados según la Convención de Ginebra. Los tipos no decían nada. Tenían una actitud muy profesional.

Con el correr de los días, Blaguerman entró en confianza con el marine de la foto. Hoy cree que puede ser McKay o, por la edad, Warned.

—Me preguntaba cuántos años tenía. Y me decía que él tenía treinta y ocho años, que tenía dos hijos, que había peleado en Indonesia, que yo podía ser su hijo y que cuando ellos invadieran el continente me iban a tratar bien porque yo los trataba bien. Después pidieron hacer gimnasia y se lo permitieron. Fuera de la sala de armas, donde se habían puesto cuchetas, había guardias armados; pero nosotros, que estábamos en contacto con ellos dentro de la sala de armas, estábamos desarmados.

Alguien no había previsto lo imprevisible. Una noche, durante la guardia desarmada de Blaguerman, se cortó la luz en el Liceo Militar.

—Yo me llamo Edgardo, pero ellos pronunciaban mi nombre algo así como "Edouardo". De pronto, en medio de la oscuridad, empezaron a golpear las camas metálicas con objetos metálicos y a gritar: "¡Edouaaaardooo... Edouaaaardooo...!" Fue un poquito inquietante. Por suerte la luz volvió enseguida.

Durante los días de detención de los británicos en el Liceo General Roca, crecieron las versiones sobre una misión de rescate de los prisioneros por fuerzas especiales británicas. El liceo había sido evacuado de sus cadetes, chicos de entre doce y diecisiete años, y lo mismo había sucedido con los familiares de los militares argentinos.

—Días después de la llegada de los prisioneros hubo un tiroteo bastante intenso en en los alrededores del Liceo. Nunca supimos quiénes nos dispararon.

Por fin, las autoridades militares del continente decidieron enviar a los prisioneros a Montevideo para que fuesen devueltos a Londres. Blaguerman evoca:

—Nos regalaron sus pañuelos, a mí el grandote me dio su paquete de primeros auxilios, de esos que llevan en el casco, y que todavía conservo; hasta nos regalaron algunas caricaturas que nos habían hecho. Al final se había creado una buena relación.

Blaguerman los guió hacia el micro que los llevaría al aeropuerto. Una foto, publicada en los medios de la época y que se reproduce en estas páginas, lo muestra señalando el camino al marine de esta historia. En el bolsillo derecho de la chaqueta, el soldado argentino lleva los pasaportes británicos. Desde Montevideo, los británicos fueron enviados a la isla Ascención.

Lo que se sabe es que el marine de los brazos en alto se reintegró a la task force y regresó a luchar en Malvinas. Una foto lo atestigua: se lo ve al pie del mástil el día en que los británicos vuelven a izar su bandera en Puerto Argentino. Y lo asegura una historia que Blaguerman y sus compañeros, que quieren reencontrarse con aquellos soldados, conocen muy bien.

—Un teniente primero, ahora retirado, de apellido Echeverría, contó que en una lucha cuerpo a cuerpo en Malvinas estuvo a punto de ser muerto. Su enemigo no lo mató. Y le dijo: "No lo hago porque Blaguerman y Bruno me trataron bien en Comodoro Rivadavia".

m1 garand

27-06-2007

En una entrevista publicada por el diario argentino La Nación, el delegado del CICR Martin Fuhrer, que estuvo presente en las islas, rememora aquellos momentos.

Nota:

  • Este artículo fue publicado en el diario argentino La Nación, el 17 de junio de 2007 y se reproduce aquí con la autorización de dicho periódico.

  • La publicación de textos de autores que no pertenecen al CICR se hace bajo su exclusiva responsabilidad y/o de las institución(es) a que representan; por lo tanto, no constituyen ni pueden ser interpretados como tomas de posición del CICR.

El suizo que fue testigo de la rendición en las islas Malvinas. Conmovedor relato de Fuhrer, un delegado de la Cruz Roja.

"Hasta que no los dejen ir a ustedes, yo no me voy."

Con esas sencillas palabras de determinación, Martin Fuhrer consolaba como podía a los prisioneros de guerra argentinos que se habían quedado en las islas Malvinas varias semanas después de terminada la guerra.

El psicólogo suizo, que por entonces tenía 25 años y debutada en su primera misión como delegado del Comité Internacional de la Cruz Roja, había llegado a la Argentina a principios del 82 para controlar la situación de los detenidos políticos de la dictadura.

Pero con la guerra terminó en las Malvinas, después de viajar cinco días en un barco que tuvo que irse a tomar a Montevideo. Su tarea: ser un intermediario completamente neutral que velara por la vida de soldados heridos, prisioneros y civiles en las islas.

Sin quererlo, le tocó presenciar un hecho histórico. Todavía se acuerda del 14 de junio de 1982, cuando el general Mario Benjamín Menéndez, el gobernador militar argentino, lo llamó para que estuviera presente en su rendición ante el general Jeremy Moore, a cargo de las tropas británicas.

"Quería asegurarse de que sería tratado como prisionero de guerra", conjeturó Fuhrer en una charla telefónica con LA NACION desde Suiza, en castellano con acento castizo.

En la sede del gobierno en Puerto Argentino, donde se firmó el acta de "rendición incondicional", sólo había un pequeño grupo de oficiales ingleses y otro de argentinos, con un capitán británico como improvisado traductor.

Desde la pared, los miraba un cuadro de la reina Isabel II, que Menéndez no había querido descolgar mientras ocupaba el edificio. "Mire si seremos tolerantes que hasta dejamos a la reina", había bromeado el gobernador militar unos días antes de su capitulación.

"Fue un momento muy serio, solemne y emotivo, con pocas palabras", recuerda el testigo privilegiado del momento en que se definió la guerra. De la rendición también lo impresionó que en Puerto Argentino se habían reunido miles de soldados tanto británicos como de nuestro país. Hombres armados de bandos enemigos y la población civil, aterrorizada, en el medio. "Yo tenía mucho miedo, estaba seguro de que habría incidentes, pero cuando corrió la noticia de la rendición nadie disparó ni un tiro más. Realmente fue una rendición", se asombra.

El llanto del adiós

A Fuhrer le quedó una imagen grabada: los soldados argentinos que dejaban su arma en enormes montañas y caminaban en una fila interminable hasta el páramo del aeropuerto, a esperar una, dos o tres noches hasta su traslado en las naves argentinas y británicas, con 20 grados bajo cero y un viento que cortaba la piel.

"Me impresionó mucho que varios lloraban por tener que irse de las islas. Querían ver a sus familias, pero también dejaban amigos muertos en ese lugar", relató.

Fuhrer no se fue. Se quedó con el último grupo de prisioneros argentinos, que los ingleses retuvieron 2 o 3 semanas para que colaboraran en el desminado de las islas, porque conocían la ubicación de las bombas.

Ya con la crueldad del invierno encima, los 30 o 40 hombres se sentían abandonado de todo, y pensaban que nunca los dejarían volver.

El enviado de la Cruz Roja vivía con ellos, intercedía por frazadas y provisiones y se comunicaba con sus familias para avisarles que estaban vivos. "Lo único que podía decirles era que hasta que ellos no volvieran, yo tampoco volvía. Era su garantía de que nadie los iba a matar."

Pero al final todos volvieron. Hoy Fuhrer, de 50 años, es el director del Departamento Internacional de la Cruz Roja de Suiza y cuando se le pregunta qué identificó a la Guerra de las Malvinas de la treintena de conflictos armados que presenciaría después, no lo duda: el respeto a las víctimas y a las reglas de la guerra.

Todavía se acuerda de que el helicóptero británico que lo depositó en el buque hospital argentino Almirante Irizar aprovechó para intercambiar medicamentos con "el enemigo", porque no había bandos para los heridos.

Para él, fue una de las últimas guerras en las que dos ejércitos nacionales se enfrentaron, con todo lo que eso implica. Después, los conflictos armados cambiaron y las milicias, los paramilitares y las guerrillas entraron en acción.

"Ya no hubo más reglas, y lograr cierto respeto por los heridos, los prisioneros y los civiles se volvió mucho más complicado", se entristece.

Por Laura Capriata.

De la redacción del diario argentino LA NACION.

m1 garand

27-06-2007

LONDRES.– Anthony Canessa piensa una, dos y mil veces lo que quiere decir y cuida las palabras con la meticulosidad del militar que nunca dejó de ser, ni siquiera cuando se retiró del ejército británico, hace 16 años.

Sin embargo, hay una frase surgida de sus entrañas que logra pasar todo el tiempo aquellos controles establecidos por su estricto sentido de la responsabilidad y que sale en varias oportunidades con la frescura de un sentimiento inolvidable. “Debo decir que les estoy muy agradecido a los soldados argentinos que conocí en Malvinas, pues me han salvado la vida, y no sólo a mí, sino a varios de mis compañeros británicos”, comenta en una entrevista con LA NACION.

Mientras habla no quita su mirada del vaso de café servido en un bar de la estación de Liverpool Street, en un gesto que lo ayuda a disparar sus recuerdos: hoy se cumplen 24 años del desembarco en Malvinas. “Los argentinos preparaban el café muy fuerte y lo hacían casi tan amargo como el mate, que descubrí gracias a ellos”, dice sobre uno de los sabores que tiene para él su lejana experiencia junto al grupo de 35 militares argentinos que quedó a su cargo entre el 14 de junio y el 8 de julio de aquel año, es decir, inmediatamente después de la rendición de las tropas enviadas por Leopoldo Fortunato Galtieri.

"Yo estaba en uno de los barcos de la flota de mi país en las afueras de las islas, esperando el fin de la guerra. En cuanto se declaró el cese del fuego fui puesto al mando de este grupo de muchachos que provenían de la Compañía de Ingenieros número 10, la Compañía de Ingenieros 601 y otros cuerpos anfibios", apunta.

La misión era simple, aunque muy difícil de ejecutar al mismo tiempo: el oficial del grupo de tareas Royal Engineers debía trabajar y convivir con los prisioneros argentinos para sacar la mayor cantidad posible de minas antipersonales que había sembrado el Ejército.

Los mandos británicos habían designado a Canessa porque tenía el castellano como lengua nativa, una característica que no era fácil encontrar entre los militares de ese país antes de que la globalización alcanzara a sus fuerzas armadas. Y el entonces suboficial contaba con este extraño requisito gracias a que había crecido en Gibraltar, otro territorio signado por la controversia en términos de soberanía.

Pero en el momento de entrar en contacto con los soldados argentinos, y a pesar de la dureza de las circunstancias en las que debió desempeñarse, nada en su relación se pareció a la polémica o al odio? ni siquiera al rencor.

"Yo había convencido a los oficiales británicos de que lo mejor que podíamos hacer era darles un trato óptimo, dentro de lo posible. Así lo hicimos? y hoy reconozco que conté con la colaboración y el profesionalismo de estos 7 oficiales, 20 cabos, 5 sargentos y 3 soldados, que no sólo no opusieron resistencia alguna, sino que hicieron un trabajo estupendo."

Las tareas de desminado produjeron varios momentos lamentables, como el que sucedió el 2 de julio con un oficial argentino que perdió una pierna tras una explosión.

"Debo decir que los argentinos se preocuparon por que no hubiera que lamentar accidentes, y no hicieron distinción si se trataba de británicos o argentinos. A mí me gritaban «¡Cuidado!» si estaba cerca de una mina, y lo mismo hacían con mis compañeros de armas, cuando podrían no haberlo hecho."

Misión delicada

Canessa relata, con un marcado acento andaluz heredado de su madre, que por lo menos en ese momento los argentinos cumplieron al pie de la letra todas las disposiciones de la Convención de Ginebra sobre la remoción de minas antipersonales, ya que prestaron a los británicos toda la información posible para localizarlas y quitarlas.

"En Gran Bretaña algunos periódicos decían que los militares argentinos habían destruido los mapas que detallaban la colocación de las minas, o que directamente no habían hecho este tipo de esquemas. Nada de eso era cierto, porque a mí uno de los oficiales me pasó el plano correspondiente, y así todo se nos hizo más fácil", comenta.

También en cumplimiento de los acuerdos internacionales, los británicos les abonaron a los prisioneros argentinos el trabajo realizado. Canessa se pone serio: "Aquí me gustaría decir algo que no muchos saben, pero es bueno destacar que los militares argentinos también respetaron durante su invasión las indemnizaciones por las pérdidas que había provocado su accionar, más allá de que no fueron importantes".

Y pone ejemplos: "Yo vi las planillas donde se asentaban las reparaciones monetarias a los malvinenses por las ovejas perdidas o robadas durante los bombardeos. Esa me pareció una actitud muy rescatable".

El maltrato

A diferencia de lo sucedido con las ovejas y sus dueños, Canessa cuenta que el estado en que encontró a algunos soldados argentinos después de la rendición no evidenciaba nada parecido al buen trato: "Me acuerdo de uno que estaba congelado en su trinchera, con los labios endurecidos por el frío, que casi no podía explicarnos que estaba desarmado? Y también, de uno de los que estaban a mi cargo, que cuando lo alojamos en un depósito y vio su cama casi no lo podía creer. «Al fin voy a tener un techo», recuerdo que exclamó".

A partir de ese momento, el ex oficial, entonces de 42 años, notó que el sentimiento de tristeza que los argentinos sentían por la derrota, aunque nunca se fue, comenzó a hacerle un poco de lugar a un sano compañerismo y a una relación de confianza creciente. Así, en pocos días, el suboficial Anthony Canessa pasó a ser llamado el "Tío" por los argentinos. Y él pronto se enteró de lo que significaba compartir una guitarreada nocturna junto al fogón, y también un asado.

"Ellos me prepararon un cordero a la usanza argentina cuando tuvimos que despedirnos. Lo compraron con su dinero, y lo comimos todos juntos, con mis compañeros. Nunca me voy a olvidar de eso, ni de los regalos que me hicieron", dice, mientras muestra un mango de fusil con las inscripciones de los nombres de todos los hombres capturados, dedicado al "Tío".

La relación, cuenta, continuó aún después de que los prisioneros regresaron al continente, lo que prueba mediante un manojo de cartas fechadas en 1982 y 1983, con estampillas en sus sobres de las ciudades de Córdoba, Laprida, Rosario y Capital Federal, entre otros lugares.

"Gracias por el buen trato recibido, Tío", dice una. Otra, escrita por la madre de uno de los soldados, termina diciendo: "Amar es dar sin recibir nada a cambio". Y una tercera, aún más conmovedora, lleva la firma del cabo que perdió la pierna. "Mi esposa está de compra de dos meses y medio. Es el hijo de la guerra", expresa al final.

"Nunca respondí a esas cartas, aunque siempre las aprecié mucho. No sé bien por qué no lo hice, y sé que estoy en deuda con ellos, pero ahora tengo muchas ganas de volver a encontrarme con estos muchachos. Yo les digo así, «muchachos», porque si bien en ese entonces eran prisioneros, eso fue por circunstancias de la guerra. Ellos son seres humanos muy valiosos", dice.

Canessa escribió un libro sobre las vivencias de esos días, con la ayuda de un amigo suyo, el escritor Alan Buck.

Sin embargo, en diversas editoriales inglesas su proyecto fue rechazado "por no tener suficiente sangre", más allá de que su mensaje humanitario fue elogiado, según él, por sir Rex Hunt y por los diplomáticos argentinos que alcanzaron a leerlo.

Hoy, casi un cuarto de siglo más tarde de aquel gris final de guerra, el militar retirado sigue convencido de que la soberanía sobre las Malvinas es una cuestión que depende, principalmente, de la decisión mayoritaria de sus isleños.

"Yo creo que no hay nada que no se pueda solucionar hablando. Aún no sé si es viable un referéndum, pero creo que es buena idea. Y si no es la mejor propuesta, lo único que me gustaría es que no vuelva a haber una guerra, porque nuestros países no lo merecen. Y de esto me di cuenta después de conocer a estos muchachos de cerca?".

Anthony Canessa agradece la publicación de su dirección de correo electrónico al pie de la nota, con la intención de que puedan contactarlo algunos de los ex prisioneros argentinos. Su dirección es: anth.c@hotmail.co.uk.

Por Adrián Sack

Para LA NACION

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